"Todo eso", un libro rosarino sobre los fragmentos de una infancia violenta
Las corrientes literarias argentinas giran hoy en torno a la autobiografía y la autoficción. Con el devenir del Ni Una Menos, surgió la necesidad - por los poros - de escritoras de contar historias de violencias marcadas en la piel. En Rosario, en pleno encierro de pandemia, Beatriz Fiotto se reencontró con la catarata de recuerdos y dispuso su oído a la niña interior para transcribir lo más fiel posible cada anécdota de una infancia desgarrada por abusos y violencia en su sistema familiar, donde lo que primaba era el silencio cómplice. La escritora decidió que ya no sería parte de eso y escribió. María Paula Alzugaray leyó su obra y la convenció que eso era un libro, cuando no se lo había propuesto, y la Cámara de Diputados de Santa Fe propició su publicación y declaración de interés provincial.
“Todo eso” de editorial Gato Grillé se presentó el 8 de marzo de 2021 en la Biblioteca Argentina. No es una novela ni un cuento. Es como abrir una caja de fotos en sepia donde se dispara la memoria hasta olfativa. Se avanza en cada uno de sus poderosos micro relatos cual foto de un momento crucial de tantos otros que bullían en la mente de su autora, donde lo natural era el desamor y la violencia, y la afectividad paternal era de un exotismo inusitado.
“No era mi intención publicarlo, pero lo escribí y me hago cargo. Descorrés un velo y se ve lo real: que somos humanos, y que no voy a sostener más la complicidad. Para mí fue una emulación y dejar que el recuerdo se cuente sólo con recuerdos, similar al libro de Georges Perec ‘Me acuerdo’, con una escritura fragmentaria, de partes que muestran que la violencia es justamente fragmentaria, pero que es parte de muchas otras violencias en la casa, la escuela, la calle, todas las instituciones donde sucede”, precisó Beatriz Fiotto una tarde de viernes soleada en un café, en diálogo con Rosarioplus.com.
Beatriz nació en Galicia, España y luego vivió su infancia en Quilmes. Reside en Rosario, donde es docente, fotógrafa y escritora. Es también autora de “Diálogos poéticos” junto a Laura Rivera y Victoria Fabre. Ahora escribe poesía y otros estilos. “Todo eso” se puede conseguir en Buchin, Oliva, Halcón Maltes, Argonautas, Mal de Archivo, o en las redes sociales de a editora Gato Grillé.
El arte de tapa la hizo el hijo de Beatriz, Daniel Campi, basando el dibujo de contornos de los cuatro hermanos y la madre en una foto familiar real, de cuando la familia retornó de España, y en la imagen, la única que lleva rasgos en su cara es Beatriz, la misma que de niña, describe en uno de los primeros pasajes: “No había nada que cuidar, era evidente el valor nulo de mi cuerpo y de mi persona. Y mi nombre se fue borrando (…). También mi cuerpo era un terreno a recuperar y de la única manera que sabía hacerlo era escondiéndolo. No lo podía habitar, solo tengo presentes mis pies (…). Miraba mi cara al espejo y solo había un profundo sentimiento de extrañeza y vacío, nada. No podía ver nada que me pudiera identificar. Todos los rasgos eran nulos (…) me acostumbré a formas de invisibilidad”.
En su infancia, la autora fue abusada por uno de sus hermanos mayores -que también era menor de edad-. Beatriz es la menor de cuatro hermanos, y llegó a la familia cuando lo peor ya había pasado y su padre se fue. Pero se reprodujeron las esquirlas de violencias –verbal, física, abandono, destrato o abuso sexual- que aprendieron del papá. “Yo llegué cuando ya sucedió el naufragio, tras irse mi padre y enviarnos a España con mi madre embarazada de mí, y recibí esas esquirlas. Lo que ellos vivieron ya es una historia anterior que tramitarán o no”, analizó.
“Todo eso” es un todo donde cada pieza cumple un rol como en un ajedrez. “Mi madre funcionó sistémicamente en esa violencia: cuando le decía que me pegaron mis hermanos, ella respondía ‘entendelos, están celosos, sos chiquita y te envidian’. Me pedía que a los cinco años entienda al que me maltrataba, como si fuera yo una adulta, y yo no era defendida por ella. Despojarme de mi integridad para entender su avasallamiento, el síndrome de Estocolmo es un poroto al lado de esto”, ejemplificó la autora de esta autobiografía de su infancia.
El lugar donde la pequeña Bea se sentía segura era siempre fuera de su casa. “En la calle yo organizaba el juego, era líder en el grupo de amiguitos del barrio. Era lo opuesto a quien era en mi casa, donde lloraba siempre”. En un desplazamiento hacia su libertad, este libro se divide en tres capítulos: va del cuerpo a la casa, y de la casa a la calle.
“Es preciso que la mujer se escriba (…) y haga venir a las mujeres a la escritura, de la que han sido alejadas violentamente como también lo han sido de su cuerpo”, es la cita de Helene Cixous con la que comienza este libro.
Todo eso como parte de una constelación de libros
A comienzos de este año, fue juzgado y condenado el tío de la escritora Belén López Peiró por los repetidos abusos que cometía contra ella durante su adolescencia, plasmado en su libro “Por qué volvías cada verano”. Esta obra de 2014 fue la que alentó a Thelma Fardín a hacer pública su denuncia contra Juan Darthés en 2018, y despertó la serie de escrituras en torno a historias de abusos guardadas en la memoria de decenas de mujeres en el país.
Beatriz recordó en torno a esta corriente de desahogo: “Lo veo como una constelación necesaria de libros que van apareciendo. Cada libro con sus historias específicas y estilística, generan que la persona abusada no se sienta sola, algo que sigue pasando, muchas están solas, y hay que sentirnos tribu. Y en el mismo sentido de dejar de sostener los secretos de una familia. Debemos dejar de proteger por no exponernos, porque eso nos hace cómplices de violentos, que puede que sigan siéndolo hoy”.
En su caso aseguró que le sirvió mucho leer el libro de la rosarina Virginia Ducler, de 2019, que también escribe desde la voz de esa niña, y desde un tono amoroso, a pesar de que se trata del relato en torno a los abusos que vivió de muy pequeña por parte de su padre. “La leí y me sentí comprendida”, aseguró Beatriz.
Consultada sobre el libro de Peiró, precisó: “Creo que lo escribió desde su enojo, y ella tiene una familia donde funciona la contención, y vivió eventualmente las violaciones, pero tuvo referencias, yo no tenía nada de eso en mi casa. En la infancia solo tuve dos referencias de que otros vínculos eran posibles: a mis 10 años cuando el papá de mi vecinita que al llegar le daba un beso y hablaba cariñoso, en ese rol, me impactó tanto que recuerdo que comimos empanadas de humita. No entendía un carajo qué era eso de un hombre adulto presente y amoroso. La otra fue una maestra de grado muy afectuosa, que me peinaba, y yo robaba flores para regalárselas en la Escuela n°22 de Quilmes. Tuve esa maestra en primero, segundo, sexto y séptimo grado”.
Sobre ese afecto, destacó un aprendizaje de por vida: “Esa maestra nos dijo que el mejor vestido que tenemos es la piel, y eso despertó en mi de muy chica el sentido de la igualdad. Lo material entre las carencias es lo menos grave, no está bueno irse a dormir con hambre (la pobreza estructural), pero peor es irte a dormir en una casa donde te maltratan en vez de quererte. Y en este caso la pobreza era lo menos grave, lo grave es tener una madre que no podía lidiar con las violencias”.
El libro lo escribió con el parámetro que tenia de niña, “teniendo presente que yo no sabía qué estaba bien o mal, vivía las cosas simplemente. Escribí lo más parecido a cómo lo recordaba, se trató de no intervenir literariamente ni interpretar o conjeturar lo menos posible, respetando el relato que el recuerdo me armaba”.
Aseguró que hace muchos años tenía pendiente escribir esta historia, pero no quería hacerlo cuando sus hijos eran pequeños, “sabía que me iba a hacer daño recordar y yo debía estar bien por ellos. Entonces empecé a escribir los recuerdos durante la pandemia en el encierro. Empecé con el recuerdo del abuso sexual de mi hermano, y después fue una catarata, no termiaba de tirar del hilo que seguían y seguían, hasta que dije hasta acá, encontré el límite para no torturarme”.
Durante todos estos años Beatriz tenía reverberaciones de esos recuerdos, “todo era un disparador de la nada a flor de piel, y ahora desde el libro no me sucedió más”, aseguró, y precisó: “La idea de que sea un libro fue de la escritora Paula Alzugaray, que le pedí me corrigiera, y me dijo que lo quería publicar, y salió por su editorial Gato Grillé. Estaba muy convencida, y para mí fue un reconocimiento. Ella llevó el proyecto a la Cámara de Diputados, y logró que sea financiado. Ya no es mi historia, fue una validación de afuera más que mi capricho”.
Sobre la búsqueda de lo justo
Consultada en torno a su postura sobre si este libro fue una búsqueda de justicia, la autora desarrolló: “Tengo un problema con la palabra Justicia, porque ya no hay justicia posible en esta sociedad después de lo que pasó con Fernando Báez Sosa. Hay paliativos. Me cuesta pensar en términos de Justicia, pero pienso en términos de lo justo. Y siento que es justo para conmigo misma, en el reconocimiento de mi vida y mi historia, dejar el pacto de silencio, correrme de la complicidad con todo lo que pasamos, callar y que sigan siendo buenos. Ahí reside lo justo. No sostengo más esto”.
Aclaró entonces que decidió hacerlo público, preparada para lo que venía después. “Como mis hermanos callan, no hubo cambios en la familia. Pero en la sociedad hay un estigma que refuerza que sos la víctima. Y este libro es lo que yo fui, no lo que soy hoy, por eso el título “todo eso”, que no es todo esto que soy en mi vida actual. Si no lo hacía público, me preservo de la crítica, que acepto si me dicen que no tiene valor literario. No intento trascendencia con este libro porque no fue escrito con ese objetivo".