Mayra Arena: "Pecamos en ver a los pobres como un receptáculo de derechos"
Por Gustavo Schnidrig
De 2018 a esta parte, Mayra Arena se convirtió en una referencia ineludible para buena parte del peronismo preocupado por pensar los avatares de su tiempo y espacio.
Bajo tal premisa se acercó a nuestra ciudad, a fines de abril, donde compartió un encuentro de diálogo y reflexión en la sede central del PJ ante un nutrido grupo de espectadores, en su mayoría jóvenes.
Durante el encuentro Mayra celebró la irreverencia crítica de la juventud santafesina porque entiende que “salirse del sentido común” es uno de los desafíos actuales de la política argentina: “Tenemos la tendencia de agarrarnos a cinco o seis palabras para justificar los errores del mundo y en esa comodidad quedarnos”, argumenta en diálogo exclusivo con Santa Fe Plus.
Orgullosa bahiense y militante por naturaleza, su pensamiento parte del análisis de la pobreza para desnudar las distintas miserias cotidianas a la que están expuestos la mayoría de los argentinos, fenómeno que hace extensivo a buena parte de la clase media.
Aquí el concepto de “inseguridad” le resulta clave, pero no para contraponerlo a la utopía de la "seguridad" sino para pensar cómo fue cambiando el tipo de delito (y de delincuentes) por no haber tenido “modelos de referencia claros” para construir una vida en comunidad, ya sea en el barrio o en una cárcel.
“Para dejar de delinquir no se necesitan ni más cámaras en toda la ciudad, ni un aumento de policías o de medidas de seguridad drásticas, sino el cambio de subjetividad de esa persona que decidió ser criminal. Y el cambio de subjetividad se logra con un modelo de referencia para construirla”, se explica.
—En tu charla brindada en Santa Fe hablaste de cómo la pobreza está cada día más ligada al concepto de individualismo; ¿podés ampliar esta idea para hablarnos de por qué y desde cuándo creés que se da en Argentina?
—Lo que más me llama la atención es el deterioro de la convivencia en los barrios. No me gusta la gente que sostiene que todo tiempo pasado fue mejor o que habla de su infancia como algo maravilloso, porque vemos el mundo con otros filtros y no tal como es. Pero sí creo que existía el concepto de dejar a nuestros hijos o de dejar a los chicos jugando en la vereda, en la casa de vecinos o de amiguitos. Así fuí conociendo el mundo, a través de las casas de otras personas. Es la socialización secundaria que rompe el cascarón de creer que el mundo es como te lo cuentan mamá, papá, la abuela o quien te esté criando.
Creo que esa convivencia generaba lazos de solidaridad. No una solidaridad como valor elevado, sino en términos defensa propia. Es decir, vos tenés que convivir y el vecino te da una mano cuando tenés que ir a comprar, o te mira el nene que está dormidito y no lo quieres despertar. Incluso si el vecino ve que le está pasando algo a tu casa, llama a la policía. Son acuerdos que hacen a la convivencia buena, pacífica y colaborativa. Y es lo opuesto al concepto de inseguridad.
No creo que lo opuesto a la inseguridad sea la “seguridad” como la policía, el alumbrado, la reja o elevar los muros que nos rodean. Todo eso genera un encierro. Por eso mi crítica a la política de los últimos 20 años, donde fue garantizándose la impunidad para aquellos que toman la calle y roban en los barrios. Es decir, que atentan contra las libertades de los demás. Hablo de la impunidad para aquellos que cometen delitos así sean pequeños o simples. Venimos sosteniendo sistemáticamente la impunidad para esas personas. Cualquier ideología empieza a fallar si los malos no reciben un castigo o un llamado de atención. En los barrios empieza a aparecer la sensación de impunidad para quienes hacen las cosas mal.
Así llegamos a una rotura o putrefacción de los lazos sociales. No es que antes éramos más solidarios o más buenos, sino que por una cuestión de conveniencia y supervivencia se necesitaba ser solidario y convivir. Pero ante la aparición de este tipo de cuestiones la gente se retrae en la propia familia y vivienda. Se llega a una gran pérdida de las libertades y a una gran baja en la calidad de vida social, también a una pérdida de autonomía de los más niños que empiezan a salir a la calle mucho más grande y arrancan más tarde en todo.
Se pierde la vereda que iba dando una cierta noción de lo que es el mundo y de cómo comportarse ante otras personas. Y termina en que todos tengamos una peor calidad de vida en los barrios.
—¿Qué tipo de políticas públicas se necesitan para que “quienes hacen las cosas mal tengan su castigo”, en un contexto donde las cárceles están superpobladas?
—No creo en la cárcel gigante porque genera un sistema donde quien cumple su condena sale con un mayor resentimiento del con el que entró. Además sale con un mayor conocimiento de la práctica delictiva. Es decir, está mejor preparado para seguir siendo criminal.
A mí nadie me puede acusar de “defiende rochos”, soy recontra dura con el delito. Pero teniendo en cuenta la vida real y lo que queremos para con el delito, y si queremos frenarlo, tenemos que ocuparnos de quienes lo cometen. Siempre cuidando primero a quienes hicieron las cosas bien pero, ¿qué hacemos con quienes encerramos por un delito?
Entonces creo que para dejar de delinquir no se necesita ni más cámaras en toda la ciudad, ni un aumento de policías o de medidas de seguridad drásticas, sino el cambio de subjetividad de esa persona que decidió ser criminal. Y el cambio de subjetividad se logra con un modelo de referencia para construirla. Por eso necesitamos cárceles con más educación y modelos de docentes que los eduquen e inspiren.
No creo que moler a palos a alguien y tenerlo castigado durante cuatro o diez años termine generando una mejor sociedad. Ojo: no significa que no sienta el deseo de que eso pase cuando veo que le roban a un pobre. Significa que entiendo que sometiéndolo a ese estado de violencia sale peor y no le conviene a nadie.
Para lograr un cambio de subjetividad no podemos tener cárceles enormes y mucho menos abarrotadas. Necesitamos una estructura donde puedan educarse a los presos. Por seguridad de ellos, como dice nuestra Constitución, y no por un punitivismo que no tiene sentido. En términos de convivencia social no conviene ni cambia nada. No baja el delito y es simplemente una especie de caramelito para aquellos que quieren tener la sensación de “venganza”.
—Mencionás la necesidad de agarrarse a cosas más grandes o de tener modelos de referencia, problema que entiendo hacés extensivo a las y los jóvenes: ¿Cómo se hace para para trabajarlo en términos colectivos y/o militantes?
—Para trabajarlo hay que separarlo en tres órdenes: pensar en el criminal o quien cometió un delito y está con problemas de convivencia social; en el pobre; y en la clase baja o media empobrecida. Son tres esquemas distintos y debemos construir un proyecto de vida que no sea incompatible con el otro.
En el primer escalafón, es decir en aquellos cometieron un delito, es importante saber que quienes trabajan en el sistema penal dicen que no es posible hablar de reinserción porque nunca estuvieron insertados. Es como querer rehacer algo que nunca se hizo. Hay que pensar entonces en una primera inserción para que esa persona sea parte de la comunidad. Y que sea una parte valiosa, porque todos buscamos construir valor y autoestima. En cambio, hoy lo que suele pasar es que te adoptan las bandas de los barrios y la identidad se empieza a construir con una escala amoral, acorde al delito que cometés. Y mientras más robas, más piola sos. Si no agarramos nosotros a los jóvenes, los agarran otros.
Ese cambio de subjetividad debe apuntar a mejorar el autoestima. Pecamos en ver a los pobres y a los sectores empobrecidos como una parte pasiva o receptáculo de derechos. Para que una persona se empiece a sentir completa también tiene que aportar. Los peronistas no creemos en solo dar. De hecho la teoría peronista dice que cada uno tiene que producir al menos lo que consume.
Entonces tenemos que ir a buscar a los sectores empobrecidos e incluso a aquellos que han cometido errores para ayudar a construir, y no solo verlos como a una parte pasiva. Requiere de un esfuerzo enorme, de políticas y de una presencia y participación activa del Estado en la ciudadanía. Porque cuando se van formando esos vínculos la persona ya no puede ni quiere robar en su barrio, porque amplió su noción de que el otro es un par.
Algo similar puede ocurrir con la clase media empobrecida, porque es un sector que no acepta ayuda sin sentir que está retribuyendo o pagando con algo. Y ahí también tenemos que pensar en qué sistema creamos, siempre pensando en lo que cada familia o cada trabajador puede aportar para su comunidad.
—¿Es necesario ampliar también los límites de nuestro "pensamiento militante"? Estoy pensando en tu noción de “vagancia del sentido común” que hacés extensiva incluso al peronismo
—Es que hay palabras que se usan tanto últimamente y se ponen tan de moda… Hay que reconocerle a La Libertad Avanza que mete algunos hits. Pasó con el “no hay plata” y el “no la ven”, ahora con el “auditar”. Si hay algo que reconozco es cuando se tiene la capacidad de meter un concepto, me vuela la cabeza. Porque ahora resulta que si vos “auditás” cualquier tipo de institución, automáticamente queda todo solucionado y funcionando a toda máquina. Lo cual resulta ridículo, porque en todo caso solo nos ayuda a ver su grado de transparencia. El cómo y el qué de una institución no está sostenido estructuralmente en los problemas a nivel de auditoría.
Y así viene ocurriendo con todas las palabras. La peor es la de “empatía”. Hubo una época en donde todo se solucionaba con “empatía” por el otro, hasta por el que le voló la cabeza a tu vieja. Estamos todos locos. Ese concepto no tiene ningún tipo de sentido y quedó recontra lavada, pero no pasa de moda para quienes la sostienen. Creo que cada sector va armabndo su grupito de palabras o conceptos con los que se aferran para solucionar los problemas del mundo.
Por ejemplo, la idea de “auditoría” está ligada a la "honestidad". Se busca priorizar que una institución o persona sea “honesta”, sin calentarnos por el modelo productivo o proyecto de ciudad a adoptar. Es terrible, pero pasa así. Cada uno con su grupito de cinco o seis palabras para justificar los errores del mundo, y en esa comodidad se quedan. Todos esos marcos teóricos son de una vagancia absoluta.
Por este motivo se dio mi primera pelea con el peronismo de mi ciudad (Bahia Blanca), hace un poquito más de 10 años. Yo hice notar que el centro y los barrios ricos se habían vuelto muy seguros: muy iluminados y llenos de cámaras. Planteé que si se aumentaba esa infraestructura se mejoraba la seguridad, porque en una ciudad de nuestro tamaño (similar a Santa Fe) no se puede robar en un lugar con cámaras. Si mejoras la infraestructura, mejorar la seguridad de los pobres.
Pero ese sistema, como sentido común, no funcionaría porque ya quedó viejo. Hoy tenemos un tipo de criminal al que no le importa quedar filmado o ir preso, y que construye un sistema de adquisición de poder en su barrio y banda conforme al delito. Es una escala donde van creciendo acorde a las macanas que se manda. Entonces no me puedo quedar con el sentido común de que con más infraestructura se reduce el delito. No en aquellas ciudades donde la criminalidad o las bandas crecieron a un punto donde los ladrones ya están muy jugados o no les importa nada.
Todos tenemos la tendencia de agarrarnos a un sentido común, porque de algo hay que aferrarse. Pero debemos mirar los problemas en cada contexto, para no venir con soluciones importadas que después fracasan. Debemos tratar de cometer el acto desafiante de pensar, de no entregarnos a la comodidad o la hamaca paraguaya del marco teórico o sentido común que nos soluciona todos los males.