Juan Espíndola es el responsable de una estremecedora historia familiar en el barrio Molino Blanco de sucesivas vejaciones, amenazas, maltratos físicos, abusos sexuales y trabajo esclavo a sus dos mujeres, hijos e hijas. Tuvo un total de 13 (dos fallecieron), ocho con su pareja, y otras cinco con la hermana de ella, por lo que todos ellos son hermanos de padre, primos de madre.

Los abusos sexuales fueron en por lo menos dos de sus hijas, y gracias a la pareja del hijo mayor –que a los efectos de esta nota se llamará Elena y que se animó a contarlo– el hombre fue condenado el pasado 26 de agosto a 26 años de prisión efectiva. Un caso donde hubo lentitud del Estado y la Justicia, donde se manifiesta la importancia que tiene el rol de los allegados en cambiar la vida a toda una familia. Los de afuera no somos de palo.

“Fue un logro tremendo, les cambiamos la vida a todos los hijos, sobre todo a las dos más chicas que tienen siete y nueve años, y no llegaron a ser abusadas como sus hermanas. Pero al principio fue difícil convencer a hermanos y hermanas para que sean testigos contra su papá”. La que comenzó a recordar esta historia es Elena, pareja de Carlos, el hijo mayor de Juan y Guadalupe, consultada por Rosarioplus.com. Los nombres aquí se han alterado para preservar la identidad de las víctimas.

Cuando dijo “les cambiamos la vida”, ella alude a los años de vejaciones sucesivas que ella fue descubriendo a medida que hablaba con sus cuñados, y al escucharlos durante el juicio: “A sus dos mujeres una vez les armó un ring y las obligó a pelearse entre ellas a las piñas, y a dos de sus hijos siendo muy chiquitos los obligaba diariamente a cirujear buscando huesos de vacas que después vendían para que se compre vino, y si no conseguían el dinero los arrodillaba sobre piedritas. No sé por qué disfrutaba de torturarlos”, recordó Elena.

Juan residía junto a Nilda y sus ocho hijos y junto a Guadalupe con sus cinco, en un mismo predio precario del barrio Molino Blanco, con divisiones de armarios, hasta que en 2006 fueron trasladados a viviendas separadas pero contiguas en el barrio El Eucaliptal. Elena convivió dos años con esta familia, apenas comenzó a salir con Carlos, y al formar su propia familia lograron con su propio trabajo y prosperidad vivir en otra vivienda vecina. “Cuando vivís en lo cotidiano estas cosas las naturalizás. Sabés que algo está mal, pero Juan era muy maltratador y era difícil confrontarlo. Cuando conviví me fui enterando que él era el padre de todos los chicos aun siendo ellas dos madres hermanas entre ellas, y fue con los años que nos enteramos de los abusos sexuales”.

Lo que Elena analizó como una falla en el sistema es "cómo en la escuela donde fueron siempre todos sus hijos nadie se dio cuenta de los indicios de violencia". Al centro de salud no los llevaban a menos que sea por algo más grave, pero "allí estaban registrados, entonces no sé cómo no detectaron ni denunciaron nada durante años", cuestionó.

Testigo de los abusos sexuales y la explotación

“Mi suegro es tan agresivo que esas cosas eran una práctica cotidiana. Una vez me preguntó si me gustaba bailar, le dije que sí y me disparó tres tiros al suelo”, lanzó la nuera, y aclaró que siempre estaba armado: tenía una escopeta y un arma plateada que Elena no supo reconocer el modelo.

Juan Espíndola tenía un negocio de videojuegos, quiosco y metegol que lo atendían los hijos las 24 horas, y él no trabajaba. Elena aseguró: “A los chicos los mataba de hambre, a veces pedían sobras en alguna carnicería, almorzaban en la escuela y el único que comía siempre era él. Aunque cuando quería los torturaba obligándolos a tomar mucha gaseosa o leche hasta que revienten. No sé por qué hacía esas cosas”.

Cuando llegué a esa casa mi pareja tenía 16 años, y ya en ese momento su hermana Geraldina se había escapado a los 12. Yo preguntaba por qué se fue, y con evasivas respondían que ella inventaba que su padre quiso abusar de ella pero que en realidad se fue con un novio. Y los dos años que viví ahí el padre me hizo la vida imposible, él me odiaba porque teníamos un hijo y mi marido traía el dinero para nosotros en vez de dárselo. La convivencia fue insostenible porque él emborrachaba a mi marido para convencerlo de que haga cosas para él, lo obligaba a usar armas. Como lo confronté nos echó a la calle, y conseguimos mudarnos enfrente”.

Fue en 2006 que Elena recordó cómo otra de sus cuñadas, Jimena, salió corriendo hasta su casa, y le contó que fue abusada por su papá: “Le dije que lo denunciáramos, y no quiso porque él la amenazó que si contaba mataría a su mamá y a su hermano. Y yo al contarle a mi marido, él no lo terminaba de creer, le conté a mi suegra, y ella no hizo nada por miedo. Entonces le advertí que cuando las más chiquitas crecieran, iba a abusar de ellas dos probablemente”.

Elena recordó dos ocasiones más en las que se enteró de abusos, en 2004 de Geraldina y en 2014 casi fue presenciarlo con Leonora: "A ella la tenía encerrada en la casa todo el día, y tras ese abuso caí en la cuenta que su vivienda tenía hasta tres puertas y rejas por todos lados. No la dejaba salir".

La denuncia: el comienzo del fin de la tortura familiar

Fue en 2017 que Elena y sus cuñadas conocieron a Nora Giacometto, a quien le contaron todo lo que vivían, y la denuncia primera la realizó la activista en un Centro Territorial de Denuncias.

Nora relató sobre cómo le llegó el caso: “Yo trabajaba en el Instituto Nacional de las Mujeres, donde recibimos un aviso del comedor del barrio que las chicas tenían dificultad para sociabilizar, y había un rumor de que sufrían violencia, entonces me entrevisté con Elena, Carlos y las dos hermanas-primas, no sé cómo decirles. Entonces denuncié y derivé al primer nivel del Estado y dejé la situación en Asistencia a la Víctima municipal en ese momento".

Recién en 2018 Carlos, el hijo mayor y marido de Elena, terminó de creer lo que su espíritu le negaba: por una crisis de pareja volvió a vivir con su padre, y allí fueron sus hermanas las que en convivencia le contaron las vejaciones y abusos sexuales que recibieron ambas. “Ahí les creyó y nos creyó a todos. Confrontó al padre, y atestiguó en su contra también”.

El tiempo pasaba y la Justicia no avanzaba en el caso. En 2019 Elena vio por televisión un caso muy similar, y contactó a Nora nuevamente, quien allí supo que no había habido novedades en la causa: Juan seguía dos años después conviviendo con Nilda y sus hijos, y los abusos continuaban.

“Entonces Nora hizo nuevamente la denuncia, y todo avanzó al fin rápidamente: la Fiscalía nos citó rápido a todos, que durante dos meses nos cuidamos que Juan no se entere de nada”, dijo Elena. En marzo de 2020 un operativo logró la detención de Juan Espíndola, y desde entonces permanece detenido, ahora con condena firme. Justo a tiempo el encierro de la pandemia encontró a Nilda, Guadalupe, Elena y sus familias con una verdadera paz y la oportunidad de una vida mejor sin el agresor.

La directora de Atención y Prevención de las Violencias de Género municipal Mariana Alonso relató a este medio que “el caso llegó al Teléfono Verde en marzo de 2020 cuando nos anoticiamos que el caso avanzaba. Espíndola iba a ser detenido, y debíamos asistir a dos de sus hijas que fueron víctimas de abusos y de mucho control psicológico. Ingresaron en pleno encierro de pandemia, y con el acompañamiento que hicimos logramos su restitución de derechos y también resguardo, y que se sientan en un ámbito de confianza para que se animen a declarar en la causa. Es un caso tan complejo que fue articulado con el Centro de Asistencia a la Justicia, con el Ministerio de Seguridad y con Nora Giacometto, que fue quien nos acercó el caso en primera instancia”.

El juicio: vuelta de página para las hermanas y sus hijos

El pasado viernes 26 de agosto, luego de 18 años de haber ingresado Elena en la familia Espíndola, se logró que se hiciera justicia. Los jueces de Primera Instancia Facundo Becerra, Alejandro Negroni y Paula Álvarez le dictaron 26 años de prisión al hombre por los delitos de “abuso sexual con acceso carnal agravado por ser cometido en su rol de padre, guarda y en convivencia, y múltiples hechos en concurso real, en concurso ideal con abuso sexual gravemente ultrajante agravado”. Aunque el fiscal a cargo de la causa, Diego Meinero de la Unidad de Delitos Contra la Integridad Sexual había solicitado la pena de 32 años de prisión efectiva.

Seis de sus hijos se animaron a declarar, y Elena también lo hizo, dando fe de muchas de las situaciones de explotación laboral, abusos sexuales, maltratos verbales y físicos que vivieron toda la vida. “Uno de ellos está en la droga y otro está preso. Dos hijos murieron. Pero todos los demás ahora tienen los 26 años que le dieron no le van a devolver la infancia a mi marido y sus hermanos, pero ellos al menos hoy tienen otra vida, varios volvieron a su casa con sus madres, y las más chicas evitamos que fueran abusadas y van a tener una vida mejor que sus hermanos”.

Con alivio Elena finalizó, a sabiendas de que hay consecuencias psicológicas en algunos miembros de la familia que restan superar: "Esto que vivimos ojalá sirva para animar a más personas que denuncien estas cosas que debe haber muchas familias parecidas. Si pedís ayuda siempre alguien te va a ayudar".
 

Si vivís situaciones de violencia de género o conocés a alguien que las esté viviendo llamá al 0800 444 0420, todos los días, las 24 hs. Si no podés hablar, escribí al whatsapp 3415781509. En caso de emergencias, llamá al 911.