Lecciones de la crisis británica
Tres cambios de gobierno en siete semanas muestran que la falta de rumbo combinada con políticas de shock, no conducen a ninguna parte.
Tantos récords juntos en tan poco tiempo ofrecen un indicio de la dimensión de la crisis política que atraviesa el Reino Unido. En menos de dos meses, el país perdió a la monarca -un símbolo patrio y de estabilidad- que reinó más tiempo. Cambió tres veces de primer ministro, siendo Liz Truss quien menos tiempo ocupó ese cargo (45 días). La sucedió Rishi Sunak, quien supera varios récord juntos: es la primera persona de una minoría étnica en convertirse en primer ministro del país, la primera en profesar la religión hinduista y el premier más joven en más de dos siglos.
Pero antes de continuar, es necesario poner en contexto cuál es la importancia del Reino Unido para el mundo. Además de tratarse de una potencia nuclear, miembro fundador de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la economía británica es la sexta mayor del mundo y la segunda de Europa. Todo eso sin contar el “poder blando” mediante el cual influye en buena parte del planeta. Es esa relevancia global la que requiere detenerse a observar la crisis actual que atraviesa el país y algunos datos que deberían tenerse en cuenta.
Crisis
El Reino Unido disminuyó su crecimiento económico desde el referendo por el Brexit en 2016. La situación empeoró en 2020 debido a la pandemia del Covid-19, con una caída del Producto Interno Bruto sin precedentes del 9,8 por ciento. Si bien desde el año pasado se inició un proceso de recuperación, el aumento de la inflación en casi todo el mundo y los efectos del aumento de precios de la energía y los alimentos como consecuencia de la invasión rusa a Ucrania, agravaron la situación.
Pero más allá de la crisis económica, la primera lección que puede advertirse, es que existe una crisis política preexistente que no solamente no ayuda a capear la situación económica, sino que, en realidad, la profundiza. El estado de convulsión instalado en la política británica le ofrece un margen de maniobra limitado e impaciente a Rishi Sunak para que pueda enfrentar la multiplicidad de problemas que tiene adelante.
Los legisladores conservadores aseguran que se unirán en torno al nuevo líder, pero dijeron lo mismo cuando ganó Liz Truss. Sunak enfrenta un escenario caracterizado por un partido dividido que lleva doce años en el poder con grandes disputas internas, unas cuentas públicas desalentadoras, inflación y los efectos ya mencionados de la guerra en Ucrania.
Pero hay más: el aporte de Truss fue haber hecho -sin quererlo- que los desafíos políticos y económicos se agudizaran al sumarle la desconfianza de los mercados.
¿Por qué Liz Truss fracasó tan rápido?
Por su apuesta radical para revivir la economía. He aquí la segunda lección: aplicar políticas de shock fundadas en reducciones impositivas a los sectores privilegiados en un contexto de crisis económica, sólo acelera el caos.
En una situación ya delicada, Truss optó por anunciar un controvertido paquete económico que, según ella, impulsaría la economía del país. El plan incluía eliminar la tasa del 45 por ciento del impuesto sobre la renta que pagan las personas que ganan más de 150 mil libras esterlinas al año (equivalente a 168 mil dólares). Truss anunció también un recorte de la tasa básica del impuesto sobre la renta del 20 al 19 por ciento y la también polémica eliminación del tope a los incentivos o bonificaciones a los banqueros, que a veces pueden superar el millón de dólares. De haberse aplicado estas medidas hubieran significado una merma fenomenal en la recaudación fiscal y un aumento seguro del endeudamiento, a tal punto, que el Fondo Monetario Internacional (FMI) desaconsejó seguir ese camino. El anuncio del paquete fiscal provocó desconfianza en los mercados financieros e hizo que la libra cayera frente al dólar a mínimos históricos. Liz Truss echó a su ministro de Finanzas y anuló la mayoría de las medidas, pero algunos malos manejos parlamentarios y la división de su propio partido la llevaron a un callejón sin salida.
Brexit, el origen de casi todos los males
Hasta la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido tenía un imperio. Lo perdió, pero encontró un proyecto inclusivo en la Unión Europea (UE). A partir del Brexit abandonó la UE y ahora el país no tiene proyecto ni rumbo. Esa es la tercera lección, cuando no hay un proyecto de país claro y sustentado en una gran base de apoyo popular, la dirigencia política queda reducida a mera administradora de crisis en vez de convertirse en conductora.
Para explicar el problema actual de la política británica hay que regresar a 2016, cuando se votó para abandonar la UE, que fue apuntada como un lastre, como el chivo expiatorio de todos los pesares británicos. El Brexit fue el espejismo de un proyecto de país que operaría mágicamente como una solución inmediata a los problemas económicos, sociales y
culturales que enfrentaban los británicos. Nada más lejos.
Lo que impulsó en ese entonces al primer ministro David Cameron a convocar al referendo no fue que la población del país estuviera reclamando en las calles abandonar la UE, sino que una minoría significativa de sus propios parlamentarios le exigía la medida. Muchos parlamentarios se sentían amenazados por el ascenso del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP por su sigla en inglés), un grupo reaccionario, demagógico y antieuropeo que en ese entonces reunía cada vez más simpatizantes. El resto eran los
clásicos conservadores antieuropeos que aprovecharon esos temores para favorecer su causa. Cameron, que apoyaba la permanencia en la UE, esperaba que el referendo le pusiera fin a la interna partidaria y mantuviera a los conservadores en el poder. Pero fue un error de cálculo significativo. Cuarta lección: resolver internas partidarias convirtiéndolas en causas nacionales solamente conduce a fracturas con consecuencias imprevisibles. El Brexit concentró las múltiples diferencias, conflictos y divisiones británicas y las convirtió en una simplificación, en una polarización idiotizante, en una grieta.
Tras el voto del Brexit, muy pronto se hizo claro que los arquitectos del proyecto para salir de la UE, incluido su defensor más famoso, Boris Johnson, no tenían un plan real para desenredar décadas de vínculos económicos, comerciales y legales con Europa.
La dirigencia política británica padece una falta de visión coherente acerca de lo que se quiere lograr y cómo quiere lograrlo. Esa carencia se tradujo en caos político. Ese caos daña la economía, la credibilidad y la reputación del país alrededor del mundo.
La pregunta que excede al nuevo primer ministro y al partido conservador para derramarse sobre toda la dirigencia política británica es si logrará renovarse, ganar creatividad, diseñar un proyecto de país y finalmente alcanzar la legitimidad popular necesaria para llevarlo adelante y restaurar así la credibilidad global.
No parece necesario, pero es bueno aclararlo: las lecciones de la crisis británica deberían ser analizadas minuciosamente en Latinoamérica en general y en Argentina en particular.