Engordar en cuarentena, el peor de los miedos
Aún no se había decretado el aislamiento social, preventivo y obligatorio que las redes sociales ya se inundaban de gordofobia. Un meme del antes y después de la cuarentena, un chiste en algún grupo de Whatsapp sobre aflojarle a los postres en el encierro, un comentario de la familia, bombardeo de tips para no engordar en los medios de comunicación, influencers haciendo videos de actividad física y estigmatizando el sedentarismo, emojis de chanchitos acompañando cada posteo de un plato de comida.
Pareciera que el coronavirus, entre tantas otras cosas, hubiese desnudado que en medio de una pandemia, donde reina la incertidumbre económica y social, engordar preocupa más que morir o llegar a fin de mes.
Mientras la mayoría está en sus casas tratando de matar el tiempo, excepto el personal de salud y las actividades esenciales, aparece la culpa como una de las grandes protagonistas del aislamiento.
“No somos tu anécdota de cuarentena”
La respuesta inmediata de las y los gordos es pensar en el miedo que tiene la mayoría a ser como ellos. Como si algo estuviese mal con sus cuerpos y sus maneras de habitar los espacios.
Además, muchos de ellos problematizan la definición de salud que tantas veces los ha dejado afuera. “Me perturba pensar a qué relacionan la salud. Solamente a permanecer flacos y no subir de peso. Cuando en realidad debería preocuparles sobrevivir el coronavirus o el encierro. Más aún sabiendo que el aislamiento social va a tener muchas consecuencias”, reflexionó en contacto con RosarioPlus.com Lucrecia, integrante de Gordura Estruendosa, colectivo rosarino de activismo gorde.
“Creo que a la mayoría nos sigue doliendo a pesar del recorrido vivido, nos sigue poniendo en un lugar de burla y objeto. Nos quita la humanidad y nos pone en un lugar de chiste. Genera bronca y dolor”, narró la activista rosarina.
“Si realmente sus problemas en todo esto son no engordar, que revisen los privilegios. Nuestra corporalidad y nuestro existir no están mal. Estamos acá y también atravesamos esta situación tan especial,” recalcó.
Revisar los privilegios es una de las consignas más resonantes del movimiento.“Estás en tu casa, tranquilo, con internet, comida, televisión, y te preocupa ponerte un cartel en la heladera que dice que no tenés hambre sólo estás aburrido” se preguntó la fundadora de Gordura Estruendosa.
Por último, Lucrecia destacó la importancia de las redes del activismo gorde. “Poder tejer lazos gordes entre nosotros nos permite darle otra vuelta a este escenario y no quedarnos con esta sensación de que la gente se ríe de nosotros sino poder dar vuelta la rosca y encontrarle el sentido y la raíz a este problema”, propuso.
Cuando compartir es avalar
En diálogo con RosarioPlus.com, la médica especialista en nutrición Natalia Pellicciotti detalló que “este tipo de mensajes puede potenciar la disconformidad con la imagen corporal, característica y condición de un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA)".
Un mensaje que para muchos puede resultar inofensivo, puede repercutir directamente el vínculo con la comida de las personas con TCA. “Puede predisponer a una ingesta abundante y hasta a veces a perder el control terminando en un atracón, generando mayor malestar, culpa, frustración, angustia, o en el caso contrario, favorecer el pensamiento restrictivo, desencadenando mayor tensión con la comida” amplió.
“Una foto que circula en redes lastima mucho más de lo que podemos imaginar”, opinó Pellicciotti.
La especialista en nutrición pide evitar la viralización de este tipo de mensajes. “Basta a los memes gordofóbicos, al que publica y comparte, al que transmite el mensaje sin darse cuenta, al que detecta que el mensaje que transmite la imagen no está bueno e igual lo comparte, al que después de ver el meme dejó de comer porque le daba culpa”, exigió con contundencia. Y agregó: “Basta de producir estos contenidos, de compartirlos, de absorberlos con naturalidad y reírnos”.
“Si el chiste produce daño no es gracioso. El humor sana, descontractura, relaja. El chiste que alimenta fantasmas a nuestras obsesiones no”, concluyó.
Poner en cuarentena a las exigencias
Como si no fuese suficiente el temor y la inquietud, la exigencia de la productividad “24/7” se hace cada día más presente. La mayoría se propone una lista infinita de cosas para hacer en cuarentena, muchas veces inspiradas por las redes sociales: estudiar, trabajar, terminar la tesis, comer saludable, cocinar, entrenar, meditar, hacer yoga, limpiar, ordenar el placard, entre muchas otras.
“Muchas veces solemos terminar el día sobrepasados de exigencias, agotados física y mentalmente, y en muchos casos frustrados por no poder cumplir con tantas exigencias. Es tiempo de ser flexibles y benévolos con nosotros, de hacer lo que podemos con lo que tenemos. O simplemente hacer lo que queremos”, opinó Pellicciotti.
Además, desafió: “Quizás sea tiempo para encontrarse y aprender de uno mismo, recalcular las expectativas y no ser exigentes con nosotros mismos. Ya demasiadas exigencias propone el aislamiento social como para agregar otras nuevas”.
“No está mal comer de más estos días. No está mal no querer hacer nada. No está mal tener miedo. No está mal estar mal”, cerró la doctora.
Más preguntas que respuestas
“¿Desde cuándo, desde qué perspectivas el cuerpo y la imagen corporal cobraron más importancia que nuestra vida? ¿En qué momento dejamos de visualizar esta situación de aislamiento como lo que verdaderamente es, una medida extrema de cuidado y protección de mi salud y de la de mi entorno y no una “amenaza” para mantener mi peso? ¿Acaso vale más el número que refleje mi balanza que la propia vida o la salud?”, se pregunta Natalia en contacto con este portal.
Por su parte, Lucrecia también suma sus interrogantes. “¿Dónde está la salud? ¿Dónde está la preocupación real? ¿Qué es la salud para la gente? Me llama la atención el orden de prioridades. No dimensionan el real escenario de lo que está sucediendo, las presiones sociales siguen siendo tan fuertes, aún en un contexto en el que tu vida realmente corre peligro”.
Al menos, por ahora, no hay una respuesta que termine con esas dudas. El aislamiento social, preventivo y obligatorio expuso que nada aún puede acabar con el miedo a la gordura. Ni guerras, ni pandemias, ni crisis sociales ni económicas, ni siquiera la muerte atemorizando al mundo. El rechazo y el odio a las corporalidades gordas es transversal y está tan internalizado que la mayoría no llega ni siquiera a darse cuenta del daño que provoca.