Gesta de Mayo, el 20: Cisneros quiere a los "buenos vecinos"; los patriotas, a todos
Tercera entrega de la serie de crónicas que relatan día a día la gesta de mayo.
Cisneros sabe que ya no puede evitar la convocatoria a un Cabildo Abierto. Y si las cosas no son como uno quiere que sean, por lo menos que se le parezcan bastante. Algo más o menos así habrá pensado el Virrey, que no sólo cedió a la presión de los patriotas, sino que le puso fecha: 22 de mayo.
Ya no había Junta de Sevilla, Suprema y Central para el gobierno de España y de las Indias. El Consejo de Regencias no garantizaba la resistencia al invasor francés. Tampoco la debida lealtad a Fernando VII. Los patriotas porteños tenían una cortada para que este rincón del reino se gobernase a sí mismo.
Y sin mí, se habrá escuchado decir "El Sordo", quien si todavía no tenía un plan se dio cuenta de que ya era hora de pensarlo. Entonces mandó a imprimir las invitaciones para que los "buenos vecinos" de Buenos Aires, de aquel puerto húmedo y con niebla como cada vez que se acercaba el invierno, llegaran hasta el Cabildo a tomar un chocolate calentito y a compartir, por qué no, una mazamorra o algún pastelito de membrillo.
También convocó a los jefes militares. Algo que quizás hizo primero. No vaya a ser cosa que lo que no entre por la razón tenga que entrar por la fuerza. Entonces fue cuando Don Baltasar se dio cuenta, o debió de darse cuenta, de que las cosas no serían como en una fiesta de cumpleaños.
Es que Don Cornelio Saavedra, comandante del cuerpo de Patricios, algo así como la unidad militar más importante del Virreinato del Río de la Plata, ante el silencio de sus camaradas, tan acostumbrados ellos a obedecer, le demostró que los fusiles no apuntan siempre para el mismo lado.
Según sus Memorias, escritas después de los sucesos de Mayo, tomó la palabra (si es que las palabras se pueden tomar) y le recordó al Virrey: "El que a V.E. dio autoridad para mandarnos (Nota del Editor: el bueno y volátil de Don Fernando) ya no existe; por consiguiente usted tampoco la tiene ya, así que no cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerse en ella".
Cisneros, que había acuartelado y provisto con munición de guerra a todos los batallones por si acaso los vecinos de Buenos Aires no guardan el decoro ni el orden ni la compostura que la situación ameritaba, comprendió tal vez en ese momento que las luces que encendió la Revolución Francesa habían llegado para quedarse y que, por lo tanto, la política era la continuación de la guerra por otros medios.
Entonces aclaró la voz lo más que pudo y le dijo a Saavedra y al resto de los jefes militares que vayan tranquilos nomás, que no hacía falta más, que el Cabildo Abierto no sólo se iba a celebrar, sino que todo sería paz y amor y lealtad a Fernando VII. Y se puso a hacer la lista de invitados.
No sabía, quizás por no haberle pedido a los curas que le prestasen alguno de esos libros que le dejaban leer a escondidas a Mariano Moreno, que el diablo también anida en las imprentas.
"En aquel momento, Buenos Aires tendría unos 40.000 habitantes y una presencia popular que exigía cambios", resume el historiador Norberto Galasso a Télam. Esta razón, quizás más que ninguna, obligó al Virrey a confeccionar la lista de invitados al Cabildo del 22 como si lo hiciera de su puño y letra. Es que las brujas entonces tampoco existían, pero que las hubo, las hubo siempre.
La lista original fue hecha a la medida de Cisneros. Es decir: a sus deseos de continuar en el cargo de una forma u otra. Cuatrocientos cincuenta invitados entre los que había comerciantes, hacendados, empleados, funcionarios, clérigos, profesionales y militares, entre algunos otros (jamás esclavos, que en esto estaban casi todos de acuerdo).
En definitiva: una mayoría para que las cosas cambien lo menos posible. "Esto era decisivo -comenta Galasso- porque allí se debatirá sobre la destitución del Virrey, y la designación de una Junta o del Cabildo como reemplazante de este".
Sin embargo, el diablo que la Inquisición buscaba afanosamente desde hacía casi 350 años por orden de sus majestades los Reyes Católicos, metió la cola. Y lo hizo tomando la forma de los "chisperos" comandados por French y Beruti. Quién iba a decirlo.
Estos se apostaron en la entrada del Cabildo para hacer valer el derecho de admisión (como se verá en los próximos capítulos), pero antes metieron mano en la imprenta de los Niños Expósitos. Así, las invitaciones truchas quedaron igualitas a las originales, ya que toditas ellas se imprimieron a la vez, y en el mismo lugar.
En definitiva, si bien ya a comienzos del siglo XIX el diablo sabía más por viejo que por diablo, la juventud era maravillosa y revolucionaria: había aprendido no solo a controlar la puerta sino también a hacer más larga la lista de invitados. Así, además de vecinos "sanos" y "buenos" pudieron entrar todos los demás.
Pero entre los vecinos de Buenos Aires, esos que definirían la suerte de Cisneros y la conformación de un gobierno propio, no todo era cuestión de números. Era, también y fundamentalmente, asunto de ideas.
"La cuestión se dirime entre el sector reaccionario, que pretende mantener los derechos del Virrey, expresión de la monarquía que lo ha designado, y los sectores populares, que con distintas expresiones buscan un cambio", sintetiza Galasso.
Y detalla: "Entre estos últimos se encuentra, por ejemplo, lo que se llamaría después el Partido de los Tenderos, que son aquellos que bregan porque haya mayor libertad de comercio; la expresión de algún sector de las fuerzas armadas, que promueve cambios pero con cierta prudencia; y un sector compuesto por esencialmente por profesionales, casi todos abogados, como Moreno, Belgrano y Castelli, que sostiene una ideología revolucionaria y busca una transformación importante".
En la vereda de enfrente, según el autor de "La larga lucha de los argentinos", está "el sector más poderoso ligado al Virrey, que por un lado es la burocracia estatal y por otro los monopolistas, que son las familias más ricas, con diez o doce esclavos en sus casa para servir a sus necesidades, y que incluso le prestan dinero al Virrey, pero que fundamentalmente tienen el monopolio del comercio a través de la vinculación con las casas de comercio en Europa".
El historiador le pone nombres propios, ya que siempre los tuvieron pero no siempre se los invoca. "Son los Martínez de Hoz, los Álzaga, los Saez Valiente, apellidos que después van a conformar la oligarquía argentina que con el tiempo se apoderará de las mejores tierras y crearán las estancias poderosísimas de la provincia de Buenos Aires".
"A veces, simplificando las cosas, se dice que la Revolución de Mayo fue por el comercio libre. Eso es en realidad una jugada de los que quieren que el comercio sea enteramente libre o que el mercado sea el que maneje las cosas y que el Estado no intervenga. Esta visión es un falseamiento de la Revolución de Mayo", enfatiza Galasso.
Ante los defensores del orden instituido, bajo el sol o con paraguas, como se prefiera, Galasso ubica "a una pequeña burguesía integrada por profesionales, por sectores populares de distinta clase, donde encontramos un cartero como French, un empleado del Estado como Beruti, un desocupado como Alzac".
"Todos ellos -según el investigador- van a ser influenciados por Mariano Moreno, que es el hombre que tiene mayor contacto con los sectores populares, y serán los convocantes a las concentraciones". Esas que, a partir del 22 de mayo, marcarán para siempre el destino de una revolución que se propone hispanoamericana y democrática.