Educándonos en la pandemia
Promedia abril. Pasando revista mentalmente a las discusiones muy, muy recientes en el ámbito educativo encontramos un sinfín de preguntas sin responder que no dejan ordenarse del todo, y nos entorpecen y atolondran.
¿Usamos plataforma educativa virtual?
En tal caso ¿plataforma estatal o comercial?
Si no es plataforma educativa, ¿qué otro medio?
¿Redes sociales? ¿cuál? ¿son todas iguales?
¿En tiempo real (vivo) o diferido?
¿Cómo hacemos para estar seguros que coinciden estudiantes, docente y espacio curricular?
¿Cómo hacemos para que todos accedan?
¿Cada cuánto hay que acceder y/o interactuar?
Las respuestas provisionales que vayamos encontrando ¿sirven para cualquier grupo, cualquiera edad?
Ni siquiera empezamos a desandar el asunto, pero seguimos acumulando preguntas.
¿Hay que dar clase?
¿Hay que sostener el vínculo? ¿cómo hacerlo sin dar clases? ¿ya estaba constituido el vínculo? ¿qué tipo de vínculo? ¿cuántas veces se puede preguntarle al otro cómo está?
Va una más difícil - con trampa -: ¿cuidar, acompañar, enseñar?
Otra con trampa colgada de la anterior ¿enseñar contenidos o transmitir valores?
¿Cuánto podemos descargar, endilgar, comprometer a papás y mamás? ¿quiénes son esos papás y mamás? ¿qué relación construimos con ellos?
No podemos seguir apilando preguntas así. Es preciso ordenar las preocupaciones.
Antes también pasaron cosas
Parece que fue hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy, muy lejano; pero en realidad sucedió hace menos de dos meses en Argentina.
El Ministerio de Educación de la Nación celebraba que se recuperaba la paritaria nacional docente como ámbito de concertación en cuyo seno, días antes del comienzo de clases previsto para el 2 de marzo, se alcanzaba a acordar una suba del salario mínimo nacional a alrededor de $ 23.000, lo que significaba una pauta en torno al 15 % de aumento. Celebrado con bombos y platillos el acuerdo por parte de sus protagonistas nacionales, era recibido con perspectiva dispar en cada una de la provincias.
El portal de noticias Infobae señalaba el primero de marzo - un día antes del comienzo de clases previsto - que siete distritos iniciaban las clases con acuerdo salarial, once iniciaban sin haber alcanzado aún el acuerdo y otras seis provincias presentaban medidas de fuerza entre las que se destacaba en no inicio de las clases.
En dos semanas todo cambió. A diez días de comenzado - con sus particularidades, como vimos - el ciclo lectivo, el Ministerio de Educación de la Nación emitía a través del Boletín Oficial la resolución 103/2020 que advertía sobre los pasos a seguir ante la aparición de casos de COVID-2 en las escuelas; la suspensión de clases presenciales tardaría unos días más en hacerse realidad, materializándose en la resolución 108/2020 del domingo 15 de marzo.
¿Y ahora?
Lo que sobrevino inmediatamente, en el marco del “distanciamiento social obligatorio”, fueron una catarata de preocupaciones, preguntas e incertidumbres de todos los tamaños y colores. Nuevamente el Ministerio de Educación Nacional tomó la posta; el mismo día que resolvía la suspensión de clases presenciales, resolvía también - mediante la resolución 106/2020 - la creación del programa “Seguimos educando” con el fin de construir y poner a disposición un conjunto de materiales para apoyar la virtualización de las propuestas educativas.
Mientras tanto, en el vasto territorio argentina, mucho más allá de la General Paz - pero también dentro de ella - sobrevino una suerte de desorientación generalizada. Las escuelas y dentro de ellas los docentes, imaginaron e intentaron cientos de respuestas diferentes - y todavía lo siguen haciendo - para <
Falta de horizonte, falta de planificación, sin la mediación de una burocracia - en el buen sentido - que conduzca el sistema asistimos a la más olímpica orfandad de la tarea educativa.
Con todo, si la falta de planificación es una dimensión problemática en el tiempo, existe otra dimensión que podríamos pensar problemática en el espacio y que, para abreviar, podríamos decir que conjuga dos desigualdades - que suelen estar correlacionadas, claro -: una es la desigualdad con que las familias hacen frente al sostenimiento de la tarea educativa, no sólo en clave de “capital cultural”, sino además de espacios y dispositivos tecnológicos concretos; el otro elemento en la misma dimensión lo constituyen las desigualdades de acceso a la conectividad virtual, pero también física; hay enormes sectores de nuestro país en los que el acceso a internet es al menos precario y cómo y cuándo llegarán los cuadernillos a las pequeñas localidades del interior del interior (no hay error, todos sabemos, aunque las más de las veces lo pasamos por alto, que hay un interior dentro del interior)
Resumiendo que tengo un cajón de la firma Pandora
Todas las preguntas del comienzo de estas líneas son válidas; también muchas otras que se hacen estudiantes y docentes y familias. Los párrafos que propusimos pueden ayudar a ordenar algunas de esas preguntas. Otra manera de ordenarlas podría pasar por distribuirlas entre los sujetos que podrían, o que tienen el deber de articular respuestas, porque no todos tienen las mismas responsabilidades ni pueden movilizar los mismos recursos para dar cuenta de las respuestas que bien o mal necesitamos con alguna urgencia.
Dos apostillas finales
No deberíamos obviar el siguiente problema. Si “Seguimos educando” - y si logramos hacerlo realidad para todos - no debería haber nada para “recuperar” más adelante ni en otro momento, ni que articular con ciclos siguientes (más allá de las articulaciones desde siempre previstas entre los cursos). Sino, algo de lo que los estudiantes y docentes están sosteniendo actualmente tendrá el sabor amargo del “como si”; se les estará diciendo que estuvieron enseñando y aprendiendo “como si fuera de verdad, pero no era”.
Una tematización que arrastra la educación desde tiempos inmemoriales es la que tensiona sobre el énfasis en los “conocimientos” o los “valores”. Esta tensión ha vuelto a resurgir en la coyuntura especial que estamos transitando a cuenta de la dificultad que supone en estas condiciones la enseñanza de contenidos académicos. Sería imposible aquí abordar esta discusión con alguna pretensión de rigurosidad. Sin embargo, puede proponerse la siguiente aproximación: Una educación exenta de “valores”, “neutra”, es impracticable, no existe la neutralidad valorativa, en tal caso habrá que poner sobre la mesa aquellos valores que como sociedad consideramos indispensable transmitir; pero por otro lado una educación sin conocimientos sería la más grande estafa de todos los tiempos. En cualquier caso puede pensarse una idea superadora, más que abogar por la educación en valores o por la educación centrada en los conocimientos, sería interesante pensar en los modos de transmisión de una propuesta educativa para la emancipación, en todos los sentidos y dimensiones que esta emancipación pueda y deba ser pensada.
(*) Profesor y licenciado en Ciencias de la Educación.
Miembro del Centro de Estudios en Políticas Sociales y Educativas.