La defección final de la Corte Suprema de pretendida Justicia en la persecución contra Cristina Fernadez de Kirchner, que tuvo como penosos portaestandartes a los santafesinos Horacio Rosatti y Ricardo Lorenzetti, consumó la descomposición pestilente del sistema democrático de la otrora República Argentina, para solaz de los autopercibidos institucionalistas vernáculos.

Con escaso riesgo de equivocación, es posible establecer varias certezas al respecto. Todos saben que la causa Vialidad fue una chanchada alejada de cualquier similitud con un juicio justo en un estado de derecho. Todos saben que hubo corrupción con la obra pública en el kirchnerismo. Todos saben que esa mugre es precedente y también posterior a la era K. Todos saben todo lo antedicho salvo que consuman la falopa que venden.

Parece contradictorio, pero no lo es. Se apelará aquí nuevamente a la poco recomendable pero siempre eficaz metáfora futbolera. Si en un partido, los jugadores de ambos equipos se revientan a patadas, pero el árbitro es Castrilli con los de un team y Lamolina con los del otro, la cancha se inclina de manera esperpéntica.

Que el gobierno de un presidente cuyo apellido es Macri sea el denunciante de corrupción en la obra pública y se presente como el campeón de la transparencia sólo es posible por las destrezas propagandísticas de los provocadores que fungen de periodistas en el prime time de la tele. Y porque hay una porción significativa de la población que tiene unas ganas locas de creer semejante bolazo.

Previsiblemente, la decisión cortesana le devolvió la centralidad política casi absoluta a Cristina, en particular hacia el interior del peronismo. Todas las tribus panjusticialistas, con mayor o menor intensidad, más o menos sinceramente, salieron a solidarizarse con la ex presidenta. La militancia, cuya épica estaba en cuarto menguante, recuperó la calle. A propósito: la detención del histórico puntero santafesino Cachorro Acosta por una panfleteada y unas pintadas contra Rosatti es tan ridícula que se les debería caer la cara de vergüenza a quienes la perpetraron.

Esa coyuntural unanimidad peronista no debería llamar a la equivocación. El recuperado protagonismo de la mayor líder que parió la política argentina en el siglo XXI no equivale en modo alguno a una desescalada automática en el proceso de balcanización y retroceso de representación popular que azota desde hace añares al movimiento fundado por Juan Perón.

De hecho, las hostilidades cristinistas contra Axel Kicillof, hasta ahora único candidato presidencial potencialmente competitivo en 2027, no sólo no cesaron sino que se profundizaron. Esa guerra intestina se exteriorizó en las declaraciones de la referente camporista Anabel Fernández Sagasti, quien adjudicó la detención y proscripción de la ex presidenta al desdoblamiento electoral dispuesto por el gobernador bonaerense. Sería deseable, aunque sea en este momento, evitar palabras de tan mal gusto.

Menudo desafío para el último ministro de Economía de los 12 años kirchneristas, que deberá mostrar ahora de qué madera política está hecho y si, efectivamente, tiene el talento y la templanza para salir del laberinto por arriba, como mandaba Leopoldo Marechal. Hoy por hoy asoma paralizado, sin reacción.

En cualquier caso, será la propia Cristina, el propio Kicillof y los propios múltiples peronismos quienes tendrán que exhibir si efectivamente poseen la voluntad y la capacidad de resolver sus cuitas internas en pos de una propuesta poderosa para el país o si prefieren mantener la actitud de equipo chico que caracterizó al viejo movimiento nacional en los últimos tiempos.

La salvajada de Rosatti, Lorenzetti and company, incluidos los sponsors de la Asociación Empresaria Argentina, les ofrece una oportunidad. Parafraseando al hijo de Mauro Viale: “Laburen, muchachos, vamos, activen”.