Chicho Chico, un fantasma en la Década Infame
La Década Infame, ese período oscuro de la historia argentina, tuvo un fantasma: se llamó Francisco Marrone, le decían Chicho Chico, y se identificaba con un nombre falso, Alí Ben Amar de Sharpe. Había llegado como prófugo de la justicia italiana, que lo perseguía por varios crímenes, y se radicó en Rosario, “la principal sede mafiosa” de la época, según la definición de Simón Samburgo, uno de sus colaboradores. Fue la mano oculta detrás de resonantes secuestros extorsivos y uno de los personajes más excitantes para la prensa y la opinión pública, que le siguieron adjudicando robos, muertes y conspiraciones delictivas incluso hasta mucho después de su muerte, en el desenlace del enfrentamiento que sostuvo con Juan Galiffi, Chicho Grande.
En 1932, Marrone se casó en Rosario con María Esther Amato, joven que pertenecía a una familia bien ubicada: su hermano Arturo era dirigente radical; otro hermano, Héctor, asesor jurídico de la policía; un tercero, Armando, oficial del Regimiento XI y secretario del jefe de Policía. Chicho Chico usó entonces el nombre de Alí Ben Amar de Sharpe y dijo que había nacido en la ciudad de Constantina, en 1900, hijo de Niyima Bazis, siria, y Elías de Sharpe, egipcio. Pero según un informe recibido más tarde por la policía de Buenos Aires desde el Ministerio del Exterior, de Italia, en realidad había nacido en Palermo el 9 de febrero de 1898 y tenía pedido de captura por actividades mafiosas y dos crímenes.
A principios de 1930, Marrone fue localizado en Marsella, pero escapó apenas el Consulado General de Italia en esa ciudad pidió su extradición al gobierno de Francia. En una extensa declaración realizada en 1938 en calidad de arrepentido, Simón Samburgo contó que Chicho Chico llegó entonces a Buenos Aires para escapar de sus perseguidores.
Samburgo, de origen siciliano, se había radicado en la capital tras salir en libertad de la cárcel de Rosario. Había sido acusado por el asesinato de un paisano, Juan Cimino, ocurrido en 1925 en el antiguo Mercado de Abasto, y condenado a una pena de prisión que tuvo varias y sucesivas conmutaciones. Después de intercambiar saludos y fórmulas de cortesía, Marrone “terminó por inquirirle por Juan Galiffi” y dijo que en Sicilia le habían encargado “apoderarse de la mafia que existía aquí y sofrenar la violencia de Galiffi”.
Marrone y Samburgo tuvieron otras entrevistas, en las que trataron “sobre los elementos mafiosos existentes en la Argentina, pero especialmente los de Rosario”, según la declaración policial. Samburgo le recomendó “mucho cuidado en su acción”, a lo que Chicho Chico contestó “que no tenía miedo de morir, que tenía que cumplir la misión y que mientras estuviera él en la Argentina, ningún pretencioso tenía que aprovecharse de los paisanos”. Se sobreentendía que Galiffi no iba a ceder graciosamente su lugar de capo de la mafia siciliana en la Argentina.
Una estrategia
Según Samburgo, que terminaría preso en la cárcel de Usuhaia, Marrone dijo también que “si bien venía para hacer la paz y no la guerra, sería firme en su propósito”. En principio se relacionó en términos amistosos con Galiffi.
En un reportaje publicado por el diario Crítica, Chicho Grande dijo que conoció a su rival en el hipódromo de Palermo; “¿Cómo iba a desconfiarle cuando era un hombre que estaba figurando en un círculo de grande señore?”, se excusó Galiffi, hablando el cocoliche que le adjudicaba el diario que lo convirtió en su enemigo después del asesinato de Silvio Alzogaray, su corresponsal en la ciudad.
Al llegar a Rosario, Marrone pareció valerse de ese entendimiento con Galiffi para hacer relaciones. Los miembros influyentes de la comunidad mafiosa, como el ya anciano Cayetano Pendino, le dieron la bienvenida, se pusieron a su disposición y lo trataron con el título honorífico de Don. Los testimonios reunidos en la investigación judicial del asesinato de Pendino permiten concluir que los hombres de la mafia creyeron en los propósitos que declaraba Chicho Chico, según los cuales era una especie de enviado de la casa central en Sicilia para unir a los connacionales y aggionarlos en las actividades del crimen organizado.
Mientras acudía regularmente a la confitería del Jockey Club -tenía un chofer particular, Blas Bonsignore- y cortejaba a María Esther Amato en reuniones sociales, Chicho Chico buscó gente de confianza que lo secundara en sus planes de cuestionar la autoridad de Galiffi. Había una nueva generación en la delincuencia organizada y sus principales miembros, como José Consiglio, José La Torre y Raymundo Arangio, todos de origen siciliano, adhirieron a Marrone. Otro importante reclutamiento fue el de Carmelo Vinti, oriundo del pueblo de Raffadale, con antecedentes como mafioso desde 1914 y predicamento en el ambiente.
Marrone explicaba el abecé del mafioso. Juan Micheli recordaría sus leccciones: “Me decía: “Hay que vestir bien, tener buenos modales y dejar de parecer un ‘tano mafioso’, como parecen ustedes”. En el primer encuentro, “a estar de lo que conversaba, venía del campo, procurando buscar algunos amigos para trabajar en política”. Una semana más tarde, según su declaración judicial, Micheli se cruzó con La Torre, quien contó que le había alquilado el altillo de su casa, para que lo utilizara como escritorio, y “que había andado con él por el campo unos quince días”, para estudiar la zona, ya que querían “formar una sociedad ilícita con fines de cometer hechos delictivos”. Lo que hoy se llamaría una tarea de inteligencia en busca de víctimas propicias para un secuestro.
La justicia según Chicho Chico
Vicente Ipólito fue uno de los que testimonió sobre la “misión” de Marrone en Rosario: “Decía que había sido mandado de Francia para arreglar a sus connacionales, pues según él las cosas aquí estaban en desorden”. En ese marco se produjo la convocatoria a un cónclave mafioso que se realizó el lunes 27 de abril de 1931 en la quinta de Juan Logiácomo, ahijado de Galiffi, en San Lorenzo.
Además de Marrone y del dueño de casa, participaron en la reunión Luis Dainotto, Esteban Curaba, Juan Micheli, Diego Ulino, Felipe Scilabra, Luis Montana, Salvador Mongiovi, Carmelo Vinti, José Consiglio, José La Torre, Raymundo Arangio, Santos Gerardi, Santiago Bue, Carlos Cacciatto, Felipe Campeone, Diego Raduzzo, Romeo Capuani, Leonardo Costanza, Vicente Ipólito. Blas Bonsignore, Joaquín Lo Greco y los hermanos Gaspar y Pascual Bruculera. Por alguna razón faltó Felipe Campeone, uno de los asesinos de Silvio Alzogaray.
Según Simón Samburgo, el motivo de la reunión era “aclarar las situaciones producidas por los rozamientos y violencias o muertes que habían ocurrido entre ellos mismos”. Pero la mayoría de los participantes llegó a la reunión de San Lorenzo con una idea difusa del motivo por el que se los convocaba. Se trataba de que Don Chicho, sencillamente, los necesitaba: el respeto por la autoridad estaba muy arraigado en ellos.
Las deliberaciones terminaron en una especie de juicio contra Luis Dainotto -por supuesta colaboración con la policía- y Esteban Curaba -“ha atentado contra los reglamentos de la sociedad: se ha portado mal con la mujer de un amigo, es un canalla”, denunció Marrone-. Pero el veredicto ya estaba dictado, y todo estaba preparado para su cumplimiento inmediato: al cabo de una discusión, los acusados fueron condenados a muerte y ejecutados.
Faltaba algo: Marrone le ordenó a Arangio que volviera a Rosario en busca de Cayetano Pendino y que le dijera que lo esperaba, porque quería hablarle. Mientras sus cómplices cargaban los cuerpos de Dainotto y Curaba -fueron enterrados esa misma noche en zona rural de Serodino, cerca del río Carcarañá-, Chicho Chico asesinó a Pendino -antiguo consejero de Juan Galiffi- apenas llegó a la chacra.
El 30 de abril, las mujeres de las víctimas recibieron telegramas “en los que nuestros esposos nos hacen saber que se hallan en Montevideo, gozando de perfecta salud”, según denunciaron ante el juez Desiderio Ivancich. No solo el cartero les llevaba noticias. Anunciada Josefa Cacciatore, esposa de Dainotto, recibió además un anónimo, escrito en lápiz y en un recorte de papel cuadriculado, que le revelaba de manera retorcida la verdad: “Estimada señora -rezaba-: La presente es para decirle lo siguiente, no es necesario que ande uste (sic) de payaso es decir vestida de color obra lo que tiene hacer es vestirse de luto porque su marido ya no volverá más porque él ya ha hecho un viaje muy largo que no tiene vuelta el pobre ya muerto y enterrado”. Los restos de Curaba y Dainotto fueron hallados el 8 de mayo de 1931, mientras que los de Pendino recién serían descubiertos el 12 de abril de 1938, en el patio de la quinta de Logiácomo.
La disputa por la hegemonía en el grupo mafioso surge claramente como motivo de los crímenes: “Pendino y Dainotto tenían bastante ascendiente sobre la masa de connacionales, seguramente éstos le estorbaban para los planes que pensaba desarrollar”, dijo Vicente Ipólito; según Felipe Scilabra, “Pendino mantenía amistad y tratos con Marrone, pero era de un temperamento algo fuerte y capaz de no admitir indicaciones ni sugestiones”; las víctimas, agregó Juan Micheli, “se rehusaban a participar en hechos que pensaba realizar Don Chicho y no querían someterse a su voluntad”.
Si el propósito era la unidad, el resultado no pudo ser peor. La mafia quedó partida en dos grupos. Entre los adherentes a Chicho Chico se encontraba Diego Raduzzo, dueño de un conventillo en Refinería, organizador del grupo que asesinó por encargo al procurador Domingo Romano en 1930 y , como se vería luego, entregador del propio Marrone a su verdadero jefe, Juan Galiffi. Desde Montevideo, donde acababa de radicarse, Chicho Grande se mantenía al tanto de las novedades a través de sus múltiples contactos en “la principal sede mafiosa”.
El secuestro de Andueza
Marrone vivía por entonces en un chalet que alquilaba en Arijón 1010 (numeración antigua), en el Saladillo residencial. Ninguno de los asistentes al cónclave, lógicamente, fue a contarle a la policía lo que había ocurrido, pero o Chicho Chico tenía poco que temer: el jefe de Investigaciones de la policía rosarina, Félix De la Fuente, recibió orden “de no molestar al señor de Sharpe”, ya que se trataba del “futuro pariente del secretario de la Jefatura, teniente Amato”.
Con la tranquilidad de tener las espaldas cubiertas, el 2 de septiembre de 1931 Chicho Chico dio su primer golpe importante. Fue el secuestro de Florencio Andueza, un comerciante de ramos generales de Venado Tuerto. Si bien la investigación judicial avanzó recién cuando los principales responsables estaban muertos o prófugos, al menos alcanzó a establecer cómo se desarrolló el plan: José Consiglio fue quien transmitió las órdenes del capo y se encargó de supervisar su cumplimiento; Santos Gerardi realizó las tareas de inteligencia previas en Venado Tuerto, donde vivía su novia, Celestina Busellato; Arangio, Felipe Campeone y un tercer hombre no identificados abordaron a Andueza en la calle y se lo llevaron.
Obligado por los mafiosos, que querían 100 mil pesos como rescate, Andueza, de 31 años, escribió una carta a su tío, Santiago Gamboa: “Es completamente necesario que mande el dinero pues yo me encuentro en una situación sumamente difícil pues están cansados de esperar tanto ellos como yo”, le decía. También daba instrucciones para el pago: ““El que lleva el dinero debe llevar un pañuelito blanco en el radiador... Debe salir de Venado a las 5 de la mañana a 40 km a lo más y dirigirse a San Urbano, Santa Teresa, Pavón Arriba, calle Plata de Rosario. El mismo día sale de Rosario a las 8 de la noche haciendo el mismo camino que a la venida. Debe venir completamente solo y entregar el dinero al que lo detenga y pida si tiene pollos... es necesario el mayor secreto... es gente decidida y no va a parar hasta vengarse con todos nosotros”.
Martín Iriondo, un vecino de Chapuy, fue el encargado de hacer el pago. Andueza reapareció sano y salvo el 9 de septiembre y no aportó prácticamente ningún detalle a la policía. El reparto del botín provocó una discordia, ya que uno de los cómplices, Juan Amado, se quejó de la parte que le tocaba, por lo que Chicho Chico en persona lo mató el 11 de enero de 1932, en un camino rural.
Superado el obstáculo, Marrone tenía otras cosas en qué pensar. La boda con María Esther Amato fue un acontecimiento que mereció una nota destacada en el diario La Capital, el 22 de febrero de 1932: “Esta tarde, a las 19.30, en la residencia de la familia de la prometida, será consagrada la unión matrimonial de la señorita María Esther Amato con el señor Abamar de Sharpe, joven pareja que en nuestros círculos sociales está vastamente vinculada. El acontecimiento será celebrado con una recepción, de la que participarán las muchas amistades de los contrayentes, dando margen a una nota social de destacado relieve”.
De sociales, Marrone pasaría muy pronto a la sección policiales.