Días atrás, los ministros de relaciones exteriores de China y Rusia denunciaron la injerencia y las sanciones occidentales en contra de sus países. En un comunicado conjunto, acusaron a los Estados Unidos de acosar e interferir en los asuntos de otros Estados, causando un daño a la paz y al desarrollo globales. Posteriormente, el diplomático chino emprendió una gira que incluyó Arabia Saudita, Turquía e Irán, donde suscribió un amplio acuerdo de inversiones. Mientras tanto, el líder del Gigante Asiático, Xi Jinping, comprometió su apoyo al régimen de Corea del Norte.

Aunque los funcionarios negaron que la simultaneidad de esos hechos haya sido intencional, el mensaje resulta claro: el gobierno chino -con el aval de su par ruso- aspira a promover su propio orden internacional como alternativa al propuesto desde los Estados Unidos y Europa, caracterizado por valores tales como los principios democráticos, los derechos humanos y el estado de derecho.

El dragón disputa poder

Es posible que la guerra comercial desatada por Donald Trump haya acelerado los tiempos de una disputa por la cúspide del poder global antes de lo que se preveía. El gobierno chino se siente cada vez más seguro y no sólo refuta las críticas procedentes de los Estados Unidos a sus asuntos internos, sino que presenta y propone sus propios valores como un modelo para otros países.

Al presentar los ejes de su política exterior, el presidente estadounidense Joe Biden dejó claro que apunta a una competencia geopolítica entre dos modelos de gobernabilidad. El mandatario comparó a Xi con el presidente ruso Vladimir Putin “que piensa que la ola del futuro es la autocracia y que la democracia no funciona en un mundo cada vez más complejo”. Recuérdese que días antes se había referido a Putin como un asesino.

El modelo chino se ofrece como más responsable ante una comunidad internacional que ha presenciado ya varios desatinos estadounidenses en las últimas décadas, y ante la fatiga de numerosas democracias en todo el mundo con la falta de resultados concretos en materia de desarrollo económico. En Latinoamérica especialmente, la asociación entre democracia y fracaso económico es creciente y preocupa el nuevo avance del militarismo en la región. Como contraparte, los éxitos del modelo de crecimiento económico chino, se asocian con el sistema político autócrata imperante en ese país, arrojando como consecuencia una simplificada evaluación de utilidades de uno y otro sistema.

Las autoridades chinas sostienen que son los Estados Unidos quienes dividen al mundo en bloques. Xi se ocupó de marcar la cancha tras la asunción de Biden cuando, en el último Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, dijo que el multilateralismo debía basarse en el consenso entre muchos países, no en una opinión de “uno o de pocos”. En tal sentido, China avala la recuperación de protagonismo de las organizaciones internacionales como las Naciones Unidas, donde su influencia es creciente.

Efectivamente, el mundo está cada vez más dividido en dos polos y tanto el gobierno chino como el estadounidense buscan seducir adeptos y llevar agua para su molino. En ese contexto, la alineación de Rusia con China es la que despierta mayor interés. Putin se ha quejado largamente de la hegemonía estadounidense y de su utilización del sistema financiero global como instrumento de política exterior.

Europa del Este, territorio en disputa

Lo que sucede en Europa del Este debería ser observado con detenimiento. Parece tratarse de casos testigo de mutación de democracias de pleno derecho en autoritarismos. Las clasificaciones internacionales que miden el estado de la democracia, las libertades civiles, la protección a las minorías y la corrupción, arrojan resultados desalentadores. Sin excepciones, todos los países europeos que dejaron atrás dictaduras comunistas presentan una situación preocupante. En algunos casos, como el de Hungría, ni se considera ya que exista una democracia plena. El informe Naciones en tránsito, que monitorea desde 1995 el progreso democrático en 29 países que pertenecieron a la esfera comunista, calificó a Hungría como una “democracia semi-consolidada” hace seis años y desde el año pasado la define como un régimen híbrido, no plenamente democrático y escenario de “un impresionante colapso democrático”.

Otros países, como Eslovenia o Croacia, que eran dos de los mejores ejemplos de adaptación democrática del antiguo Bloque del Este, han empeorado su situación recientemente según el informe mencionado, y ni siquiera Estonia -el país que presenta mejores indicadores democráticos de todo este conjunto- pudo librarse del declive.

Sin embargo, el caso más llamativo es el de Polonia, que ha perdido posiciones en todos los principales índices internacionales que miden el estado de la democracia, los derechos civiles y la corrupción. Desde que la coalición conservadora liderada por el partido Ley y Justicia llegó al poder en 2015, Polonia sufrió una erosión constante en la calidad de la democracia, la libertad de prensa, el respeto a minorías y problemas de corrupción.

El informe Variedades en Democracia publicado este año por el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo (Suecia), Polonia ha avanzado hacia la autocracia más que cualquier otro país del mundo durante la última década, situándose en el puesto 63º del mundo (por debajo de Bulgaria, Lesoto o Mongolia), y superando solamente a Hungría (puesto 89º) dentro de la Unión Europea. El gobierno polaco avanzó sobre la independencia del Tribunal Constitucional, el Tribunal Supremo, los procedimientos de nombramientos judiciales, y se espera que próximamente hará lo propio sobre la Defensoría del Pueblo. El índice mencionado es elaborado por unos 3500 expertos en todo el mundo que analizan la información obtenida a través de casi 30 millones de datos en 202 países, por lo que se lo considera la mayor base de datos global sobre democracia.

Autoritarismo y pandemia

La pandemia de Covid-19 parece haber facilitado las cosas a los gobiernos con tendencias autoritarias. Permitió adoptar restricciones que no sólo han limitado la libertad de movimiento o reunión por razones sanitarias, sino que también están imponiendo medidas que les facilitan el control de los medios de comunicación y la represión de las protestas públicas.

Es el caso del húngaro Víktor Orbán, que ha gobernado el país a través de decretos tras arrogarse poderes extraordinarios con la excusa de controlar la pandemia, o del ultra conservador gobierno polaco, que ha tratado de impedir las manifestaciones contra la prohibición del aborto invocando la misma razón, cuando poco antes su primer ministro animaba a los ciudadanos a acudir a votar masivamente en unas elecciones presidenciales programadas a su conveniencia.

En cuanto a la libertad de prensa, las noticias tampoco son alentadoras. Son cada vez más los países en los cuales se registran actitudes en el Estado y en la dirigencia política tendientes a fomentar la censura y la autocensura. Los mecanismos de financiación de los medios de comunicación son cada vez más opacos e incluso corruptos, y las políticas editoriales están subordinadas a los intereses de los propietarios. Los medios de comunicación se han convertido gradualmente en herramientas de propaganda política y los servicios de inteligencia tienden a vigilarlos.

Con democracias degradadas y restricciones a la libertad de expresión, la corrupción se instala en el funcionamiento de la sociedad y termina convirtiéndose en un mal silencioso o silenciado, dado que la posibilidad de alzar la voz en contra de lo que sucede es cada vez más estrecha. Basta con observar la situación de Alexei Navalny en Rusia o preguntarse qué sucede con quien tiene un pensamiento disidente en China.

Lejos de hacer una apología cerril de la democracia occidental en su estado actual, podría
resultar sensato hacer el ejercicio de revisar qué se ha hecho tan equivocadamente para
que los autoritarismos vuelvan a estar en ascenso.