Ese barrio de Bruselas que tiene un “no se qué”
Molenbeek no es un vecindario belga cualquiera. Allí se reclutaron fanáticos que posteriormente cometieron atentados. ¿Por qué si eso se sabía no hubo previsión?
La Fiscalía belga anunció el pasado jueves la autorización de la extradición a Francia de Salah Abdeslam, el supuesto cerebro logístico de los atentados del 13 de noviembre en París. Abdeslam huyó de Francia tras los atentados y fue capturado en Bruselas, Bélgica, el pasado 18 de marzo.
Apenas cuatro días después de su detención, se produjeron los atentados en el aeropuerto y en subterráneo de esa ciudad, en los que murieron 35 personas -incluyendo a tres de los terroristas- y 340 resultaron heridas. Si los atentados fueron una venganza por la captura de Abdeslam o si se trataba de un proceso en curso y la decisión de llevarlos a cabo se aceleró por la detención, es todavía una incógnita.
Pero es importante detenerse en un detalle. ¿Dónde estuvo escondido Abdeslam durante cuatro meses, desde que huyó de País hasta que fue capturado? En el barrio bruselense de Molenbeek.
Que bonita vecindad
Abdeslam, de 26 años, hijo de padres marroquíes y con doble nacionalidad de Francia y Bélgica, resultó herido en una pierna en la operación policial que terminó con su detención en Molenbeek-Saint-Jean, uno de los diecinueve municipios de la Región de Bruselas-Capital. Desde entonces, está en la prisión de máxima seguridad de Brujas. Ahora espera ser extraditado a Francia.
La cuestión central es que Abdeslam no se escondió en Molenbeek por casualidad. El barrio es quizás el principal centro de reclutamiento y adoctrinamiento de extremistas islámicos en Europa.
Son varios los factores que contribuyeron al auge de una radicalización islámica -y sin control del Estado- en ese sector de Bruselas en particular y en Bélgica en general.
Para empezar, medio millón de personas que profesan el islam viven en ese país pero los problemas de militancia extremista se concentran especialmente en la capital. Las autoridades belgas ya sabían que la mayoría de los extremistas reclutados en el país para ir a combatir en Siria son de Molenbeek y algunos otros barrios de Bruselas.
De hecho, más de 350 combatientes belgas fueron tentados por radicales para pelear en Siria. Si se establece una relación con la población total del país, de 11 millones de habitantes, Bélgica es la mayor fuente de yihadistas en Europa.
Pero no concluye todo ahí. La lista de personas que pasaron por el barrio y que luego estuvieron implicados en hechos extremistas es, por lo menos, llamativa.
En enero de este año un supuesto complot para atacar a la policía belga fue desarticulado tras redadas en las que dos individuos, con conexiones en Molenbeek, fueron acribillados en la localidad de Verviers. Un hombre acusado de matar a cuatro personas en el Museo Judío de Bruselas, en mayo de 2014, también pasó un tiempo en Molenbeek. Uno de los miembros del grupo que detonó artefactos en la estación de Atocha en Madrid en 2004, matando a 191 personas, provenía del mencionado distrito en Bruselas. Más atrás en el tiempo, en 2001, los autores del asesinato del comandante afgano Ahmed Shah Massoud, el principal adversario de los talibanes en ese país, partieron de Molenbeek. Los atacantes suicidas se hicieron pasar por periodistas para matar a Massoud bajo órdenes de Osama bin Laden, dos días antes de 11 de septiembre.
Pese a que no son necesariamente difíciles de ejecutar, cualquiera de estos ataques requiere planificación, preparación, entrenamiento, disponibilidad de armas y explosivos, reconocimiento de objetivos y un cuidadoso proceso de reclutamiento de los denominados "mártires", jóvenes fanáticos preparados para realizar los ataques con plena conciencia de que morirán durante su ejecución. Esto se parece mucho al modus operandi de al-Qaeda a inicios de la década pasada, cuando buscaba tener un impacto propagandístico con ataques que tuvieran gran cantidad de víctimas y produjeran titulares en la prensa alrededor del mundo. Porque ante el acto terrorista, la globalización de las comunicaciones actúa como onda expansiva. De ese modo, el atentado en un sitio, provoca terror y paranoia colectiva en múltiples lugares, aunque estén e miles de kilómetros de distancia.
¿Por qué si todo esto se sabía no se evitaron los atentados?
Pese a las advertencias de distintas agencias de seguridad europeas y del conocimiento acerca de lo que sucedía en Molenbeek, los atentados se llevaron a cabo con éxito. Eso se debió a distintos factores.
Las autoridades belgas estaban particularmente preocupadas con la influencia de versiones radicales del islam y Molenbeek es una de las áreas donde los predicadores fundamentalistas cundieron. Pero la estructura política belga es complicada y se encuentra en pleno desarrollo un proceso de descentralización como producto de las diferencias internas que existen entre las comunidades de flamencos y valones, que han llevado a que distintos ámbitos de la vida belga queden sujetos a un conflicto de competencias, en el cual el Estado concluye por no aplicar los controles que debería. Asimismo, esta complejidad política también es responsable de la lentitud para sancionar la legislación que buscaba frenar el discurso fundamentalista en las mezquitas radicalizadas y el reclutamiento que en ellas se hace para unirse a la guerra en Siria.
Este fenómeno ha creado un vínculo peligroso entre jóvenes musulmanes en Francia y Bélgica, dado que ambos países comparten situaciones semejantes, con comunidades islámicas frágiles provenientes del norte de África, con problemas de identidad, cultura y conflictos sociales. En ese marco, emergen figuras carismáticas en la clandestinidad que se convierten en líderes de los sectores más radicalizados de la comunidad. En Bélgica en particular, hay una fuerte influencia salafista -una corriente ultraortodoxa del islam- que coloca al país en el centro del terrorismo actual en Europa.
Lo que hace más atractivas las cosas para los extremistas es el fácil acceso a las armas, un producto más de la descentralización del gobierno belga que obstaculiza la detección de traficantes de armamento. En el país hay un próspero mercado negro de rifles automáticos del tipo que fueron usados en los ataques en París. En enero de este año, la policía francesa que investigó las matanzas en la revista satírica Charlie Hebdó y en un supermercado judío de París, determinaron que uno de los atacantes había adquirido armas por la vía de Molenbeek. Lo mismo sucedió con el frustrado ataque de un marroquí en un tren que iba de Bruselas a París en agosto del año pasado, a quién se le encontró un AK-47 y casi 300 balas.
A lo anterior hay que agregarle la propia torpeza de las fuerzas de seguridad belgas. Al parecer, la policía disponía desde hacía tiempo de información acerca de que Salah Abdeslam se encontraba en Molenbeek y por presuntos “fallos de coordinación” no lo detuvieron antes.
A las fallas de seguridad belgas -como antes a las francesas- hay que agregarle la ausencia de una política común en materia de seguridad por parte de la Unión Europea. El bloque regional se ha caracterizado en los últimos años más por sus inconsistencias y sus desacuerdos que por su coherencia y coordinación.
Intriga en la calle Arlington (o cuidado con los vecinos)
La película de 1999 Arlington Road -Intriga en la calle Arlington en español- relata la historia de un profesor universitario que sospecha que su vecino está implicado en un complot terrorista. Quien haya leído estas líneas con interés, debería verla.
La propia torpeza no justifica en ningún modo los atentados. Nada los justifica. Pero es válido pensar que en el combate al terrorismo, antes de iniciar guerras o tomar medidas grandilocuentes, convendría adoptar políticas preventivas de control en lo local. Sería conveniente observar primero qué sucede en el vecindario.