De los cambalaches se ha mezcla'o la vida, dice el tango de Discépolo. Y del mito y las historias vive el hombre, por lo que cabe comenzar con una referencia: este 24 de junio se cumple el 88 aniversario de la trágica e inesperada muerte del tanguero más famoso del mundo, Carlos Gardel, cuando el avión en que viajaba con su comitiva se estrelló en las afueras de Medellín, Colombia.

Para recordar al Zorzal criollo como se debe, Rosarioplus.com y Rosario Por Conocer indagaron en torno a un posible origen completamente desconocido del alimento más tradicional de la ciudad, el que hace 11 años la posicionó turísticamente al ser declarado “Patrimonio cultural y gastronómico” de Rosario por el Concejo: el afamado Carlito. El tostado de miga con jamón y queso que se sirve en todo el país pero que en esta orilla del Paraná, se come con el agridulce inconfundible del kétchup. 

¿Y qué tendrá que ver Gardel con un sánguche rosarino?  ¿Y la inmigración japonesa de principios del siglo pasado? ¿Cómo es posible que un sándwich de miga que es costumbre en Rosario se relacione con aquellos primeros ciudadanos del Gran Imperio y también con el más famoso cantor de tangos, compositor y actor de cine? 

Las tres aristas confluyen en una versión que el ingeniero civil Masao Komesu decidió desempolvar de su recuerdo familiar para compartir a la ciudad, en clave de mito, claro, pero con muchos indicios de una posible realidad, con el perdón de la versión oficial de otro origen en un bar de avenida Pellegrini en los años '50.

Con un tono de voz calmo y ameno, Masao aseguró que él mismo prepara carlitos tradicionales con una receta casera, que de tan buena, su señora siempre le pide que le prepare. Y junto a un vaso de agua y un carlito del bar de la esquina de esta redacción (que rehusó probar bocado), recordó la historia que escuchó de su propio padre cuando él era un joven estudiante de Ingeniería en la UNR, y ayudaba en la barra del Café Japón, el bar familiar, luego de cuestionarle por aquel cartel azul donde con letra imprenta en blanco rezaba "Carlito caliente".

Entre el banco y una peletería de la esquina, la casona estilo francesa de largos ventanales y puerta en el medio, es el registro más cercano al Café Japón de esos tiempos (Gentileza: Fernando Cesaretti-Rosario en el Recuerdo)
Entre el banco y una peletería de la esquina, la casona estilo francesa de largos ventanales y puerta en el medio, es el registro más cercano al Café Japón de esos tiempos (Gentileza: Fernando Cesaretti-Rosario en el Recuerdo)

El Café Japón es hoy una casa cercada con cartelería en Santa Fe 1069, muy cerca de la emblemática esquina del bar El Cairo. Pero allá por el '30 fue uno de las decenas de cafetines que abrían las 24 horas, muchos regenteados por nipones, todos en derredores del gran cine y varieté La Bolsa (actual teatro Broadway de calle San Lorenzo), donde había billares, carambolas shows de orquestas tangueras y de señoritas por esos años.

El Café Japón abrió en 1931 por un señor de apellido Takeuchi, un inmigrante japonés que según el CEMLA llegó en 1914 tras haber escuchado que Argentina era el quinto país del mundo en riquezas y oportunidades laborales. En los ‘40 pasó de a poco el furor del cafetín, y Takeuchi vendió la llave a Sei Ichi, el tío de Masao, quien inmigró en el ’38, y al prosperar en el negocio unos cuantos años después, trajo a su hermano Sei Cho y familia. El pequeño Masao Komesu, nacido en Okinawa, tenía seis años cuando llegó a Rosario, la que sería la ciudad de toda su vida. Aquí estudió, formó familia, y trabaja hasta la actualidad. Masao trabajó en el Café Japón desde 1970 hasta que 1980, cuando cerró tras la caída de un cielorraso. Gracias a su inmensa curiosidad, y a su meticulosidad ingenieril, nunca olvidó lo que le contó su padre tras su pregunta por el cartel que colgaba en una pared bien alto en el bar familiar.

“Recuerdo que los empleados que también eran japoneses, siempre decían Carito, sin la L, porque hablaban un poco atravesado”, aseguró Masao, y entonces se adentró en la historia en cuestión. El joven Masao un día observó el cartel azul de ‘Carlito caliente’ y quiso saber sobre su origen: “Mi papá recordó que una noche vino Carlos Gardel después de un show –en el ex La Bolsa, hoy Teatro Broadway- y pidió algo para comer. Entonces el cocinero del turno noche, Miyazaki, agarró un pan inglés (de miga) y preparó un sándwich de manteca, jamón y queso, al que le agregó una salsa agridulce, a la que nosotros llamamos kétchup”.

Masao relató su historia familiar, de cuando preguntó a su padre por un cartel y supo que el carlito fue creado por un cocinero de su bar para el tanguero Gardel.
Masao relató su historia familiar, de cuando preguntó a su padre por un cartel y supo que el carlito fue creado por un cocinero de su bar para el tanguero Gardel.

Masao, a lo largo de estos años y desde que conoció esa historia, se cuestionó cómo el carlito se pudo haber hecho con kétchup en 1933, si el condimento aun no había llegado al país. Entonces contó su análisis: “Podemos inferir que el carlito apareció antes de 1953 (año de referencia en la historia conocida sobre esta minuta), porque eso que nosotros llamamos kétchup era una salsa agridulce china que se hacía con extracto doble de tomate del estilo La Campagnola, se ponía en un bowl con vinagre y azúcar y se mezclaba, y se dejaba reposar. Después se guardaba en la heladera lista para usar”.

Lo confirmado es que el kétchup es un condimento de origen chino (ketsiap) que el Imperio Británico trajo a occidente, hecho con tomate, azúcar, sal y vinagre en el siglo XVIII, y que tuvo tal penetración en la cultura estadounidense, que hoy es un producto mundializado que hace tanto arribó a la Argentina.

El Maestro, un anarquista y cocinero vitalicio

Según la historia que Sei Cho le relató a su hijo Masao en los '80, el cocinero Miyazaki recibió la comanda de elaborar un plato rico y rápido para el Zorzal una noche de abril de 1933 tras su show, e improvisó como bien sabía. Después fue cuestión de lógica pensar que los demás comensales quisieron probar el sándwich que comió Gardel, promovido incluso por el bar con el recordado cartel azul.

Sobre el creador del carlito Miyazaki, Masao explicó que trabajó en Café Japón desde su apertura en los años '30 hasta su vejez, y destacó haber coincidido en los últimos años de trabajo, por lo que recordó su temple de sabio, por el cual llevaba el mote de ‘Maestro’ entre sus compañeros del salón.

“Miyazaki vino en el '18, indocumentado vía Uruguay y Brasil, por lo que no debe estar en los registros de las inmigraciones. Era un anarquista muy inteligente, que escapaba de un Japón que no le estaba gustando con el imperio monárquico. Vivió en Rosario desde que llegó hasta que murió en 1972, y como no tenía familia, un tiempo incluso vivió en un cuartito en el altillo del bar”.

Destacó además que “el Maestro era oriundo del centro de Japón”, algo no menor porque destacó que por su origen tenía mayor capital intelectual: “Mi familia viene de Okinawa, queda en el sur. En cambio Miyazaki tenía formación, y tenía mucho dialogo con los Saigo porque ellos eran del centro también. Los del centro como que eran de mejor familia”.

Los indicios en otros cafés y el pase al rubro tintorería

Este medio indagó en diarios (ya extintos) La Acción y La Tribuna en la Hemeroteca municipal, ubicado en la Biblioteca Juan Álvarez, donde indicara algo del recorrido de Gardel en su última visita a la ciudad, sin resultados positivos en torno a su visita al Café Japón, más que los anuncios de cada fecha de sus shows.

Desde el frondoso archivo fotográfico digital de Rosario en el Recuerdo, Fernando Cesaretti aportó en torno a esa última visita que tras el show Gardel visitó el diario La Acción, vestido de smoking, donde se acercó a la imprenta para ver las letras de metal o de plomo que se prensaban en el tabloide, ya que de adolescente había sido aprendiz de tipógrafo que había sido en su adolescencia, junto al director del periódico, Francisco Scarabino, y un obrero gráfico.

Gardel disfrutando de la imprenta en el diario La Acción junto a su director (Rosario en el Recuerdo)
Gardel disfrutando de la imprenta en el diario La Acción junto a su director (Rosario en el Recuerdo)

Masao, por su parte, buscó algún registro fotográfico del bar sin resultados. A pesar de una falta de pruebas de archivo en las que apoyar esta historia (que por eso es planteada como un mito urbano que no busca confrontar verdades), un indicio muy sugestivo de su certeza fue aportado por Masao, ya que consultó a su coterráneo Mario Saigo, sobrino del dueño del café Saigo, de Corrientes y Pellegrini.

“Le pregunté al ingeniero colega: el carlito, ¿se hizo en la época del 1952 o se hizo antes? Y me dijo: ‘Nooo mi tío lo hacía en el ‘40’. El carlito como lo conocemos, ya lo teníamos los bares japoneses. Mario me cuenta que su tío en el ’40, desde las 4 a las 8 de la mañana cocinaba carlitos y los dejaba listos para la jornada. Trabajaba solo cuatro horas porque estaba enfermo del corazón”.

Según recordó, el bar de su padre y su tío vendía 60 kilos de café por día, y el de Saigo vendía cinco veces más que el suyo. “Café Japón ya se llamaba así del primer dueño. Entre los bares estaba Los 4 japoneses, La Capilla, El Gran Imperio, eran decenas, como parte de un boom de inmigrantes japoneses con educación, desde 1914 que se establecieron principalmente en Buenos Aires. ¿Por qué bares? Vieron el negocio desde que inmigraron via Brasil, y estaba el furor de los bares porteños”, aseguró.

Masao durante todos estos años, además de indagar en el asunto del Carlito, se cuestionó por qué los japoneses tenían tintorería, y como buen ingeniero le encontró la explicación: “En realidad todos los japoneses tuvieron café y bar, y antes de la guerra, en los años '30 llega el socialismo del mundo con los derechos de los trabajadores, entonces ya no era fácil el negocio porque los empleados empezaron a reclamar la regularización de la mano del sindicato gastronómico. Entonces pensé, para la cafetera se necesitaba gas en una época que no había gasoductos, y para la tintorería se necesitaba gas también. Entonces a uno se le ocurrió importar máquinas de seco y vapor, y puso tintorería. Le fue bien, no necesitó tener tantos empleados, tome lleve traiga y listo, cambiaron de rubro”.

La memoria fotográfica del Café Japón

Masao fue consultado finalmente sobre qué detalles recuerda del Café Japón, aquel bar de Takeuchi hasta el ’38, y de su familia hasta su cierre por más de 50 años en pleno microcentro de la ciudad, en la zona clave de bares y teatros. Entonces pensó un momento y describió: “El frente tenía dos ventanas pesadísimas tipo guillotina, una a cada lado de la puerta. Los vidrios eran de 8 milímetros. El piso era granítico a cuadros blanco y negro. Tenía unas 45 mesas distribuidas a la izquierda y a la derecha del ingreso. Eran mesas para cuatro personas, y con distancia amplia entre ellas. Las sillas eran vienesas de esterilla tipo toné, con respaldo de madera. Había dos casin (billares) y una mesa de carambola. Los carteles de ‘Carlitos caliente’ estaban a tres metros de altura para que no los alcance nadie, en las paredes de los dos lados”.

Si un comensal ingresaba por la puerta de Santa Fe y Sarmiento, donde hoy es una casona abandonada desde entonces, a la derecha se encontraba el mostrador de acero inoxidable, que tendría unos 12 metros de largo. “Tenía una cafetera italiana y la cocina estaba en la mitad de la pared del lado derecho. Al lado izquierdo junto a unos billares hay un mostrador donde se guardaban las cosas del servicio. Atrás de todo el altillo (donde supo dormir Miyazaki), y el baño (no eran ‘los’ baños, solo el baño de hombres porque las mujeres no iban a los bares). Y el fondo lindaba con las instalaciones del diario La Capital".

Así se encuentra desde hace años el Café Japón, tapado por cartelería pública de publicidades y en estado de abandono.
Así se encuentra desde hace años el Café Japón, tapado por cartelería pública de publicidades y en estado de abandono.

La altura del salón era de unos 5 metros y medio, y el horario del bar era 24 horas continuado. “Los turnos, de 6 a 14, de 14 a 22, y de 22 a 6. Los hombres venían después de los shows tipo 2 o 3 de la mañana, a mí me tocó trabajar ese horario, y venían los que estaban en la noche. Había mucha actividad nocturna”, destacó.

En los primeros años de Masao en Rosario, recordó que venía solito caminando a los seis años desde su casa en 27 de Febrero y San Martín en el Abasto hasta el bar. Y de estudiante universitario, daba una mano trabajando en la mesada desde 1970 hasta su cierre.

El fin de la historia del Café Japón vino con la crisis en 1980: “Mi papá venia de prórrogas de alquiler, y cuando se cayó el cielorraso, de común acuerdo con el propietario del local, lo dio por terminado, y el negocio de los bares ya había cambiado totalmente. Mi papa siguió con otra cosa y yo seguí mi carrera de ingeniero”.

Los registros de la primera inmigración: ¿Takeuchi el primer inmigrante?

Fernanda Ramos es miembro de la Asociación Japonesa, y dialogó también con Rosarioplus.com en torno a los registros de la inmigración, y en una revista del 50 aniversario de esa colectividad en 1999, figura que en 1915 solamente dos inmigrantes oriundos de Japon habitaban la ciudad de Rosario. “Esto  puede ser dos hombres que hayan inmigrado solos, ó un matrimonio”, aseguró.

Considerando que el primer dueño del Café Japón Takeuchi inmigró legalmente, y en el CEMLA figura haberlo hecho en 1914, se podría inferir que se trata de uno de esos primeros japoneses en Rosario.

Fernanda detalló que entre 1920 y 1936 fue la gran inmigración, en la cual arribó su propio abuelo en un barco que llegó desde Japón a San Pablo (Brasil), luego viajó hacia Buenos Aires, Bahía Blanca, Santa Fe y Córdoba, para asentarse finalmente en nuestra ciudad, donde ya existía una comunidad pequeña y era más fácil conseguir un trabajo.

Los japoneses venían porque en Argentina el gobierno daba trabajo y tierra, y muchos escaparon de la Segunda Guerra Mundial con la crisis económica que conllevo para Japón, asi como la mayoría de los países implicados. Entonces los japoneses se escaparon hacia países latinoamericanos. Había oportunidades acá, así como en Brasil, Perú y Hawai.

“La mayoría arrancó trabajando en bares y cocktelerias, les enseñaron a tirar café, y conocer los gustos y costumbres de acá, siendo que estaban habituados a tomar té. Y no reprodujeron sus costumbres de comidas tradicionales como el tempura para adaptarse a las costumbres locales, y en esos tiempos la sociedad no acostumbraba probar comidas de otros países, como ocurrió con la globalización posteriormente, y fue el furor del sushi o del tempura en la Fiesta de las Colectividades”, finalizó Fernanda.