La derecha italiana tiene cara de mujer
El triunfo de Hermanos de Italia y la consagración de Giorgia Meloni como primera ministra preocupa más afuera que adentro del país.
La victoria de las derechas -Hermanos de Italia, La Liga y Forza Italia- tiene múltiples causas. Algunas de ellas son de vieja raigambre. La reconfiguración del sistema de partidos políticos es una de ellas y data de los años 90. En ese entonces, los dos grandes partidos de la posguerra implosionaron, la Democracia Cristiana por la corrupción, y el Partido Comunista Italiano por las decisiones adoptadas por un liderazgo que no supo interpretar el momento político. Fueron años turbulentos, en los que el sistema se desmoronaba entre escándalos judiciales, la caída de la Unión Soviética y la mafia haciendo saltar literalmente por los aires a los jueces que la investigaban. Fue en ese terreno pantanoso en el cual -como decía Antonio Gramsci- lo viejo no terminaba de morir y lo nuevo no terminaba de nacer, que apareció un fenómeno que cambiaría para siempre la política italiana: Silvio Berlusconi.
Él no sólo introdujo un estilo y una nueva forma de hacer política, sino que le abrió de par en par la puerta de las instituciones de la república a la derecha radical. Ya en 1994, la Liga de Umberto Bossi y el Movimiento Social Italiano (MSI) de Gianfranco Fini -el partido autoproclamado heredero del fascismo que mutó en la “Alianza Nacional”- se sentaron en el primer gabinete del magnate, que necesitaba de sus votos en el norte y en el sur del país. Ese fue el primer paso que permitió llegar a la actual situación. En otras palabras, ¿cómo los denominados “neofascistas” van a asustar a la ciudadanía italiana si llevan tres décadas ocupando cargos en las instituciones republicanas?
Otra de las causas de la victoria de Hermanos de Italia y su lideresa, Giorgia Meloni, puede encontrarse en la actual crisis de legitimidad que no le da respiro al sistema político italiano. Seis leyes electorales en tres décadas, casi quince años sin que un primer ministro provenga directamente de las urnas sino que emergen de acuerdos políticos, y dos décadas de demagogia y antipolítica en distintas variantes, coadyuvaron también a la victoria de la ultraderecha. La paciencia de la ciudadanía italiana también tiene límites.
También pueden buscarse respuestas en el impacto de la crisis migratoria profundizada desde 2015. La llegada de inmigrantes producto de los distintos conflictos que asolaron Siria, Libia y otras partes del mundo, fue recibida con una campaña demagógica y criminalizadora por parte de numerosos medios de comunicación. Al calor del rechazo al extranjero creció Matteo Salvini (La Liga), quien hizo de la inmigración su principal instrumento electoral. Esas campañas difamatorias concluyeron por convertir al inmigrante en chivo expiatorio de los males italianos. Sondeos de opinión posteriores a las elecciones de 2018 mostraron que casi la mitad de los italianos y las italianas consideraba que había demasiados inmigrantes. Los actuales resultados electorales no hacen más que confirmar esa tendencia.
Mérito propio
Todo lo anterior no debe opacar el hecho de que un partido ultraderechista como Hermanos de Italia y Giorgia Meloni en particular, supieron cómo capitalizar el descontento y el agotamiento del electorado. Lo hicieron a través de un discurso que, contrariamente a lo que sucede con otras agrupaciones de derechas dentro y fuera de Italia, resalta la coherencia como una de sus principales virtudes.
Frente a los habituales giros políticos de Matteo Salvini (La Liga) y Silvio Berlusconi (Forza Italia), que un día apoyan a Ucrania y otro a Rusia, o en un momento defendían al primer ministro saliente Mario Draghi para inmediatamente criticarlo, Meloni conservó siempre una misma línea discursiva. Hermanos de Italia nunca apoyaron a Draghi, ni gobernaron antes junto a Giuseppe Conte del Movimiento Cinco Estrellas (M5E). Siempre recelaron de Rusia y de China. En síntesis, supieron diferenciarse.
Giorgia Meloni repitió hasta el agotamiento en la campaña electoral que Hermanos de Italia era el único partido que no cambiaba de parecer, que era serio, coherente, que no engañaba, y que hará lo que dijo. Finalmente, tras años de una influencia política limitada, consiguieron convencer a un 26 por ciento del electorado de que son la mejor opción para gobernar. Pero ese porcentaje era insuficiente para formar gobierno. Faltaba algo más.
La ley electoral
Resulta imposible entender la victoria de las derechas sin comprender la ley electoral italiana. Conocida como “Rosatellum” la norma electoral resulta cuestionable porque reparte un 37 por ciento de los escaños en circunscripciones uninominales y ha concedido a las derechas una mayoría mucho más amplia que las que tendrían en un sistema proporcional. Este sesgo mayoritario, ideado para favorecer la gobernabilidad y la formación de mayorías, produce sin embargo anomalías. Por ejemplo, La Liga, con un 8,7 por ciento de votos, tendrá casi la misma cantidad de bancas que el PD, que obtuvo el segundo lugar en las elecciones con el 19 de los sufragios. ¿Por qué sucede esto? Porque en ese 37 por ciento de los escaños uninominales, los tres partidos de derechas, que compitieron en una única lista, se llevaron 112 de 147. Otro ejemplo ilustrativo: en la circunscripción calabresa de Corigliano-Rossano, el candidato del M5E obtuvo por sí solo el 35,25 por ciento de los votos, pero el escaño fue para la derecha, que obtuvo el 38. Por sí sola ninguna de las candidaturas de las tres agrupaciones de la derecha obtuvo esa cantidad de votos, pero aliadas en una sola lista con tres lemas distintos, lograron un mayor porcentaje.
Por el contrario, la división perjudicó a los partidos progresistas que se presentaron en tres listas distintas. Este hecho debería instar a la reflexión a las distintas fuerzas del espacio del centroizquierda, particularmente al M5E y al Partido Democrático (PD). Si no consiguen armar una coalición para la próxima legislatura, le volverán a poner en bandeja la victoria a las derechas, que a pesar de sus diferencias no tienen ningún problema en compartir listas y hacer un programa común si la situación lo requiere.
El futuro
Pasadas las elecciones, resta conformar el gobierno que será conducido por Giorgia Meloni y se sustentará en el trípode compuesto por los tres partidos, dos de extrema derecha -Hermanos de Italia y La Liga- y uno de derecha conservadora, Forza Italia, que podría darle a Silvio Berlusconi su última revancha con la política y colocarlo como presidente del Senado. Pero la inquietante pregunta que emerge es ¿qué pasará con Italia ahora que será gobernada por la ultraderecha?. En la Unión Europea (UE) preocupa la relación con Rusia, con el protoautoritarismo húngaro de Viktor Orban y con las instituciones del bloque comunitario. Recuérdese que también en Suecia la ultraderecha participará del gobierno y en el ámbito comunitario hay un nerviosismo creciente.
Sin embargo, las instituciones democráticas italianas se mantienen aún fuertes y la dependencia del flujo de dinero procedente de la UE es indispensable para un país castigado por problemas económicos de larga data y agravados sensiblemente por la pandemia de Covid-19, por los recientes aumentos de los precios internacionales de alimentos y de los combustibles y por la inflación.
Cabe esperar entonces que Meloni sea -al menos en los asuntos centrales- mucho más continuista de lo que muchos creen. La lideresa de Hermanos de Italia se ha declarado en más de una ocasión partidaria de la Alianza Atlántica (OTAN), y aunque sus aliados Salvini y Berlusconi sean mucho más ambiguos en su relación con Rusia, lo cierto es que probablemente el próximo gobierno de Meloni mantenga la postura proucraniana de Italia respecto de la guerra. Tampoco es probable que el país abandone la UE, aunque sí podrían cambiar algunas alianzas exteriores.
Eso sí, si alguien esperaba avances en materia de ampliación de derechos, deberá seguir esperando. Giorgia está dispuesta a demostrar que se puede ser mujer, machista y de derecha.