El cantautor rosarino mundialmente reconocido Fito Paez puso la piel y el corazón en su ciudad, con la gira “El amor 30 años después del amor” el jueves 8 y sábado 10 en el Anfiteatro Humberto de Nito. Este domingo será su última función, con entradas agotadas.

Rosario tiene la dicha de decir que Fito Paez volvió una vez más, como vuelve el amor después del amor, y que sus tres shows se sienten como él lo sintió, en su casa. “Las ciudades son las personas. Tanto amor me explota el corazón. A la vera del Paraná fue una experiencia extraordinaria, inolvidable, acá en mi casa se siente muy diferente, gracias”, fueron sus palabras al cerrar la segunda de tres noches inolvidables en el Anfiteatro Humberto de Nito.

La gira comenzó en septiembre y contempla más de 30 países del mundo. Los rosarinos sienten tan propio al eximio poeta y compositor que a veces es fácil olvidar que es mundial, que es el Messi que hace 30 años se escapó a la gran ciudad e hizo estallar al mundo con sus melodías para siempre. Y esta gira, de todas, tiene ese sabor a regreso al primer amor, su casa de calle Balcarce, “yo era un pibe triste y encantado, de La Trova de Baglietto, Litto Nebbia, Charly y Spinetta”, remarcó en su revisión Al lado del camino.

Fito dio batalla al calor exorbitante y a los bichos, así como se batalla la realidad en tiempos donde todos contra todos, y arremetió: “Simplemente se trata de espartanos y de troyanos, entonces si ustedes quieren ver sangre la van a ver, pero yo también quiero ver sangre. Vamos a dividir el Humberto de Nito en dos, con el cuchillo en la boca”.

Señaló a su derecha para que el público a un costado cantara “Circo beat”, y a la izquierda para un gran coro “Uoh uoh, uoh uoh”, y el Humberto coliseo, aunque se llene de leones se rindió a sus pies. “Yo me muero con Fabiana Cantilo, y los monos están devastando este lugar”, dos frases, una tan amorosa, la otra tan real.

En un instante pidió al “iluminador que es un dios” que bajara el foco sobre su piano: los escarabajos kafkianos parecían empecinados en metamorfosearlo, y la jugada del 10 musical fue airosa: “Ustedes me ven igual, y si no me ven, siéntanme, sientannos. Igual a lo mejor los bichos me comen, de alguna forma hay que morir, y si es salvajemente, mejor. Ahí se me metió uno”. Se tiró al suelo del escenario emulando la derrota en la batalla con el escarabajo, y entre risas aseveró: “A mí me enseñaron a pelear, sea con un facho o con un bicho. La pelea hay que darla todos los días”.

Antes de Fito sonó el power trío local Coki Debernardi, Vilaseca y Barfeye, con los temas Fugitivo, La tormenta, Millón de dólares falsos, Perdida. “Esta es la banda del amor antes del amor”, dijo Coki, donde agradeció a los asistentes y a su amigo, e invitó a disfrutar del show, mientras la gente palpitaba pidiendo a Fito su llegada al ritmo de “Y dale alegría a mi corazón”.

Detrás de los vientos salió con su traje celeste y blanco a cantar junto a EMME la canción “El amor después del amor”, y no dejó dudas aludiendo al sentimiento futbolero, de cara a la semifinal con Croacia.

Tras romper el hielo, adelantó “la historia de dos chicas en busca de la libertad”, sobre Thelma y Louise, con su clásico Dos días en la vida, canción emblema de ese lugar empático de Fito para con el feminismo, tantas décadas antes de la ola verde y el Ni una menos.

Siguieron los tanques en fila, la batalla como una cirugía a corazón abierto, latiendo uno tras otro: Tráfico por Katmandú, Pétalo de sal, Sasha, Sissi y el círculo de baba, Un vestido y un amor (donde aclaró como siempre, “Te vi Ceci” sobre su musa Roth), Tumbas de la Gloria y La rueda Mágica, canciones de imágenes cinematográficas si las hay. Luego un clima íntimo caló con Creo, y volvió a subir la alegría con su “ritmo de chacarera peruana” Detrás del muro de los lamentos, y el misterio de La balada de donna Helena.

Cuando parecía que Fito ya lo había dado todo, el Anfi fue un cielo estrellado porque él pidió luces en los celulares y cerró la primera parte, Brillante sobre el mic en una mano, y se fue diez minutos a guarecerse del calor y los bichos, dejando la emoción en todos lados.

Genuino como la primera vez Fito revoleó el saco celeste y aseguró “yo no sé dónde va mi vida, pero tampoco creo que sepas vos” en A rodar mi vida, y encaró “qué te pasa Rosario, es con vos”, en El diablo de tu corazón. Y volvió a esa imagen de pibes vendedores en La Paz, de 11 y 6, pibes que vemos todos los días en los bares y avenidas.

La coda de la velada llegó con un preludio clásico funerario de trompetas y saxo, que anticipó el dolor enojado de Fito en Ciudad de pobres corazones. Y el impacto fue enorme, con imágenes en las pantallas led donde barquitos navegan el Laguito del Independencia, transeúntes caminan la peatonal, el puente a Victoria, los Silos Davis y el Monumento a la Bandera. Todos se ven en negativo de una belleza onírica, como un Van Gogh teñido de blanco y negro. El cierre del dolor, porque “matan a pobres corazones” se sintió fuerte con la guitarra eléctrica gently weeps del talentoso joven Juani Agüero.

Ya en el súmmum de la noche, “hoy los tiempos van a mil”, Fito recordó las reglas del juego, “no marcar las cartas, simplemente dar, y no explicarle a nadie, no hay nada que explicar”. Fue con su show un ejemplo de entrega generosa, “dar lo que tengo, todo me da”. Como siempre hizo, pero aseguró que un poco más en su ciudad.

El cierre fue en una comunión con su gente, donde acompañado de su amigo Coki entregaron la perfecta armonía de Mariposa tecknicolor, dejándolo todo una vez más. Un regreso del cantante angelado, este hombre enreverado y su tribu, que como ella quiso hacernos tan feliz.