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El campeonato de Boca merecía una celebración a lo grande. David Campos salió de su trabajo con ganas de festejar el título del club de sus amores. Tenía los bolsillos gordos. Su jefe le había entregado un sobre con el aguinaldo.

Llamó a sus amigos para tomar algunas cervezas. El encuentro estaba en marcha. “No me esperen a cenar”, le dijo a Juana, su mamá, con la poca batería que le quedaba a su teléfono. Emanuel Medina, un ladero de cada juntada, aceptó la invitación de inmediato.

Las cervezas dieron paso a las pizzas. Y las pizzas, al fernet. “Tengo dos amigas para salir, no nos vayamos a dormir que la noche recién empieza”, lo codeó Emanuel a David con la medianoche encima.

Fue Eduardo quien escuchó el ruido de la puerta a la una de la mañana. “¿Sos vos David?”, preguntó con un susurro. “Sí, pa. Me vine a cambiar. Voy a salir”. Se puso una camisa, salpicó su cuello con un poco de perfume y se subió a su auto, un Volkswagen Up cero kilómetro que había comprado en abril con un plan de cuotas.  

David sabía que a las ocho tenía que marcar tarjera en el trabajo y que nunca “había pasado de largo”, como se dice en el jerga bolichera. Pero la noche se descontroló. Dos discotecas, muchas risas y varias copas de más. Emanuel agarró el volante a la vuelta. “Mejor manejo yo”, le dijo a su amigo, quien, sin chistar, se subió en el asiento del acompañante.

Las dos chicas se sentaron atrás. A las siete de la mañana se bajaron en la casa de una de ellas. Emanuel y David decidieron que la noche aún no había terminado. Dieron varias vueltas con la música en alto ya con la luz del día sobre el parabrisas polarizado. La cacería estaba por comenzar.

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El despertador de Eduardo sonó a las cinco de la mañana. Lo esperaba un largo viaje arriba de su camión. Puso la pava y dejó listo el mate. Antes de sentarse a desayunar abrió la puerta de la habitación de David para comprobar que había llegado. La cama estaba vacía.

Llamó a su hijo varias veces para saber si estaba todo bien. No pudo comunicarse. Al cuarto intento concluyó que el teléfono se había quedado sin batería. Se fue preocupado, con una mala espina. Juana quedó a cargo del rastreo. No volvió a pegar un ojo cuando su marido le comentó que David todavía no había llegado. Tampoco pudo ubicarlo.  

Eduardo subió el volumen de la radio de su camión cuando escuchó que un Volkswagen Up de color gris estaba siendo perseguido por la policía. No puede ser el auto de David, no tiene sentido, pensó por dentro.

La actualización de la noticia lo dejó helado, inmóvil en el asiento del camión. El auto se había estrellado con un árbol, se había producido un tiroteo y había dos fallecidos. Lo primero que atinó fue a llamar a Germán, su otro hijo, para pedirle que se acercara al lugar. Necesitaban corroborar la patente para saber si se trataba del coche de David.

Germán llegó a los pocos minutos. Estaba cerca. La patente coincidía. Era el auto de su hermano. Intentó acercarse pero una mujer policía se lo impidió. ¿Vos quién sos, qué haces acá, cómo llegaste tan rápido?”, increpó, con mal tono, la uniformada.

Le exigió alguna documentación para acreditar que se trataba del auto de David. Desorientado y muy aturdido, salió corriendo a la casa de sus padres en búsqueda de algún papel. Cuando volvió --20 minutos más tarde-- se topó con una escena alterada, muy distinta a la que había visto en un primer momento. Las dos chatas de la policía que habían quedado frente al auto no estaban en el mismo lugar. Los policías circulaban nerviosos. Hablaban entre ellos en secreto e incómodos ante el arribo del fiscal de turno.

Germán divisó a la mujer policía que le había pedido la documentación del vehículo. “Por lo que me dijeron tu hermano no está en el auto. Parece que lo secuestraron, estamos haciendo averiguaciones”, le dijo. La explicación no le cerró por ningún lado. Había dos cuerpos tendidos en el asfalto, uno a cada lado del auto.  

La confirmación de lo sucedido llegó más tarde de la boca de Adrián Spelta, el fiscal de la Unidad de Homicidios del Ministerio Público de la Acusación. David y Emanuel estaban muertos. Habían sido acribillados a balazos por la policía. “Ellos me dicen que repelieron un ataque, que hubo un fuego cruzado. Es lo único que te puede decir ahora”, explicó con la poca información que había recabado hasta ese momento.

Germán, en shock, no despegó su mirada del auto. No entendía qué había pasado. Tenía, sin embargo, una solo certeza: su hermano no tenía armas, su hermano no había disparado y a su hermano lo habían fusilado.

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Los dos policías del Comando Radioléctrico se miraron cuando el auto que conducía Emanuel pasó con la música en alto y a una velocidad más elevada de la permitida. La esquina de Grandoli y Gutiérrez lucia semidesértica a las 10.40 de la mañana.

El Volkswagen Up volvió a pasar por la misma ochava a los pocos minutos. Los agentes, según declararon tiempo más tarde, se sintieron “provocados”. Dejaron los cafés, se subieron a sus motos y empezaron la persecución.

Emanuel nunca paró. Sus papás, Luis y Alejandra, están convencidos que “los chicos se asustaron” al ver que los perseguían. A la redada se sumaron otras unidades de la policía motorizada y cuatro patrulleros.

La huida duró 28 minutos. El recorrido, que se extendió por varios accesos y calles de zona sur, no fue azaroso. Emanuel pasó dos veces por la puerta de la casa de sus padres. Quiso pedir ayuda. Quiso alertar que estaban en peligro.

Luis los vio pasar a toda velocidad. Estaba en la puerta tomando unos mates. Recién tomó dimensión de lo que estaba pasando cuando el auto apareció por segunda vez en escena pero ya sin la luneta trasera.

El pedido de auxilio de Emanuel no sirvió para detener la persecución, ni para evitar la lluvia de balas. Pero permitió reconstruir un relato que, en todo momento, intentó falsearse. Las grabaciones de las cámaras de seguridad confirmaron lo que Luis denunció desde un primer momento: que algunos policías empezaron a disparar en la persecución.  

El auto se incrustó contra un árbol en Callao y Arijón, en una zona de calles angosta con zanjas a los costados. La camioneta policial conducida por el oficial Marcelo Escalante y con el cabo Alejandro Bustos de acompañante frenó a los pocos metros. Al lado se detuvo la patrulla en la que se trasladaban los agentes Emiliano Mendoza, Roxana Ramírez y Jesica Lescano.

Bustos y Escalante abrieron fuego ni bien se bajaron. La mitad de los balazos impactaron en los cuerpos de Emanuel y David, quienes habían quedados inmóviles contra los airbags. Mendoza descendió de su móvil y con el arma servida en su mano caminó sigilosamente hacia la puerta del acompañante.

David agonizaba con algunos espasmos. Mendoza lo remató con un disparo en la cabeza. “¿Qué hiciste?”, le recriminó una de sus compañeras. “Disparé porque se movió”, respondió sin titubear.

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El jefe de tercios Hugo Baroni llegó con los dos cadáveres sobre el asfalto. Se dio cuenta al instante que sus subordinados se habían mandado una “flor de macana”. Reunió a algunos policías y dio las primeras órdenes. Necesitaban ser muy rápidos para falsear la escena del fusilamiento.

Se movieron las chatas de lugar y se buscaron dos armas para poner cerca de los cuerpos. Un policía agarró la mano de David, colocó el revólver entre sus dedos y jaló el gatillo varias veces contra una zanja. Esas detonaciones quedaron grabadas en un video casero que capturó un trabajador que estaba conectando una cloaca en la cuadra.

Baroni firmó un acto de procedimientos plagada de mentiras. Detalló que los jóvenes evadieron un control policial, que no hubo ningún disparo durante de la persecución, que las víctimas estaban armadas y que los primeros agentes que llegaron tras la coalición del vehículos dispararon al ser atacados. También omitió los últimos cuatro estallidos.

La farsa necesitaba de un acuerdo tácito. Había que sellar un pacto de silencio entre los dieciocho policías que participaron de la persecución. “Acá no habla nadie, todos siguen al pie de la letra lo que se puso en el acta”, ordenó Baroni.

El encubrimiento se cerraba con el silencio de la cuadra. Un patrullero dio varias vueltas por el barrio esa misma tarde. La amenaza fue directa: “No hable porque la cosa se va a poner muy fea”. Ningún vecino se presentó a declarar hasta el momento.

La primera pericia que recibió el fiscal avaló la teoría de los uniformados. Spelta llamó a una rueda de prensa para comunicar que el dermotest de Campos había dado positivo. El giro del expediente ocurrió con la ampliación del informe balístico, semanas más tarde.  

Las vainas encontradas dentro una de las armas halladas en poder de las víctimas habían percutadas por otras dos pistolas. El arma que tenía aptitud para el disparo estaba del lado de Medina, cuyo resultado de dermotest dio negativo.

Persecución Policial Callao 5700

Vídeo presentado en audiencia imputativa publica el 07/09/17 en relación a la persecución policial donde fallecieran dos personas el día 23/06/17 se observa trayecto en que se desarrolla la persecución.Link 2do video: https://www.facebook.com/fiscaliareg.segunda/videos/837148169795803/

Publicado por Fiscalía Regional Segunda Circunscripción en Viernes, 8 de septiembre de 2017

Con ese papel en mano, Spelta avanzó en las imputaciones. En la primera audiencia arremetió contra los uniformados. "Estoy en presencia de funcionarios que deben dedicarse a lo contrario de lo que sucedió. No esperaba esto: llegué al lugar del hecho y les creí desde la primera palabra; y como les creo yo, les creen todos los fiscales y toda la ciudadanía. Incriminaron a dos inocentes. Ni aunque les hubiesen disparado se merecían que los maten como los mataron. Espero otra cosa de la gente que trabaja para el Estado", admitió con decepción.

La farsa montada por la policía se terminó de resquebrajar cuando las agentes Ramírez y Lescano, quienes viajaban en el patrullero conducido por Mendoza, rompieron el pacto de silencio. Detallaron el paso a paso del fusilamiento y describieron cómo se orquestaron los movimientos para simular un enfrentamiento.

La causa, a un año de su inicio, tiene dos imputaciones por homicidio calificado por el cargo (Bustos y Mendoza) y dieciséis por encubrimiento doblemente agravado por la gravedad del delito y por tratarse de funcionarios públicos. Solo los tiradores están detenidos. Seis policías tienen arresto domiciliario y el resto espera el juicio –programado, en principio, para el primer semestre del 2019-- en libertad.

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David Campos (28 años) y Emanuel Medina (31 años) se conocieron trabajando. La vida los cruzó a mediados de 2008 en una fábrica de muebles. Formaron una amistad inquebrantable. Los dos eran familieros. A los dos le gustaban los autos, el fútbol y la noche.

A Emanuel todavía lo espera su hija Reneta, “la luz de sus ojos”, según Alejandra. La pequeña fue fruto de una relación amorosa que no prosperó. Trabajaba, sin mucho entusiasmo, en una tienda de celulares. Era el primogénito. Atrás suyo llegaron Flavio y Crístofer.

“Era un buen pibe, sin maldad. Cómo la policía le va a meter nueve balazos por la espalda. Explicame cómo”, se pregunta Luis con el primer aniversario de su muerte encima. “Mirá lo generoso que era que fue héroe en uno de las últimos desbordes del arroyo Ludueña. Salió en las noticias”, cuenta en su afán de describirlo.

En una tormenta, Emanuel se subió a una canoa y rescató a una señora que no podía salir del agua. Su foto salió en el diario La Capital. “Fue el gran héroe del barrio. Así era él, solidario y comprometido con aquel que la estaba pasando mal”, agrega Luis.

Alejandra dice que todos los días se sienta frente a la puerta de su casa a esperarlo. “Jamás se me cruzó por la cabeza que me lo podía matar la policía. Muchos de sus amigos eran policías. ¿Por qué dispararon, por qué?, maldice sin consuelo.

David estaba soltero y todavía vivía en casa de sus padres junto a Brian, su hermano menor. Trabajaba en una empresa metalúrgica. Había estado ahorrando los últimos cinco años para poder comprarse su primer cero kilómetro. Era amante de la play station, del fútbol y de los fierros. Los fines de semanas jugaba en una liga amateur. Viajaba cuando podía a algún autódromo para sentir de cerca la adrenalina de la velocidad.   

Germán, el mayor de los hermano, fue quien desde el minuto uno del doble crimen empujó el carro de la verdad y de la resistencia. Se quiebra al admitir que un año de aquella fatídica mañana aún no tuvo el tiempo de “llorar a moco tendido y de sacarse las lágrimas”. Primero está la lucha, luego el duelo, dice.

“Tuvimos que organizar una marcha para que no tapen esta masacre. Los medios instalaron la versión de la policía. No sabíamos por dónde empezar, pero teníamos que organizarnos para limpiar el nombre de los chicos”, explica.

Hicieron remeras con las caras de los chicos, una bandera para exigir justicia y salieron a la calle. Luego llegó el turno de las audiencias y las eternas peregrinaciones por los pasillos de los Tribunales. “Pensar que no los conocía y ahora me conozco a todo el mundo ahí adentro”, dice Germán.

Los Campo y los Medina se unieron en medio de la tragedia. Pintaron un enorme mural a metros de donde fusilaron a los chicos. Allí se juntarán este sábado al cumplirse un año de doble crimen.

La estigmatización, admite Germán, es una “batalla perdida”. Hasta el día de hoy, dice, la gente justifica lo que pasó diciendo que en "algo habrán estado metido”. “Para la gente del centro mataron a dos negritos, hay dos morochitos menos. Leer una nota y ver los comentarios de muchos lectores la verdad que es muy doloroso”, reconoce.

“Lo que acá no se entiende --agrega con indignación—es que cualquier rosarino podría haber estado en ese auto. Los chicos no acataron la orden de pare, se asustaron y tomaron la mala decisión de huir. Pero había miles de formas de detenerlos. Se optó por el fusilamiento”.

Para Luis no “hay vuelta que darle”. Emanuel y David fueron dos de las tantas víctimas de una policía que, en Rosario, cada tanto, sale de cacería.