Un premio Nobel con sabor amargo
El presidente colombiano ganó el premio Nobel de la Paz, pero la victoria del “No” en el plebiscito para ratificar los acuerdos con las FARC empaña el logro personal
Lo sucedido en menos de una semana en Colombia podría resumirse así: éxito de Juan Manuel Santos, fracaso del presidente. Hace 15 días, Juan Manuel Santos y el jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Rodrigo Londoño, firmaban un acuerdo de paz sin precedentes que debía ser ratificado en las urnas por el voto popular. Pero los colombianos que se opusieron a los términos de ese acuerdo ganaron el plebiscito y la incertidumbre se abrió paso en Colombia. Antes de que se pudiera asimilar la noticia, el Comité del Premio Nobel anunció que el presidente que acababa de fracasar en su política pacificadora, era el ganador del máximo premio de la paz.
El “No” que sorprendió, pero era previsible
La comunidad internacional se preparaba para saludar el fin de una guerra interna que en 52 años de duración causó más de 5 millones de desplazados, más de 220 mil muertes y alrededor de 45 mil desapariciones. Especialmente, después del acto político de la firma del acuerdo ante líderes de todo el mundo que fue promocionado por el gobierno de Santos como la antesala de un éxito seguro en el plebiscito. Pero los resultados de la votación demostraron que la paz con las FARC será más difícil de alcanzar de lo que se pensaba.
El 50,21 por ciento de los colombianos que fueron a votar se manifestaron por el "No" y 49,78 por ciento lo hicieron por el "Sí". Quienes anunciaban "el fin de la guerra" como un hecho quizás se dejaron llevar por los microclimas que suelen crearse en la política. La cruda realidad indicaba claramente que el “Sí” no tenía garantizada la victoria. Más aún: los sondeos realizados periódicamente en la primera mitad de agosto mostraban que el “No” se había impuesto sobre el “Sí” en cinco ocasiones, y que cerca del 30 por ciento de los colombianos se mostraban indecisos.
Las divisiones de los colombianos
Menos de 60 mil votos separaron al “No” del “Sí”. A partir de entonces, mucho se habló de la grieta existente entre quienes votaron por una u otra opción, pero poco de otras divisiones que enfrentan los colombianos.
Una de ellas es la que separa al 38 por ciento de quienes concurrieron a las urnas, del 62 por ciento que no lo hizo. Pese a que las inclemencias del tiempo fueron notorias, no logran explicar por sí mismas la falta de participación política de la mayoría de la población. En términos generales, la afluencia a las urnas en Colombia es baja. Influye notoriamente el hecho de que el sufragio no es obligatorio. Pero cabe preguntarse si la inasistencia a votar se debe a una cultura política signada por la falta de compromiso cívico o a diferencias socioeconómicas que terminan por dejar las decisiones siempre en manos de un mismo sector.
Otra división a contemplar es la que existe entre los sectores urbanos y rurales. El conflicto armado siempre tuvo mayor presencia en las zonas rurales, donde en general triunfó el “No”, mientras que en la mayoría de las ciudades ganó el “Sí”. La distancia en la idiosincrasia de la Colombia rural y la Colombia urbana, es seguramente mayor a la diferencia geográfica que existe entre ambas.
Hasta en las interpretaciones de por qué se votó como se lo hizo hay divisiones, aunque hay cierta coincidencia en torno a la idea de que todos desean la paz, pero sin lograr aún un acuerdo en cómo alcanzarla.
Cuestionamientos al acuerdo
Una célebre frase atribuida al Papa Pablo VI sostiene “si quieres paz, lucha por la justicia”. Resulta hasta musical. Pero es políticamente difícil de aplicar. En el marco del documento de 297 páginas firmado por Londoño y Santos, quizá el punto más polémico fue el que versa sobre la justicia. Se trataba de crear una jurisdicción especial para juzgar a los guerrilleros, lo que implicaba la creación de hecho de una “justicia especial” para ellos. En el sentimiento de numerosos colombianos, esta idea fue inadmisible, porque si hay una justicia especial para algunos, ya no hay una justicia equitativa para todos. Se vulnera el principio de igualdad ante la ley. O para decirlo de una manera más sencilla, si hay una justicia especial para unos y otra común para otros ¿es eso justicia?
El problema es mayor aún, porque las FARC descartaron de plano desde el comienzo someterse sin restricciones a la justicia ordinaria, dado que muchísimos de sus integrantes irían presos por haber cometido delitos comunes, crímenes de guerra y de lesa humanidad. Es decir que, desde el comienzo de las negociaciones estuvo claro que para que hubiera paz, debería “saltarse el alambrado” de la Justicia. En definitiva, o paz o justicia.
Otro de los aspectos más cuestionados del acuerdo fue la garantía otorgada al partido político en el que se convertirían las FARC, de disponer de cinco escaños en el Senado y cinco en la Cámara de Representantes para los dos siguientes períodos legislativos. Para muchos colombianos este punto fue entendido directamente como un premio a las FARC. En tal sentido, fue intolerable.
¿Y ahora qué?
Tras el cimbronazo inicial, una primera lectura de los acontecimientos dejan como lección que los mecanismos de democracia directa no siempre arrojan el resultado esperado por los gobernantes y reabre el debate en torno a su utilización, en una época signada por fuertes cuestionamientos a los sistemas políticos democráticos, que parecen estar tornándose cada vez más restrictivos. Cada vez es más difícil ganar una elección sin una monumental estructura financiera detrás, y no son pocos los analistas preocupados porque la democracia concluya por convertirse en una mera disputa entre ricos.
Lo cierto es que el gobierno colombiano perdió buena parte de su legitimidad y ya no podrá negociar con la paz con las FARC como único actor político. Para avanzar con una negociación de paz viable, debe incorporarse necesariamente a la oposición. Y es lo que Santos hizo al reunirse con su antiguo padrino político y actual adversario, el expresidente Álvaro Uribe.
También le envió un mensaje claro a las FARC cuando anunció que el cese bilateral del fuego, hasta ese momento sin fecha límite, ahora la tiene y es el 31 de octubre. De ese modo, Santos busca poner sobre las FARC el peso de una eventual ruptura de la tregua. Simultáneamente, persigue un objetivo inmediato: que los guerrilleros acepten sin plazos dilatorios la incorporación de la oposición a un nuevo esquema de negociación a tres bandas.
El rechazo en el plebiscito al acuerdo no significa que los colombianos deseen que la guerra continúe. Significa que habrá que redoblar la apuesta, que habrá que renegociar y que habrá que incluir a sectores que, hasta el momento, estuvieron fuera de los acuerdos. Solamente un trabajo conjunto entre el gobierno, la oposición y las FARC podrá alcanzar la paz para Colombia.
¿Qué efectos puede tener el Premio Nobel sobre las futuras negociaciones?
El Comité Noruego decidió otorgarle el Premio Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos por sus “decididos esfuerzos para acabar con los más de 50 años de guerra civil en el país”. El galardón consiste en la entrega de una medalla, un diploma y una suma de 8 millones de coronas suecas, equivalente a 932 mil dólares. Conlleva un halo de prestigio que le confiere a su ganador el ingreso irrefutable en la historia. Pero a Juan Manuel Santos le quedan dos años de gobierno por delante. En Colombia ya había un fuerte enfrentamiento entre sus defensores, que creen en su sincero afán por alcanzar la paz, y sus detractores, que entienden que Santos es un ególatra que perseguía el Premio Nobel de la Paz como un objetivo individual.
Independientemente de la discusión, el galardón puede actuar como un arma de doble filo. Por un lado, le confiere a Santos un fuerte respaldo tras perder el plebiscito y ver erosionada su legitimidad. Pero por el otro, puede irritar a sus detractores, que interpretarán la obtención del premio como el cumplimiento tangible de sus profecías. En el medio de todo esto, está la búsqueda de la paz.