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Se trata del mayor bloque comercial del mundo, el modelo a imitar como unión regional para navegar por el tumultuoso mar de la globalización, y un ejemplo de cómo tras dos Guerras Mundiales se pudo construir una paz duradera. Pero desde hace años, la Unión Europea (UE) está en crisis. 

El próximo 26 de mayo habrá elecciones para el Parlamento Europeo bajo la amenaza del ascenso de la extrema derecha, lo que representa un interrogante para el futuro del proyecto común, mientras carga aún con penurias derivadas de la gran crisis económica de una década atrás. 

Hasta ahora, la gran coalición de conservadores y socialdemócratas en la Eurocámara sólo había sido confrontada por grupos como los liberales o los ecologistas. Pero se espera que desde este año, diferentes opciones demagógicas, eurófobas y de extrema derecha, ya presentes en muchos gobiernos nacionales, amenacen con entrar como un caballo de Troya en el Parlamento Europeo.

Sin embargo, las distintas corrientes euroescépticas no son una novedad en la Eurocámara. En los comicios de 2014, Marine Le Pen y su partido -antes Frente Nacional, ahora Agrupación Nacional- y Nigel Farage del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP por su sigla en inglés) habían conseguido crear sendos grupos parlamentarios, aunque residuales. 

Ante las elecciones previstas para mayo, los analistas pronostican un aumento del número de opciones electorales euroescépticas, que podrían acumular más de 200 escaños sobre un total de 705. En porcentaje, eso significaría cerca de 30 puntos porcentuales, casi un tercio del cuerpo legislativo.

Pero la clave no se encuentra tanto en el número exacto que obtengan, sino en saber si los diferentes grupos euroescépticos son capaces de unirse en un mismo eje parlamentario. Si se dividen en al menos dos grupos, su potencial de chantaje disminuiría sensiblemente. Si formaran solo uno, podrían posicionarse como el segundo grupo parlamentario, desplazando a conservadores o socialdemócratas. 

Señales preocupantes

En los últimos años aumentaron los gobiernos, como el austríaco, formados total o parcialmente por partidos de extrema derecha favorables a restringir el rol de la UE en la vida interna de cada uno de sus miembros. El caso más preocupante en los últimos tiempos es el de Italia que, hasta antes de la crisis económica y de la llegada masiva de migrantes a sus costas, era un país profundamente europeísta.

Aunque más alarmante para muchos en Bruselas por ser un fenómeno regional es el euroescepticismo emergente en los países del Este del continente, como Rumania, Polonia y, especialmente, Hungría.
También en Francia volverá a medir su fuerza Marine Le Pen contra Emmanuel Macron y su partico En Marche. Le Pen intenta capitalizar la crisis de los chalecos amarillos y el descontento de amplios sectores de la población con el feroz ajuste que implementó Macron. 

En Alemania la agrupación de ultraderecha Alternativa por Alemania (AfD) aumentó sensiblemente su caudal electoral, especialmente tras la apertura de fronteras en 2015 a los refugiados como política de la canciller Angela Merkel.

Por otra parte, serán las primeras elecciones europeas que no se celebren en el Reino Unido con motivo del Brexit. Los Veintisiete miembros restantes se repartirán los 73 escaños británicos. El Brexit tiene fijado su día clave el 29 de marzo, dos meses antes de las elecciones, un hecho que algunos analistas temen que pueda tener efecto contagio, mientras otros predicen que podría ser positivo para que muchos ciudadanos acudan a votar, dado que los derechos europeos no pueden darse por asegurados y pueden perderse si no se movilizan.

Solamente España parece resistir ante la creciente marea euroescéptica comunitaria. En Bruselas suelen destacar que es el único país que no tiene un partido con agenda política eurófoba. Sin embargo, la irrupción de Vox como partido cogobernante en Andalucía en diciembre del año pasado, podría significar el fin de la resistencia española al euroescepticismo. Los sondeos de opinión por ahora sólo prevén que Vox consiga un eurodiputado, previsión similar a la de 2014, cuando se quedaron a sólo 10 mil votos de alcanzar el escaño. 

Una clave para prever lo que sucederá en las elecciones de mayo está relacionada con la lucha contra las fake news o noticias falsas y las injerencias que pudieran provenir de Rusia, algo que ya ocurrió en 2014. Pero también con el movimiento antieuropeo que intenta aglutinar el antiguo jefe de estrategia de campaña de Donald Trump, Steve Bannon.

El estratega

Tras dejar la Casa Blanca, Bannon hizo campaña y ayudó a varios movimientos políticos europeos de derecha y extrema derecha. Estos incluyen a Agrupación Nacional en Francia, Fidesz -el partido de Viktor Orban- en Hungría, Alternativa para Alemania, los Demócratas de Suecia, el Partido por la Libertad de Holanda,  la Liga de Italia, el Partido de la Libertad de Austria, el Partido Popular de Suiza, Vox en España y el movimiento identitario paneuropeo. Bannon apunta a que los movimientos antes mencionados, junto con el liderazgo del japonés Shinzo Abe, el indio Narendra Modi, el ruso Vladimir Putin, el chino Xi Jinping y el estadounidense Donald Trump, así como líderes similares en Egipto, Filipinas, Polonia y Corea del Sur, formen parte de un cambio global hacia el nacionalismo. Con ese propósito fundó en Bruselas la agrupación The Movement para promover el euroescepticismo, el identitarismo, el liberalismo económico y, en general, una corriente antisistema de derecha por todo el continente europeo.

Los puntos de vista políticos y económicos de Bannon fueron calificados como nacionalistas,  populistas de derecha y paleoconservadores. Sin embargo, él se identifica como conservador. Y rechaza las acusaciones de que es un nacionalista blanco. Sin embargo, tiempo más tarde expresó que consideraba que ser etiquetado como un racista, un xenófobo y un nativista como una insignia de honor.

Pero pese a los intentos de Bannon, el líder más emblemático del Partido Popular Europeo, el húngaro Viktor Orbán, rechazó unirse a su proyecto. En cualquier caso, habría que indagar para quién o quiénes opera políticamente Steve Bannon. ¿Para Trump? ¿Para Vladimir Putin? ¿O para alguien más? 

El problema para la UE no es en sí mismo el nacionalismo, pues como primera medida habría que definir en qué sentido se lo entiende. Si se trata del reconocimiento de las diferencias para construir proyectos comunes desde lo diverso, el nacionalismo puede ser enriquecedor. Ahora bien, si se trata de un nacionalismo en el sentido que le otorgaba George Bernad Shaw, Europa está en un problema. Para el escritor irlandés, el nacionalismo es la extraña creencia de que un país es mejor que otro por virtud del hecho de que naciste ahí.

El mayor desafío de los eurófilos consiste en demostrar a los euroescépticos que a los europeos aún les conviene que los encuentren juntos antes que dominados.