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Si alguien, en alguno de los últimos domingos lluviosos, hubiere estado en un bar, tomando un café, y ojeando una de las últimas Caras, o de la Gente, se habría dado cuenta de que nunca la melancolía es tan profunda como para que te depare una sorpresa.  

Ahí estaba, a todo color, clara y fulgurante, Julia Roberts, declarando que, entre tantas otras cosas, su madre una vez le dijo que se pare derecha, que ande derecha, y que eso es lo que más la ayudó en la vida.  

Ese alguien puesto ahí, en esa lluvia, incidentalmente, ante ese don, seguramente hubiere activado una dimensión ontológica submediática que, a la manera de una constelación, tal vez lo transportara  a su experiencia con un film de 2013, August, en el cual Julia Roberts hace de una hija mayor que, obviamente, trata de andar, por la película, derecha.

Ciertamente, la decisión de no volver a ver la película tuviera que ver con el vano intento, de ese alguien, de retener la rememoración de una experiencia. Más cerca de las texturas que de los motivos, era un cierto gesto de hija irremediablemente mayor de Julia Roberts en la película lo que actuaba como vector. Un gesto arrojado en la inconmensurabilidad de la geografía amarilla, vacía y caliente de Oklahoma, penetrada por un viento siempre terroso que alteraba las psiquis a la manera de un fármaco. 

Ese gesto perforaba la cronología hacia otro espacio igualmente espeso pero alejado, tanto de la Gente, o de la Caras, o de la película, aunque no tanto, tal vez, de la lluvia de uno de los últimos domingos. Ese otro espacio le sucedería, a ese alguien, a la manera de una pátina nubosa y delirante de escena personal, primitiva, púber-adolescente, en una incipiente urbanidad, nunca del todo lograda aunque aún insistente, de pampa húmeda argentina.

La extravagancia de la asociación de personajes de la lluvia, de la película, de las revistas, de la infancia, de la vida, de nuestra pampa cada vez más húmeda, no le quita realidad a una subjetividad que nunca necesitó la seudomodernización digital para ser hipertextual. Ese alguien, al contrario, puede encontrarse, sin quererlo, por la punción de un mero gesto, en una constelación de afinidades cuya funcionalidad imprevistamente poiética logra fragmentar, aunque sea por un momento, la anestesia melancólica.

Así, puesto en esa posición del gesto de hija mayor y del andar derecho de Julia Roberts, ese alguien volverá a linkear, aún bajo la lluvia, y sólo por un instante, como tantas veces, el aura benjaminiana: esa manifestación irrepetible de una lejanía, por más cercana que pueda estar.