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El segundo semestre, tan mentado por estos días, está a la vuelta de la esquina y es cada vez más claro que no va a traer consigo las infinitas bondades que, se creyeron, traería. La repetición de la frase “hay que darle tiempo” dejó de sonar hace ya unos cuantos días, porque, efectivamente, el tiempo pasó y hasta ahora las noticias para el común de la gente han sido más malas que buenas: aumento de tarifas, un aumento de los despidos (se calculan más de 150.000 en todo el país) y paritarias (o mejoras de ingresos en general) que no compensaron a los aumentos de todos los bienes y servicios necesarios para la vida.

En principio, lo que se anunció fue que llegarían inversiones extranjeras o que el Estado invertiría tras poder endeudarse. Pero las deudas tomadas por el Estado fueron directamente al pago con los fondos buitre, a la fuga de divisas y a compensar la caída de exportaciones. Las inversiones extranjeras, por su parte, se demoran, como es lógico suponer: nadie va a invertir en un país que no tiene expectativas de crecimiento y que está achicando su mercado interno. Y es que la seducción a los capitales a partir de “un nuevo clima de negocios” nunca va a ser mejor que prometerles algo bastante más sencillo: que van a poder vender en el país porque la gente va a comprarles ya que tiene plata en sus bolsillos. En resumidas cuentas: se necesitan más consumidores, no más metáforas metereológicas.

Entonces, hasta acá, las inversiones no aparecen y el gasto público se achica. La macroeconomía nos enseña que la tercera pata del crecimiento de la Demanda es el Consumo. Sin embargo, los datos sobre consumo son aún más alarmantes. La CAME (Confederación Argentina de la Mediana Empresa) hizo público que el consumo cayó en mayo pasado más de un 9% respecto del año anterior. Y que fue el quinto mes consecutivo de caída de las ventas.

En definitiva, sin inversiones, sin gasto público y sin consumo, el crecimiento económico se está tornando una quimera y en el horizonte del segundo semestre aparece la palabra que todavía nadie empezó a nombrar, la temida Recesión. Esta es una definición técnica: hay recesión cuando se enlazan dos trimestres consecutivos de caída del Producto Bruto Interno (todo lo que se produce en el país). Pero más allá de la definición, conlleva algo concreto: caída del PBI es sinónimo de negocios cerrados, fin de las horas extras y gente sin empleo, una realidad que ya se palpa en la periferia de la ciudad.

El optimismo oficial por la caída de la inflación y el mantenimiento del dólar estable no parece ser suficiente como para encaminar la economía en la senda del crecimiento. Pero tampoco se anuncian políticas económicas para revertir la tendencia.