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La relación entre el presidente de los Estados Unidos y los medios masivos de comunicación puede interpretarse a la luz de la dialéctica amigo-enemigo de Carl Schmitt.

Donald Trump mantiene desde el inicio de su carrera como hombre de negocios una relación de codependencia con los medios de comunicación, a los que ha maltratado en innumerables ocasiones. Recientemente calificó a la prensa como enemigo del pueblo en una respuesta visceral a las críticas vertidas sobre su gestión.

Por extraño que pudiera parecer, implícito en sus ataques, se esconde el reconocimiento de un otro al que necesita  utilizar para movilizar a su base electoral. Trump ha incrementado sus ataques a los medios en los últimos meses en un intento calculado para movilizar a los votantes republicanos ante las inminentes elecciones legislativas a celebrarse en noviembre, especialmente a aquellos de las zonas rurales, que suelen votar en menor proporción que los opositores demócratas.

Aunque intenta dosificar sus ataques, Trump pierde a veces el control y, cuando ve algo que lo disgusta en la televisión, acude a su red social predilecta, Twitter, para responder con una catarata de mensajes a las que considera críticas injustas de las denominadas fake news (noticias falsas).

Trump rompió los parámetros tradicionales de la retórica política en los Estados Unidos y trasladó a la Casa Blanca los peores instintos del popular género de los reality shows. Sus detractores opinan que convirtió su presidencia un espectáculo caracterizado por declaraciones que buscan permanentemente la confrontación, el insulto y la exaltación de la grosería. En su show presidencial, Trump ha señalado a la prensa como su archienemigo, atacando al periodismo más que a la oposición demócrata.

La tensión entre el presidente y los medios de comunicación no cesa y la mañana del pasado jueves unos 350 periódicos en todo el país fijaron una posición mediante la publicación de una serie de editoriales que condenan los ataques del mandatario estadounidense a la prensa. Sin embargo tras los ataques de Trump a los medios, la cadena de noticias CNN reveló recientemente que el 51 por ciento de los republicanos cree que la prensa es efectivamente enemiga del pueblo. ¿Quién acierta entonces, Trump que señala a los medios de comunicación como el enemigo, o los medios que sostienen que no lo son?

 

Carl Schmitt nos ayuda a entender

 

La dialéctica amigo-enemigo planteada por Carl Schmitt (Alemania, 1888-1985) es una expresión de la necesidad de diferenciación y conlleva un sentido de afirmación de sí mismo (nosotros), frente al otro (ellos). La relación amigo-enemigo implica la conciencia de la igualdad y de la otredad. La diferencia nosotros-ellos establece un principio de oposición y complementariedad. La percepción que un grupo desarrolla de sí mismo con relación a otro es un elemento que al mismo tiempo que lo cohesiona, lo distingue. La posibilidad de reconocer al enemigo implica la identificación de un proyecto político que genera un sentimiento de pertenencia. Pero, ni la identificación con o del enemigo, ni el sentimiento de pertenencia, ni la misma posibilidad de la guerra que le dan vida a la relación amigo-enemigo son inmutables. Antes bien, se encuentran sometidos a variaciones continuas, es decir, no están definidos de una vez y para siempre.

Schmitt argumentaba que la esencia de lo político no puede ser reducida a la enemistad pura y simple, sino a la posibilidad de distinguir entre el amigo y el enemigo. El enemigo no puede pensarse en términos de cualquier competidor o adversario, ni tampoco como el adversario privado. La oposición o antagonismo de la relación amigo-enemigo se establece si y sólo si el enemigo es considerado público. Sólo es enemigo el enemigo público, pues todo cuanto hace referencia a un conjunto de personas o, en términos más precisos, a un pueblo entero, adquiere por sí mismo carácter público. ¿Existe algo más público que los medios de comunicación?

Más aún, si como señala Jacques Derrida (Argelia-Francia, 1930-2004), el enemigo está en casa, en la familiaridad del propio hogar -léase, en el propio país- se puede adivinar la presencia y la acción del enemigo, ya que se constituye como la proyección y el espejo del propio amigo, incluso es más que su sombra: no hay representación, es real, está aquí y ahora, se puede identificar y nombrar. En términos de Trump, el enemigo son los medios de comunicación.

Pero si ambos se albergan en la misma casa significa que aprendieron a convivir, y la hostilidad que definía la relación entre ellos de pronto desapareció cuando el enemigo decidió marcharse. Para trasladarlo a lo concreto, lo inaceptable para Trump, no sería que los medios lo fustiguen sino que lo desconocieran. Lo mismo sucede con los medios, pues cuando el presidente los ataca, los reconoce como enemigo. Cuando el enemigo no está presente y solamente existe en la memoria, se lo recuerda, se lo añora y se habla de él. Cuando Schmitt habla del grado máximo de intensidad de unión o separación entre el amigo y el enemigo está exigiendo el regreso del enemigo, lo nombra para traerlo nuevamente a casa y de esta manera reabrir el espacio de la hostilidad que reclama ambas presencias. El amigo y el enemigo están aterrados en la soledad, uno apela al otro, sin olvidar nunca que la llegada del otro puede también ser peligrosa.

Hay un enorme parecido entre el amigo y el enemigo: son hermanos, gemelos y, sin embargo, también subyace en ellos una esencia que los hace existencialmente distintos en un sentido particularmente intenso: ¿quién decide por quién? Responder a esa pregunta es lo que los lleva, quizás, al punto más extremo de su relación ya que se podría generar un conflicto. ¿Existe alguien, fuera de ellos, que pueda intervenir en la decisión del conflicto? Schmitt responde diciendo que sólo es posible intervenir en la medida en que se toma partido por uno o por otro, cuando un tercero se convierte en amigo o enemigo. Ese tercero, es la opinión pública de los Estados Unidos. En la dialéctica amigo-enemigo que Trump plantea, apunta a que la opinión pública estadounidense se vea obligada a elegir entre él como amigo o los medios de comunicación como enemigo. La prensa hace lo propio cuando proclama en el título de la editorial publicada en alrededor de 350 diarios La prensa libre los necesita. Le disputa al presidente el apoyo de la la opinión pública. La elección correcta sólo puede ser determinada por el ganador de compulsa, puesto que haber elegido al otro, significaría elegir al enemigo. Y la elección del enemigo encarna en última instancia un acto de traición.

 

La guerra entre Trump y los medios

 

Schmitt hace una importante distinción con respecto a la guerra, dentro de la dialéctica amigo-enemigo. La guerra es una lucha entre dos unidades organizadas y el resultado extremo de esa lucha es la aniquilación física del otro. De esta manera, la esencia de la oposición amigo-enemigo se explica a partir de la intensidad máxima de su relación, la esencia de la lucha, no es la competencia, ni la discusión, sino la posibilidad de la aniquilación física. La guerra procede de la enemistad y tiene que existir como posibilidad efectiva para que se pueda distinguir al enemigo. Sin embargo, para Schmitt la finalidad de la guerra no es anular al enemigo, sino desarmarlo, domesticarlo, para que se rinda ante el opositor en la relación y lo acepte.

La domesticación no obliga a la neutralidad con el otro. La oposición amigo-enemigo no tiene como fundamento la neutralidad, sino la posibilidad del enfrentamiento. Para Schmitt, el fenómeno político sólo se dará en la medida en que se agrupen amigos y enemigos, independientemente de las consecuencias extrañas que esto pueda generar. La guerra como el medio político extremo revela la posibilidad de esta distinción entre amigo-enemigo que subyace a toda forma de representarse lo político, reflexiona Schmitt. Trump pone en acción y en carne propia esa idea. No concibe lo político de otra forma que no sea mediante una distinción entre amigo-enemigo, y a la guerra como el extremo posible que permite identificar quién es quién. A los medios de comunicación los identifica como enemigos y apunta a que la opinión pública también lo haga. De esa manera logrará  doblegar y domesticar a los medios. Será ese el momento de imponer su verdad como la verdad.