Salvar vidas en tiempos violentos: historias de médicos de guardia
Son testigos directos de la realidad más cruda de Rosario, la de los cientos de heridos que al borde de la muerte ingresan cada semana a un hospital de la ciudad. ¿Cómo es trabajar hoy en la guardia de un efector público de Rosario? El relato de tres jóvenes médicos que ponen cuerpo y mente en los momentos más difíciles
Sus nombres no figuran en ninguna crónica policial. Los partes médicos, tan requeridos por los periodistas cuando de algún herido en grave estado se trata, suelen salir de la boca de sus superiores, quienes en la comodidad de una oficina reciben a las cámaras de televisión. Sin embargo ellos, los médicos de guardia, son durante varios minutos los principales y únicos responsables de la vida o de la muerte del paciente. Son, al cabo, testigos directos e invisibles de la desenfrenada epidemia de violencia que sufre la ciudad.
Javier Sosa (40 años), Carina Ocampo (37) e Irene Barros (38) comparten la misma pasión: la emergentología, la rama de la medicina que se ocupa de las patologías que requieren atención y definición en su asistencia en el corto plazo. Los tres trabajan desde hace varios años en guardias de hospitales públicos de Rosario. Javier es jefe en el Roque Sáenz Peña. Carina se desempeña en el Eva Perón, mientras que Irene lo hace en el Heca. En diálogo con Rosarioplus.com, estos jóvenes doctores dan cuentan de una asfixiante realidad que los sobrepasa, la de los crímenes, las balas y los cuchillazos.
Aseguran que desde hace cinco o seis años las guardias de los hospitales están colapsadas. A las emergencias clínicas se le sumaron las de trauma, en su mayoría pacientes que ingresan con heridas de arma de fuego o de arma blanca. Sus registros mentales hablan de que estos casos se quintuplicaron en el último lustro. Explican que hay un marcado cambio en “la cantidad y en el grado de las lesiones” que reciben.
Se autodefinen defensores de la salud pública, pero admiten que las estructuras de los hospitales no están preparadas para responder con rapidez y eficiencia en el actual “contexto de violencia”. Denuncian que falta personal, que no hay reemplazos y que escasean los quirófanos y las camas para absorber toda la demanda.
Su propia seguridad, en constante riesgo por la furia de familiares y allegados de las víctimas, está en juego cada vez que se ponen el ambo. Los tres médicos sufrieron situaciones de extrema violencia en su ámbito de trabajo. La autoimposición de “aferrarse a la vocación” para no claudicar no siempre funciona: hoy en día, la gran mayoría de los doctores de guardia están con solicitud de dejar la guardia.
“El Roque Sáenz Peña no está preparado para recibir tantos traumas”
Javier Sosa trabaja desde hace siete años en la guardia del Hospital Roque Sáenz Peña, ubicado en Laprida al 5300. Es el jefe de un personal que está compuesto por tres enfermeros, tres médicos y dos trabajadores que se ocupan de la admisión de los pacientes. Javier admite que la situación es “crítica” debido a que el nosocomio no tiene la estructura para albergar a la cantidad de heridos de arma de fuego y de arma blanca que recibe en la actualidad.
Javier explica que años atrás atendían diez casos por mes de esta naturaleza. Hoy esa cifra se elevó a 50. “No estamos preparados y así y todo somos los que por cuestiones geográficas recibimos más traumas. No tenemos quirófanos para este tipo de pacientes. Desde que el Heca se fue de esta zona la demanda que se generó en esta guardia es muy alta. La gente acude al efector que tiene más cerca”, describe.
El médico remarca que cuando la “estructura no está preparada”, quienes “soportan la demanda” son los propios trabajadores con “la parte humana”. “Esto no es inocuo. Ocho médicos ya se fueron de esta guardia por cuestiones de salud. Las malas condiciones generan mucha insatisfacción y mucha impotencia”, aclara.
A su juicio, los propios médicos se deben un debate en torno a “la capacitación para esta nueva realidad”. “No hay una adecuación del sistema a las necesidades de la coyuntura. La planificación falla. La realidad es muy cruda, la remuneración no es acorde a la responsabilidad que uno tiene, y la estructura no es la mejor. No es fácil trabajar así”.
“Tengo un muerto por guardia”
Carina Ocampo se define como emergentóloga. Su currículum da cuenta de su especialidad: lleva 15 años trabajando en una guardia. Primero lo hizo en el Heca. Ahora cumple funciones en el Eva Perón, el hospital ubicado en Granadero Baigorria que recibe pacientes del norte de Rosario y de todo el cordón industrial de la región.
Tiene dos guardias semanales de 12 horas a la semana. Atiende entre dos y tres heridos de bala por día. Aprendió a convivir con la muerte. “Hace 8 años atrás la guardia de este hospital se dedicaba a emergencias clínicas. Ahora la cosa cambió”, explica. Y agrega: “La mayoría de las veces los heridos de arma de fuego no los podemos salvar. Es muy doloroso”.
Carina dice que uno se “acostumbra” a lidiar con la violencia más extrema. “Antes en una mesa familiar contaba todos los casos. Hoy salvo que me pregunten no hablo de lo que me toca ver en la guardia”. Al igual que Javier, pide más personal y más estructura ante una demanda que no para de crecer. “No damos a vasto, necesitamos más quirófanos y camas. Hay dos médicos de guardia y uno de pediatría. Necesitaríamos más personal”, puntualiza.
Esta médica dice que también aprendió a vivir con “las amenazas y el maltrato”. Sufrió innumerables episodios de violencia verbal por parte de allegados a los heridos. Aclara que “nadie respeta al médico” y que las agresiones atraviesan a todas las clases sociales. “Yo he sufrido ataques de gente que se bajó en 4x4 con ropa de marca”, cuenta.
“Me duele la estigmatización que está presente en la propia comunidad médica sobre los supuestos responsables de la violencia. Soy una convencida de que el hospital es la cara visible del Estado. A uno muchas veces le recriminan que no le salvó la vida a tal paciente, cuando en verdad la vida se la arrebató el propio Estado desde el inicio generacional por las pobres condiciones de vida que le brindó”, analiza.
“El Heca te quema la cabeza”
Irene Barros tiene 38 años y ejerce la medicina desde hace 11. Hizo su residencia en el Hospital Cullen de Santa Fe. En el 2007 ingresó a trabajar en el Heca, el hospital que, según explica, recibe al 90% de todos los heridos de bala. Pondera al nosocomio, pero subraya que se “vende al Heca como que lo puede todo, cuando no es tan así”.
“El Heca es el caballito de batalla de la salud pública de Rosario pero está colapsado. El mismo médico que está atendiendo un dolor de garganta se da vuelta y atiende un herido con un tiro en la cabeza. Faltan refuerzos en la guardia. Nosotros trabajamos mal y por ende muchas veces a la gente se la atiende mal”, asegura.
Barros explica que el principal problema está en la “saturación interna y externa”. “Absorbemos muchas falencias de otros efectores. La policía lleva todo al Heca. Y la principal diferencia es que otros efectores pueden decir no, algo que nosotros no podemos hacer por más que estemos sobrecargados. Y lo que está claro es que los recursos humanos del HECA en algún momento se acaban”.
Su relato coincide con el de sus colegas. Sostiene que los heridos de bala y de arma blanca crecieron de “forma exponencial” en los últimos años. “A la demanda de consultorio tradicional se le suma ahora al que entra con una bala, al taxista que le clavaron el rayo de una bicicleta y un apuñalado”, grafica. “Vemos también muchas heridas de bala en miembros superiores e inferiores, típica de los ajustes de cuentas”, agrega.
Irene dice que puede dar fe de cómo las guardias le “cambian” la personalidad y el carácter a los médicos. “Los insultos y las amenazas están a la orden del día. El “si se muere es culpa tuya y te voy a matar” lo escuchamos seguido. Después de siete años sino lo naturalizás, te querés ir corriendo a tu casa”.