El pasado domingo el electorado ecuatoriano depositó la responsabilidad de la presidencia en el joven empresario Daniel Noboa, quien venció a la candidata respaldada por Rafael Correa, Luisa González. El nuevo mandatario deberá enfrentar los desafíos de la violencia desatada en todos los niveles y el creciente poder del narcotráfico, hoy acuciantes para una sociedad caracterizada por la inequidades. 

Esos desafíos se verán potenciados por una doble dificultad, a saber, que sólo ocupará el cargo hasta mayo de 2025 y que tendrá que lidiar con un Poder Legislativo fragmentado y con un gran número de bancas en poder del correísmo.

Una elección particular

Debe aclararse que está elección presidencial en Ecuador fue anticipada. Noboa obtuvo la victoria en segunda vuelta frente a Luisa González tras un proceso iniciado a comienzos de este año cuando el presidente saliente, Guillermo Lasso, solicitó la convocatoria de elecciones anticipadas a través de un mecanismo constitucional conocido como “muerte cruzada”. Esa figura le otorga la facultad al primer mandatario de disolver la Asamblea Nacional, organismo unicameral que ejerce el Poder legislativo, pero implica simultáneamente resignar la presidencia. Es en virtud de la aplicación de este mecanismo previsto en el texto constitucional que el mandato para el cual fue elegido Noboa es tan corto: solamente completará el período presidencial iniciado por Lasso en mayo de 2021.

Resulta interesante que la elección que convirtió en presidente a Noboa tuvo una característica compartida con la que hizo lo propio con Lasso. Pese a haber obtenido ambos el segundo lugar en las elecciones de primer término, la aversión hacia el correísmo que cunde en amplios sectores de la ciudadanía acabó por convertirlos a ambos en presidentes. 

También existieron diferencias. Con 36 años, el empresario bananero Novoa asumirá como el presidente más joven del país a diferencia del banquero Lasso, que entregará el mando con 67 años. El dato no es menor porque los jóvenes representan un tercio de la población del país. Noboa aparece de esta manera como un joven exitoso que triunfa incluso allí donde su padre, Álvaro Noboa, 5 veces candidato presidencial, siempre había fracasado. Además, Daniel Noboa adoptó un discurso menos virulento que el que había utilizado oportunamente Lasso, posiblemente porque más allá de la polarización existente en torno a la figura de Rafael Correa, el problema que más acongoja al país es la violencia.

El desborde de la violencia encuentra en sus fundamentos la proliferación de organizaciones narcotraficantes que se disputan el predominio territorial, sobre la base de la desigualdad social preexistente. Ecuador tiene importantes puertos sobre el Océano Pacífico, fronteras permeables y fuerzas de seguridad cooptables, condiciones óptimas para que prospere el narcotráfico. El sistema penal superpoblado, corrompido y mal financiado, se convirtió en el caldo de cultivo ideal para que las bandas de delincuentes locales presos tejieran alianzas con poderosos cárteles de la droga del extranjero. Como consecuencia, Ecuador registra actualmente un clima de violencia creciente y cifras récord de homicidios.

A tal punto se extendió la violencia que alcanzó inclusive a la dirigencia política, bastante alienada de las bases sociales a las que se supone debería representar. Si algo marcó el reciente proceso electoral e impactó dentro y fuera del país, fue el asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio, un periodista que tenía altas probabilidades de disputar la presidencia y era conocido por su postura anticorrupción y por su oposición radical al correísmo. Su muerte fue la que captó la mayor atención de la opinión pública global, pero no fue la única. En las semanas previas ya habían sido asesinados otros dos políticos, Agustín Intriago y Pedro Briones, de distintas procedencias ideológicas. 

La campaña electoral de Noboa logró capitalizar esos asesinatos mediante un discurso construido en torno a la inseguridad y la violencia. A la inversa, las reivindicaciones progresistas y la lucha contra la desigualdad enarboladas habitualmente por el correísmo quedaron desdibujadas frente a la preocupación de la ciudadanía por asegurar la propia supervivencia. Seguridad y castigo a la delincuencia desplazaron así del tope de la agenda a cualquier otro tema, incluyendo los que habían ganado espacio en la anterior campaña presidencial: género e indigenismo. 

También la cuestión económica pesa y mucho. La propuesta de buscar competitividad económica dejando atrás la dolarización que propuso el correísmo con el eslogan “Luisa te desdolariza” fue muestra de ello. Ecuador y El Salvador son los únicos países dolarizados de Latinoamérica y, pese a las dificultades que esa medida implica, la estabilidad económica es un valor al cual la ciudadanía no está dispuesta a renunciar. En Argentina, la dirigencia política tradicional soslayó durante tanto tiempo la estabilidad económica, que ahora un amplio sector del electorado parece dispuesto a elegir a un leñador eufórico con motosierra para que haga el complejo trabajo de un cirujano.

Poco tiempo para un enorme desafío

Para combatir la violencia, el joven presidente electo tendrá apenas un año y medio. Enarboló como su propuesta más novedosa la instalación de cárceles flotantes en barcazas para internar a delincuentes peligrosos lejos de la costa e impedir así que puedan operar desde prisión. Se trataría de una medida transitoria mientras se reestructura todo el sistema carcelario. La iniciativa, sin embargo, genera dudas, principalmente por el tiempo que demandaría fabricar las barcazas, por la complejidad de la logística y porque el régimen jurídico ecuatoriano no contempla el aislamiento como pena para los reos.

Noboa también propuso penalizar el consumo de drogas a pequeña escala, crear un sistema de jurados para delitos graves e invertir en avances tecnológicos, como drones y radares, para neutralizar a la delincuencia organizada en caminos y fronteras.

Cualquiera de esas propuestas tan polémicas como ambiciosas, conducen a dos consideraciones. La primera es que sigue siendo muy poco el tiempo disponible para implementarlas. La segunda, es que cualquiera de ellas parece alimentada por el experimento de Nayib Bukele en El Salvador, notoriamente reñido con los principios democráticos. 

Ante el flagelo de la violencia y la inseguridad, Ecuador también parece disponerse a seguir el camino de El Salvador, como ya sucediera anteriormente con la dolarización como respuesta al problema de la inestabilidad económica. Y aquí conviene detenerse un momento. Ecuador no es un país atractivo para el narco por su ubicación geográfica solamente. Su economía dolarizada facilita el negocio del tráfico de drogas. Al tratarse de una moneda universal y al encontrarse entre las más fuertes del mundo, facilita todo el proceso de producción y transporte hacia los lugares de embarque a los mercados de destino, facilita la compra de armamento y de vehículos, facilita la cadena de sobornos y el blanqueo de capitales. Quienes postulen a El Salvador y a Ecuador como “modelos a seguir” deberían tener estos “detalles” en cuenta.

En simultáneo, el progresismo ecuatoriano, hasta ahora representado por el correísmo y por el movimiento indígena -independientemente de alguna expresión novedosa que pudiera emerger- también tiene sólo un año y medio para recalcular y elevar propuestas sensatas de solución a los problemas que acucian al país. En febrero de 2025, ecuatorianas y ecuatorianos volverán a las urnas para elegir presidente.