"La Provisoria": una historia de convivencia cultural en una casona de Caballito
La directora aseguró que lo que la impulsó a hacer la película fue ver a un grupo de jóvenes que no tenían pensado quedarse en la casa más que el tiempo que les fue dado antes de demolerla. "Una antilucha", afirma.
En medio del avance de las demoliciones y la ocupación de espacios verdes en las grandes ciudades, particularmente en la Ciudad de Buenos Aires, un grupo de jóvenes vivió de forma legal y temporal en una casona antigua de Caballito, devenida por su ímpetu en un reducto cultural que se refleja en el filme "La Provisoria", que se estrena este jueves en salas.
"Eso fue lo que me impulsó a contar la película: ver a un grupo de jóvenes que no tenían pensado quedarse en la casa más que el tiempo que les fue dado. Una antilucha. Me pareció original, una vuelta de tuerca narrativa que me abrió los ojos sobre una filosofía de vida que sin saberlo compartía. La película no cuenta la lucha contra las demoliciones, sino lo bello que es ese lugar sin que se demuela", dijo la directora Melina Fernández da Silva, quien codirigió junto a Nicolás Meta.
"Los personajes de la película -dijo, por su parte, Meta- comparten aspectos con las personas que habitaron la casa, ya sea desde la forma de ser y reaccionar frente a las circunstancias de vida, o desde la carcasa: profesión, rutina. Algunos son muy parecidos a los reales, y otros muy ficticios, necesarios para reflejar el espíritu que se respiraba ahí".
La cinta comienza con la búsqueda de un lugar para vivir de varios de los protagonistas quienes, con motivos diferentes, terminan en una casa de Caballito, la cual, mientras espera ser derrumbada, es prestada a un joven para que la cuide de ocupaciones ilegales. Pronto, el joven, que acababa de regresar de viaje, se ve libre dentro de un caserón con pileta, cancha de tenis, fútbol y varios árboles. Un sueño verde, en el centro geográfico de la Ciudad de Buenos Aires y al que todos bautizaron como "La Provisoria".
"Desde el primer día me pareció hermosa a nivel fotográfico: antigua, lujosa pero abandonada, de 1200 metros cuadrados, con piscina, dos jardines, y un playón donde una vez hubo una cancha de tenis. Ideal como gancho narrativo: una demolición que se retrasa y cinco jóvenes que conviven en paz mientras esperan el derrumbe", recordó Fernández da Silva.
"Yo venía de vivir en una zona rural de Brasil -señaló Meta- y necesitaba un sustento. Martín, el casero de la casa, me dio la posibilidad de sumarme a la organización de las fiestas que él ya hacía, y yo les di un tinte alternativo. Rápidamente el lugar se volvió un referente. Había música por la noche y actividades de teatro, yoga, danzaterapia durante el día".
El filme muestra cómo por la casona pasaron extranjeros y locales en búsqueda de un lugar para dormir, divertirse y expandirse culturalmente. También, cómo todos los convivientes llegaban con sus propios pesares a cuesta a un lugar que, de alguna manera, los anclaba a sus deseos, olvidando, en algunos casos, los problemas que acarreaban.
Así, en el guion de Fernández da Silva y Meta conviven un joven que solo quiere viajar y otro que abandonó a su hija recién nacida, pero que regresó para recuperarla; con otra que intenta escapar de su hermano borracho y las deudas, con actores performáticos que se debaten entre trabajar para el mainstream o en la calle.
"Un conflicto central y determinante iba a opacar el universo en el que estaba inmersa la casa. Vayamos al caso de la problemática real de Caballito, que es el contexto de esta película: los vecinos exigen espacios verdes en el barrio. Piden por favor que en las quince manzanas de descampado que siguen existiendo frente a la casa donde filmamos, se haga un parque y no el shopping más grande de América Latina, que es lo que a nivel político se viene fogueando desde 2008. El papel que en este sentido cumple la película, nos parece, es reflejar lo positivo de estos espacios verdes", explicó Meta.
Filmada de modo independiente, pero con apoyo de varios institutos de cine latinoamericanos, los realizadores no dudan en definir al proyecto como "una verdadera superproducción casera", que demandó siete años de trabajo, con personas de diez países y un casting de más de 100 actores.
"La preproducción consistió en entrevistar a todo tipo de profesionales dispuestos a trabajar bajo una modalidad de cooperativa con producción", dijo la directora, y agregó: "Hubo un núcleo de alrededor de 30 personas y otras doscientos y pico medio golondrinas: llegaban, ayudaban, y a los pocos días de rodaje, salían".
Finalmente le directora aseguró que "la película apuesta a mostrar que la convivencia puede funcionar como sostén y apoyo, pero eso no vuelve todo color de rosas". Y en relación a los conflictos presentes adelantó que gran parte de ellos "derivan de la familia, de vidas tóxicas anteriores, de miedos de los padres que inciden en los emprendimientos de los hijos". "Eso fue lo que intentamos contar", cerró.