Una vez creí que nada iba a pasarme

Una vez pensé que nadie iba a matarme

El tiempo pasó entre rayuelas y cometas

Entre un amor y bicicletas

Y aunque estuviera sólo, sabía jugar

Aunque quisiera llorar

(Charly García, 1990)

Hace nueve meses iniciaba el ciclo lectivo 2020; mal que mal se habían podido gestionar los conflictos inherentes a todo comienzo de año educativo; el marco de restitución de la paritaria nacional docente animaba a imaginar un comienzo auspicioso, aunque todos saben que aquella muestra de buena voluntad debe ratificarse en contante y sonante en cada distrito y eso es siempre más complejo.

Aquel primer entusiasmo duró menos que el hit del verano y entonces sobrevino aquel ímpetu de “seguimos educando” y el desordenado pero bienintencionado multiplicar de los esfuerzos de docentes, estudiantes y familias por aguantar el chubasco con la esperanza de que dure lo menos posible. El carácter fundamentalmente transitorio de esos esfuerzos impidió una planificación más elaborada a mediano plazo.

En ese marco, tempranamente quedó en evidencia el formato desigual en que se manifestaba una “aspo-educación” que agregó dramáticamente más precariedad en los sectores históricamente más vulnerados de la diáspora educativa. Durante los meses en que se extendió este tiempo educativo extraordinario no se observaron gestos claros de las políticas educativas que se propongan atajar, reparar, reponer casi nada de lo que se estaba rompiendo.

Aquello que, a los pocos días, era evidente para los equipos docentes de las escuelas urbano marginales, en relación con las dificultades de los estudiantes y sus familias para sostener los aprendizajes, no encontró eco en las administraciones que como regla general no estuvieron a la altura del desafío.

Aún a riesgo de sostener una mirada cándida, se podría suponer que se subestimó el efecto de la suspensión de la presencialidad y que cuando se entendió que la suspensión temporal alcanzaría la totalidad del ciclo lectivo, ya era tarde para articular una respuesta de la magnitud necesaria.

Como tantas otras cosas en estas latitudes, lo que en apariencia comienza como una situación de igual complejidad para todos, encuentra a los sectores privilegiados pudiendo articular diferentes respuestas, mientras los sectores más empobrecidos pagan con tiempo, salud y oportunidades las demoras de un Estado que cada vez tiene más dificultades para regular las posiciones y las relaciones, formales y prácticas, en clave de igualdad.

Ministras de Educación, Adriana Cantero, y de Salud, Sonia Martorano, al explicar la modalidad del fugaz regreso al aula de estos días. (foto Rosario Plus)

La complejidad del panorama incluye un amplio espectro de reclamos de distintos sectores; los papás y mamás que reclaman por “alguna” vuelta para que pase “algo”, aunque ese “algo” resulte escurridizo de definir - ¿en diciembre? ¿en serio? -; los gobiernos que siguen apostando a los titulares vacíos que dicen que “volvieron las clases” - aunque se trate de contadísimos estudiantes que pasan un rato por las escuelas a no está muy claro qué y otra vez: ¿en diciembre? ¿en serio? -; los sindicatos de docentes que exigen condiciones tan razonables como inaplicables en tantos lugares; los que reclaman por el viaje, por la graduación, por la colación.

El tiempo es tirano también en educación y no parece ser diciembre un tiempo en el que la preocupación por los aprendizajes ocupe un lugar central en la agenda de nadie. Apúntese para la agenda 2021: si los sectores más progresistas abandonan la discusión por los aprendizajes, el espacio queda completamente ocupado por los defensores de la meritocracia, grupo extraño en Argentina, los meritócratas que suelen no tener mérito alguno más que el haber nacido en un lugar privilegiado.

El fin de año huele a compras

Enhorabuenas y postales

Con votos de renovación

Y yo que sé del otro mundo

Que pide vida en los portales

Me doy a hacer una canción

La gente luce estar de acuerdo

Maravillosamente todo

Parece afín al celebrar

Unos festejan sus millones

Otros la camisita limpia

Y hay quien no sabe qué es brindar

(Silvio Rodriguez, 1994)

El espectro massmediático tiene un rincón pequeño asignado a las problemáticas educativas, generalmente conjugado en clave de escándalo, lugar que suelen tomar por asalto los grupos que utilizan el espacio de la opinión pública para intentar imponer sus preocupaciones sectoriales. Como en otros casos, la clave consiste en imponer los términos de la discusión y los interlocutores habilitados para participar en ella.

Una observación al pasar, este año de profundización de la crisis y la desigualdad educativa no pareció escandalizar mucho a nadie - ¿síntoma? -.

En ese contexto, suelen resultar marginales dos posiciones de enunciación representadas por las voces de los estudiantes y las voces de los sectores vulnerables. Las voces de los docentes aparecen algo más, aunque casi siempre envueltas en un halo de sospecha.

Padres aguardan en la vereda de una escuela de barrio por sus hijos. (foto Rosario Plus)

La discusión educativa, sea circulando en los medios o en los ámbitos de definición de las políticas públicas en educación ha naturalizado la escasez o directamente la inexistencia de estas voces, lo que supone la invisibilización de una parte de la ciudadanía - ¿será la parte de los que no tienen parte, como planteaba Rancière?

Periódicamente, hay quienes vuelven a poner en tela de juicio los derechos que parecían estar consensuados desde hace tiempo, por eso parece necesario plantear una y otra vez que no hay chance de inclusión social con exclusión educativa; los educadores y educadoras de nuestras latitudes lo saben desde hace tiempo. De allí que la problemática que es preciso desanudar en este tiempo de desencuentro y de desafiliaciones socio institucionales, posiblemente no se resuelva con respuestas puntuales, ni con resoluciones ministeriales sueltas, sino que requiere de políticas amplias y sostenidas en el tiempo y de diálogos y acuerdos que incluyan a todos, especialmente a quienes más ha castigado este tiempo cruel.

Habrá que conjugar recursos y experiencias, recursos y manos, recursos e ideas en un esquema en el que parece mejor pensar que no sobra nada ni nadie porque algo es seguro, el 2021 no viene con las soluciones ya hechas y porque una educación y una sociedad más justa igualitaria y solidaria no se construye en soledad.

(*) Profesor y licenciado en Ciencias de la Educación.
Miembro del Centro de Estudios en Políticas Sociales y Educativas.