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#El calor de febrero sumado al humo que emergía de la vivienda en llamas hacían el aire irrespirable. Detrás de la autobomba de los bomberos dos mujeres discutían, se insultaban, se culpaban por lo ocurrido. Una extraña pelea que terminó con una precaria vivienda completamente quemada. Los vecinos de la barriada asomaban de sus ventanas y comenzaban a tomar partido. Una feroz disputa por un pequeño cerdo había desatado la furia en el seno de una familia de cartoneros. Lo cierto que se habían quedado con lo puesto. Y ahí estaban las cámaras de televisión para mostrarlo. Detrás del bullicio, el humo y las acusaciones sobre el estado o no de sobriedad de quienes discutían, estaba Brandon… aferrado a una pequeña jaula con un ave ínfima, no una reina mora o un cardenal, o un canario, un ave más bien parecida a un gorrión y asustada como él, que no paraba de llorar, y se limpiaba los mocos con la remera. Asustado por el incendio, por lo gritos o por haberlo perdido todo.

Ante la cámara, su padre pedía donaciones de chapas y tirantes mientras prometía venganza. Brandon, de 4 años, simplemente estaba ahí, enajenado, visiblemente triste, sin nadie que le diera un abrazo, en medio del caos que reinaba en el lugar. Su rostro apareció algunos segundos esa noche en las noticias que daban cuenta de un incendio intencional y absurdo en Barrio La Tablada.

#Se llamaba Paulo C., y vivió en el anonimato hasta convertirse en víctima del crimen número 27 en Rosario, transcurridos apenas 33 días del comienzo de año. Los móviles policiales y los precintos de seguridad cercaron el lugar donde yacía su cuerpo. Lo habían acribillado por error, tal vez una reacción improvisada de un delincuente inexperto que había llegado a ese local en el que se polarizan vidrios de vehículos. Trascendió que Paulo trabajaba allí y tenía 37 años. Lo dijo el fiscal asegurando que  estaba cerca de dar con el paradero de los autores. Aunque todo sigue aún sin esclarecerse.

Lo que no trascendió es que Paulo llegaba allí todos los días en bicicleta para hacer changas porque estaba pagándose un tratamiento médico. Que quería salvar su vida para ver crecer a sus hijos. No trascendió porque lo decía bajito, entre sollozos, la viuda mientras la ambulancia retiraba el cuerpo del lugar. Y como sucede en estos casos, detrás del cuerpo se fueron los uniformados, los curiosos, los precintos rojos de peligro, el fiscal. Quedó ella, llorando en el cordón de la vereda y un grupito íntimo que intentaba consolarla. La tarde ya era noche. La crónica había finalizado y el dolor, como un espectro, comenzaba a desdibujarlo todo.