El juicio por Bocacha: crónica de una decepción anunciada
Mucha gente acompañó en vigilia durante el juicio oral a la familia de Carlos Orellano, el chico que fue a bailar a La Fluvial y murió luego de ser expulsado del boliche por policías y patovicas. La desazón por un veredicto que les sabe a poco. "En Rosario matar es gratis", concluyó el padre de la víctima
Para los familiares y amigos de Carlos “Bocacha” Orellano fue una tarde cargada de emociones. En la previa, mientras los presentes trataban de lidiar con la intensa humedad rosarina, eran muchos los que se ilusionaban con una condena ejemplar que lleve algo de paz a una familia a la cual le falta uno de los suyos desde hace tres años. Bocacha salió a bailar en febrero de 2020, al boliche Sr. Ming y nunca más regresó. Su cuerpo fue hallado dos días después en el rio Paraná.
Hasta el cambio de día y hora de la sentencia les hace presentir un mal desenlace ahí, en la vigilia que decenas de amigos, familiares y militantes de derechos humanos sostienen frente al Centro de Justicia Penal. “Nos cambian de horario, para que no seamos muchos acá afuera. Somos todos laburantes y muchos se piden el día en el trabajo para poder acompañarnos” exclamó indignado Edgardo Orellano, papá de Bocacha en la plaza de Sarmiento y Rueda.
Los colores que predominaban en el gentío eran el azul y amarillo de Central, la pasión de Carlitos. Es que este pibe de 24 años no solo era número fijo en la popular del Gigante, sino que frecuentaba el club y se pasaba los veranos en el Caribe Canalla.
Su grupo de amigos parece de fierro. Crearon una asociación civil, una murga y se encuentran militando no solo esta causa, sino que también todas aquellas donde se involucre la inseguridad, la injusticia y la violencia policial. “Bocacha era una de las mejores personas que conocí, siempre dispuesto a dar una mano, por eso estamos acá, él estaría haciendo lo mismo y más por cualquiera de nosotros”, afirmaban aún cuando todavía no conocían el veredicto del jurado.
El fallo del tribunal estableció condenas de 6 y 12 años de prisión para tres personas, dos de ellas suboficiales de la Policía de Santa Fe y un patovica; y la absolución para otro empleado de seguridad.
Emanuel, uno de sus amigos, muestra con orgullo su tatuaje en el brazo con el apodo de Carlos. “ Me lo hice un año después de que lo mataran, sentí la necesidad de homenajearlo de alguna manera y de llevarlo siempre conmigo”.
Lo dijo minutos antes de que se hicieran las dos de la tarde y los agentes de Infantería se apostaran en bloque a la puerta del edificio, como un mal augurio de lo que se vendría.
“Nos tienen miedo, saben que fueron ellos y por eso vinieron a cuidar a sus compañeros” comenta uno de los tíos de Bocacha. Finalmente llegó la hora de la verdad. La familia deja de estar en la plaza y sube al edificio ubicado en calle Virasoro y Sarmiento en medio de barrio hospitales. Luego en el escenario, ubicado en las afueras y por los parlantes se empieza a transmitir la sentencia. Uno a uno se van nombrando a los acusados y cual es su situación futura con respecto al fallo, se escuchan palabras como “absolución y arresto domiciliario” e inmediatamente la plaza se tiñe de desazón, impotencia y angustia. No solo los allegados están indignados sino que también se puede ver como camarógrafos, periodistas y demás personas trabajando en el lugar tienen una mueca de frustración y no faltan los que se limpian las lágrimas con algún disimulo.
La familia sale del edificio y vuelve a la plaza. En ese momento se viven escenas de tensión, se insulta al aire pero también se ven abrazos y contención entre los que vinieron a bancar y reclamar por un hecho que jamás debería haber sucedido. Hay familiares a los que le bajo la presión por eso se pide una silla y agua para poder asistirlos.
Entre todas esas escenas y habiendo pasado solo algunos momentos desde la finalización del fallo. Edgardo, el padre de Bocacha, con una fuerza extraordinaria pide a la organización que lo dejen subir al escenario y así lo hace. Al momento de saludar una cortina de aplausos lo envuelve, se emociona y agradece. Lo tiene merecido, su hijo no esta, su familia se encuentra conmovida, por lo que consideran una sentencia injusta y ahí esta él, bancando y exigiendo justicia. En el comienzo de su exposición lanza una frase contundente: “ En Rosario, matar es gratis” y la gente empieza a corear: “ Yo sabía, yo sabía, que a Bocacha lo mató la policía”.
Orellano padre, pide cambios en la Justicia y menciona varias de las causas principales, a nivel local y nacional, donde a su entender la Justicia no fue justa: “Nos quemaron los humedales, nos endeudaron, ayer balearon a una criatura de 6 años y no pasa nada”. Se lo nota lúcido y anuncia que van apelar la sentencia: “ Vamos a seguir peleando, queremos una ciudad mejor, ya son tres años de venir aquí y sufrir provocaciones, pero no nos importa, vamos a seguir estando”. La plaza se vuelve a llenar de aplausos, vuelven las lagrimas pero queda volando la sensación de que Bocacha no esta solo, sus amigos y familiares seguirán peleando hasta conseguir algo de justicia.