La central hidroeléctrica saboteada el 6 de junio se encuentra sobre el río Dniéper en Nueva Kajovka, una ciudad portuaria ucraniana ubicada en la orilla sur del embalse del mismo nombre, en la región de Jersón, controlada por los invasores rusos desde hace más de un año. Esta obra de infraestructura civil cumple una importante función en materia de generación de energía hidroeléctrica, riego de áreas cultivables y navegación.

Es la sexta y última presa en la cascada del embalse de Dniéper. Además, una carretera y un ferrocarril cruzan el río Dniéper sobre la presa, es decir que también actúa como una importante vía de circulación.

Tras el ataque, se produjo una inundación que registró un aumento del nivel del agua que, en localidades cercanas, superó los 10 metros y obligó a evacuar a gran cantidad de personas.

Al impacto sobre la población, el ecosistema y los cultivos, se agregan el desastre económico sobre bienes, transporte terrestre, vías navegables, pesca y la preocupación global por la situación de la cercana central nuclear de Zaporiyia y el suministro del agua indispensable para refrigerar sus reactores.

Catástrofe humanitaria, ecológica y ambiental

La escala del desastre es monumental: 80 pueblos afectados, 17 mil personas evacuadas, 42 mil personas en riesgo directo, decenas de miles de personas sin acceso al agua potable, pérdida de hogares, alimentos y medios de subsistencia a ambos lados de la línea del frente de batalla. Como si eso fuera poco, la población también debe permanecer atenta a las minas terrestres movidas por las inundaciones.

Aunque las autoridades locales advierten que tomará días conocer el número total de víctimas y cuantificar los daños, las imágenes de la zona del desastre son devastadoras.

Miles de animales silvestres murieron y a las orillas del río se registran cantidades indeterminadas de peces muertos. Hasta los 300 animales del zoológico de Nova Kajovka perecieron bajo el agua.

El daño ambiental y ecológico es difícil de calcular. Las inundaciones recogieron sustancias químicas peligrosas almacenadas en tierra, desparramándolas en un área geográfica significativa y con riesgo de alcanzar la desembocadura al Mar Negro.

El régimen hidrológico del río Dniéper, el principal de Ucrania, se reformará provocando cambios impredecibles y potencialmente peligrosos para las personas y otros seres que viven en las regiones por las que fluye. Numerosos peces, aves y animales acuáticos se encuentran en riesgo de perder su hábitat y morir.

El presidente ucraniano Volodimir Zelenski acusó a Rusia de cometer un “ecocidio” y de haber lanzado una “bomba ambiental de destrucción masiva”.

Se calcula que 120 mil hectáreas dedicadas a la agricultura están ahora bajo el agua y ya calculan que restablecer la producción llevará varios años.

Pero la crisis podría alcanzar consecuencias aún peores si no se controla velozmente. La presa suministra agua de refrigeración a la central nuclear de Zaporiyia, unos 160 kilómetros río arriba, que también está bajo control ruso. La planta nuclear depende del agua de esta represa para enfriar sus reactores nucleares. Hasta el momento, los reportes señalan que la situación está bajo control. Por su parte, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) asegura estar vigilando de cerca la situación.

El sentido del ataque

Por su magnitud, el sabotaje a la represa de Nova Kajovka marca un punto de inflexión en la guerra. Porque no es el primer ataque sobre infraestructura civil, pero sí es el de mayores consecuencias, y demuestra simultáneamente que no hay límites que no puedan transgredirse. De hecho, las normas del Derecho Internacional Humanitario protegen específicamente las represas, debido a los peligros que su destrucción representa para la población civil. Es por eso que nadie se atribuye el ataque y los gobiernos ucraniano y ruso cruzan acusaciones.

Sin embargo, algunos datos inclinan rápidamente la balanza hacia el platillo de la responsabilidad rusa. Fuerzas de ese país controlan la instalación y la región aledaña desde hace más de un año. La destrucción de la represa no fue completa y afectó especialmente la carretera y las vías férreas. No hubo ataque desde el exterior, sino que se trató de una explosión controlada desde dentro. El sabotaje se hace entonces evidente, pero resta aún comprender el móvil.

Las razones para que desde el Kremlin se adoptara una medida semejante, se vinculan con el temor a que las fuerzas ucranianas utilizaran las vías de comunicación sobre la presa para atravesar el río y avanzar sobre territorio controlado por Rusia, como parte de una anunciada contraofensiva.

Pero una mirada más amplia indica que, para detener un eventual avance ucraniano en el sur del país, resulta mucho más efectivo provocar una crisis humanitaria en Jersón, donde la población deba ser evacuada -lo cual insume enormes esfuerzos humanos y económicos- e, inundaciones mediante, crear extensas áreas pantanosas que impidan el paso de infantería mecanizada.

Por último, la producción agrícola se ve duramente perjudicada con sus implicancias en la provisión y el aumento de precio de los alimentos. Las regiones afectadas por la ruptura de la presa representan alrededor del 12 por ciento de toda la producción agrícola de Ucrania.

Respecto del impacto económico global, el mismo día del sabotaje el trigo alcanzó aumentos de hasta 3,7 por ciento y el maíz de 1,6 por ciento.

Mientras tanto, el gobierno ucraniano abrió una investigación por crímenes de guerra y anunció que está recopilando información con equipos sobre el terreno y aportará los detalles a la Corte Penal Internacional.

En virtud de todo lo anterior, una pregunta emerge e inquieta: ¿acaso el sabotaje a la represa de Nova Kajovka no encierra un mensaje para quienes suponen que una derivación nuclear de esta guerra no es posible?