Pintados para la batalla
El presidente Mauricio Macri juntó a la tropa en la Quinta de Olivos, hubo foto grupal con todos los candidatos oficiales de Cambiemos en todas las provincias y, sobre todo, arenga política para ir a la batalla de agosto y octubre. Es curioso e informativo el contenido del discurso presidencial hacia adentro: “Yo no la siento como una campaña en la cual le tengamos que ganar a los otros candidatos.
Esta es una campaña entre nosotros, la gente y el futuro”, lanzó un tanto épico. Y agregó, “tenemos que expresar lo que sentimos en el corazón y el que no lo sienta que agarre la puerta y salga de esta campaña, porque esas cosas no se pueden transmitir si uno no está verdaderamente convencido”.
No sólo busca la cohesión de los propios para unificar el mensaje, sino que además está siguiendo a pie juntillas las instrucciones del influyente asesor en comunicación política, Durán Barba. Esto es olvidarse del kirchnerismo-peronismo y su núcleo duro irremediablemente “perdidos para siempre para la causa”.
Concentrarse en fidelizar el voto propio, ese que aplaudió la violenta represión de esta semana para desalojar a los piqueteros de la 9 de Julio en Buenos Aires: y tratar de ampliar en algunos puntos posibles nomás a ese sufragio indefinido que puede optar por Massa-Stolbizer. Así se llegaría al número mágico del 35 por ciento con el que sueña el gobierno para proclamar su triunfo en octubre.
En este marco, Cristina Fernández de Kirchner puede complicar las elecciones en la provincia de Buenos Aires, pero por poco margen y afectación a la cuenta general nacional. Ese es el cálculo oficialista, pero después viene la realidad. Valga la contradicción, el gobierno no cree en el cambio. O mejor dicho, cree que la gente ya cambió en su mayoría y no ve en el horizonte protagonistas de fuste como para operar otro cambio inmediato. Unos pugnan por volver y otros por seguir, casi nadie por volver a cambiar.
El gobierno de Macri no conecta con la política casi en ningún punto. Recorta y presiona a los más vulnerables a través de becas y beneficios varios del Anses, oculta sus frustraciones económicas y lleva al límite cualquier ecuación productiva, comercial y familiar. Pero confía ciegamente en esa resignada esperanza derivada de las desconfianzas anteriores. Es quizás, lo único que tiene.