Los días fríos y de lluvia invitan a comer facturas. Ir hasta la panadería más cercana en busca de cañoncitos, suspiros de monja o bolas de fraile es casi una actividad obligada por estos días de agosto. Pero dedónde salen esos nombres tan particulares de las facturas que nos endulzan este invierno húmedo. Hay un origen rebelde de todo esto y aquí se detalla. 

El nombre de las facturas tiene un origen anarquista pero no en todos lados es así, sino específicamente en Argentina. La historia empieza a fines del siglo XIX. La ciudad de Buenos Aires se estaba urbanizando, crecía la población, llegaban inmigrantes desde Europa masivamente y en esa situación las panaderías crecieron mucho porque había aumentado la compra de alimentos, sobre todo, los más baratos como es el pan.

Pero el crecimiento de esta actividad no se correspondía con mejoras en las condiciones laborales y de estructura social en donde estos obreros de las panaderías habitaban. 

Como una forma de protesta contra el sistema, realizaron huelgas y movilizaciones. Además, el 4 de agosto es conocido como el “Día del panadero” porque en 1887 los anarquistas Enrico Malatesta y Héctor Mattei crearon La Sociedad de Resistencia de los obreros panaderos, una de las organizaciones sindicales más antiguas y combativas del país.

Panaderos bonaerenses en la huelga de 1902.

En toda esta disputa, los panaderos porteños bautizaron irónicamente a las facturas con nombres que ridiculizaban a las tres instituciones claves que sostienen al Estado como son la Policía, el Ejército y la Iglesia. 

Los nombres anarquistas de las facturas son: bolas de fraile, suspiros de monja, cañoncitos, sacramentos, cara sucias y vigilante, entre otros.