Drogas, armas y un Bolsonaro humeante
En seis meses de gobierno, Jair Bolsonaro acumula dolores de cabeza y una imagen devaluada ante el mundo
La semana pasada no fue buena para el presidente brasileño. El hallazgo de 39 kilos de cocaína en poder de uno de los militares que integraba la comitiva que lo acompañaba a la reunión cumbre del Grupo de los 20 (G-20) a realizarse en Osaka, Japón, supuso una noticia incómoda que erosionó aún más su ya desgastada imagen internacional. Por otra parte, bajo presión del Congreso, Bolsonaro se vio forzado a derogar los dos decretos que había firmado tendientes a facilitar la venta de armas y municiones para uso personal. Esta última medida, dejó en evidencia que un sector importante de los legisladores -bajo presión de la opinión pública- decidió ponerle límites al presidente y a la bancada de la bala que lo respalda.
La semana dejó una vez más a Bolsonaro expuesto a los escándalos en un contexto de fuertes cuestionamientos a los procesamientos que pusieron a Luiz Inacio Lula Da Silva tras las rejas y en un momento en el cual el mandatario pensaba aprovechar la exposición internacional que ofrece la cumbre del G-20.
Drogas
La Guardia Civil española arrestó en el aeropuerto de Sevilla al sargento de la Fuerza Aérea Brasileña Manoel Silva Rodrigues con 39 kilos de cocaína guardados en su equipaje. El hecho es grave por varias razones. Está claro que las drogas no eran para consumo personal, sino que estaba siendo traficada. Cabe preguntarse entonces por qué motivo las autoridades españolas la descubrieron y no fue advertida por los controles en Brasil.
El asunto adquiere ribetes preocupantes al recordar que al llegar a la presidencia, Bolsonaro ordenó una purga de todos los funcionarios sospechados de izquierdistas o que no fueron de su confianza personal. Ese celo fue tanto o más severo respecto de los militares de su entorno y del personal de seguridad, de lo cual se infiere que el sargento de la Aeronáutica que cargaba siete ladrillos de cocaína debe haber superado varios filtros para desarrollar actividades sensibles tan próximas al primer mandatario.
En este marco, el vicepresidente Hamilton Mourao, a cargo del poder Ejecutivo mientras Bolsonaro asistiera a la cumbre del G-20, expresó que el militar arrestado en España podría ser miembro de una organización internacional de tráfico de drogas y señaló que se trataba de una mula calificada.
Mourao agregó que las Fuerzas Armadas no son inmunes al flagelo de la droga y que no es la primera vez que detienen a un militar ya sea de la Marina, el Ejército o la Fuerza Aérea. De ese modo, el vicepresidente discrepó en sus declaraciones con las palabras de Bolsonaro, quien defendió a las Fuerzas Armadas al que calificó como un contingente de más de 300 mil personas formadas en los más íntegros principios de ética y de moralidad.
Para la Organización de las Naciones Unidas (ONU) Brasil se convirtió hace ya mucho tiempo en el país desde el cual parten los más importantes cargamentos de cocaína colombiana, peruana y boliviana hacia Europa. De ello dan cuenta las frecuentes detenciones de jefes de la mafia italiana, especialmente la N´drangueta calabresa, que gerencian el negocio desde Brasil.
Armas
También durante la semana que pasó, Bolsonaro revocó los dos decretos que él mismo había rubricado y que facilitaban la compra y portación de armas de fuego, aunque propuso otras tres medidas para su flexibilización con el fin de ajustarse a las exigencias legislativas.
Los nuevos decretos tratan por separado la flexibilización de venta de armas para cazadores, la adquisición y tenencia de armas de fuego para uso personal, y el registro y comercialización. El presidente también decidió enviar un proyecto de ley al Congreso para modificar la legislación sobre el asunto, aunque hasta el momento no especificó su contenido.
El gobierno estudiaba alternativas para evitar una nueva derrota en el Congreso, después de que el Senado rechazara los dos decretos originales promulgados por Bolsonaro. La mayoría de los senadores consideró que, tal como había afirmado la Comisión de Constitución y Justicia de esa cámara, una materia de esa naturaleza no puede ser decidida por decreto y solo se puede tramitar si es como proyecto de ley. El decreto estaba a la espera de análisis en la Cámara de Diputados, que tiene la última palabra, y el Tribunal Supremo tenía pendiente también juzgar una petición de anulación.
La flexibilización en la tenencia de armas y la promoción de la autodefensa de la sociedad frente a la delincuencia fueron algunas de las principales promesas de campaña de Bolsonaro, pese a que Brasil está considerado como uno de los países más violentos del mundo, con una cifra récord de 65.602 homicidios registrada en 2017, lo que supone una media de 31,6 muertes violentas por cada 100 mil habitantes.
Un Bolsonaro humeante
El presidente no debe estar contento. Con sólo seis meses en el poder, es posiblemente uno de los líderes con peor imagen internacional entre los que se reunieron en la cita del G-20 en Japón.
En mayo debió suspender una visita agendada a Nueva York para evitar el escarnio de ser considerado persona no grata por el alcalde Bill de Blasio -precandidato presidencial del Partido Demócrata- y para evitar las manifestaciones convocadas por el movimiento LGBT y los grupos ambientalistas.
En Francia fue aprobada la construcción de una plazoleta con el nombre de Marielle Franco, la concejal y activista LGBT asesinada en Río de Janeiro por paramilitares sospechados de vínculos con el Clan Bolsonaro. En ese marco, el presidente francés, Emmanuel Macron, lo criticó por su política respecto de la Amazonia y por haber amenazado con renunciar al Acuerdo de París sobre el cambio climático.
Por su parte, la canciller alemana Angela Merkel consideró dramática la situación brasileña bajo la administración de Bolsonaro.
En la agenda de encuentros pautados en el ámbito del G-20, sólo se destacaron los encuentros bilaterales del presidente brasileño con Donald Trump -el segundo en cuatro meses- y con el mandatario chino Xi Xinping.
Escándalos, medidas extremistas, caída de la popularidad y hasta el incipiente cuestionamiento de su vicepresidente, deben tener a Jair Bolsonaro enojado y humeante, con solo medio año en el ejercicio del poder.