Aunque el cuerpo de Marcelo Molina no apareció y seguramente sea imposible hallarlo, la Justicia ya consideró que este trabajador municipal de Roldán fue asesinado. Así lo planteó este martes el fiscal penal Adrián Spelta, al imputar a tres personas por homicidio doblemente calificado por premeditación y críminis causa (asegurar que la víctima no los delate como autores del robo).

La acusación recayó en Jonatan Kiefel y su pareja, Romina Coronel, y la tía de esta, Cintia Coronel. La jueza Silvia Castelli aceptó los cargos y le impuso prisión preventiva a los tres, a la espera del juicio oral. 

Spelta reveló la reconstrucción del crimen ocurrido el viernes 3 de enero, y que desde entonces sumió a las comunidades de Roldán y de Funes en la incertidumbre y el peor presentimiento. Dijo que los tres imputados acordaron un plan criminal. Molina tenía una relación informal de pareja con Romina, en paralelo con la relación de esta con Kiefel. Cintia participaba de ese acuerdo. Romina la considera una hija, aunque en realidad es su tía, ambas oriundas de Las Breñas, Chaco.

Quien vio por última vez a Molina con vida fue su hermana Silvia, a quien llevó a las dos de la tarde hasta su trabajo en Gálvez y ruta A-012. Molina la llevó en la moto de Romina, porque él hacía tiempo ya que le había dejado su camioneta Volkswagen Saveiro a ella y a su marido. Lo que no supo Molina es que aquellos tres lo estaban siguiendo a escondidas. Lo siguieron hasta darle alcance en un sitio que no fue precisado. Según Kiefel, fue él quien decidió asesinarlo, y lo atribuyó a una acusación no comprobada: que Molina había intentado abusar sexualmente de una de las dos mujeres. “Lo tuve que matar porque el día anterior una de mis cuñadas dijo que (Molina) intentó abusar de ella”, repitió Spelta.

La camioneta de Molina en la que sus homicidas lo siguieron y le dieron muerte, según el fiscal.

Spelta se guió por el impacto de los teléfonos celulares de Kiefel y de la víctima en las antenas de telefonía de la zona. Además, en videocámaras. Así averiguó que a las 6 de la tarde los imputados llegaron hasta la casa de Molina, en Las Heras al 800, de Roldán, y robaron todo lo que pudieron. “Casi una mudanza”, dijo el fiscal. Electrodomésticos, herramientas de ferretería, documentación y una escopeta carabina.

De allí llevaron esos bienes hasta el domicilio de las Coronel, en el interior de una empresa de gastronomía situada en el kilómetro 308 de la autopista a Córdoba. Ellas oficiaban allí como caseras. 

A las 9 de la noche las cámaras muestran la Saveiro entrando a la empresa con un bulto en la caja trasera, y con las mujeres en la Motomel de la víctima. Las imágenes muestran cómo hacen una fogata en el centro del predio para incinerar ese bulto. Luego arrojaron los restos calcinados en un contenedor de la empresa. La recolección de residuos hizo el resto: al arrojar toda la basura a granel en el relleno sanitario de Pérez, se perdió el rastro humano de Molina.

Las hermanas de Molina dirigieron las sospechas del fiscal hacia las Coronel. Sabían que tenían relación con su hermano. Así fue que el sábado 4 al allanar la empresa donde residían ellas, la policía secuestró la camioneta de Molina y objetos suyos que habían sido robados. La suerte estaba echada. 

Pero ellos no estaban. Kiefel estuvo haciendo un trabajo de pintura en un gimnasio cercano a la estación de Funes, y allí el impacto en la red de telefonía indicó que su teléfono y el de Molina estaban juntos.

Luego, los tres viajaron ese fin de semana a la localidad de Barrancas, a visitar a un hermano de las Coronel. Y se fueron a comer un asado a Puerto Aragón, un balneario cercano sobre el río Coronda. Allí arrojaron al agua documentos de Molina y su carabina. Pero como dejaron el arma dentro de su funda hermética, el objeto flotó aguas abajo y al día siguiente, domingo 5, una persona que corría junto a la costa del Coronda, en el balneario de Monje, divisó y reconoció la funda con el arma. 

Ahora quedan presos e imputados por una carga delictiva penada con prisión perpetua.