El jueves 25 de agosto estrena en los cines comerciales del país una producción que desde hace tiempo tiene a los rosarinos expectantes. Se trata de "Un crimen argentino", policial negro y político ambientado en plena dictadura, y la emoción local es doble: cualquiera que haya tenido algún conocido actuando como extra o si vio interrumpido su tránsito en el centro durante el rodaje, se enteró de aquel escabroso crimen que inspira la trama de la novela del mismo nombre, escrita por el también rosarino Reynaldo Sietecase.

Jorge Salomón Sauan, conocido como “Chiche”, era un comerciante de 46 años de la zona de Italia y San Luis, miembro de una familia tradicional de la colectividad sirio-libanesa de Rosario, que en noviembre de 1980 tuvo la mala suerte de conocer en un tugurio de la ciudad a Juan Carlos Masciaro. Peor mala suerte que haber sido dejado a poco de contraer matrimonio con su novia Liliana, porque este nuevo amigo sería pocos días después el artífice de uno de los actos más cruentos y sofisticados de la criminología argentina.

Masciaro se hizo conocer bajo el falso seudónimo de Juan Carlos Mascías Medrano al salir de la Unidad Penitenciara 3 de calle Zeballos, donde cumplió una condena de 5 años y medio por varias estafas al vender en falso un campo en Pergamino a cinco compradores. Su "plan perfecto" lo elucubró lentamente durante su encierro, donde sus compañeros de celda lo escucharon decir que “para conseguir la impunidad al cometer un crimen, lo principal era desaparecer el cadáver. Sin cadáver no hay delito”, porque entendió las palabras del dictador Jorge Rafael Videla que explicó en diciembre de 1979 ante la prensa la situación de los detenidos-desaparecidos en el país: “Un desaparecido no tiene entidad. No está ni muerto ni vivo, está desaparecido. Frente a eso no podemos hacer nada”.

Para llevar a cabo su plan convenció a un amigo médico y a un compañero de la prisión que le prestaran plata para supuestamente montar una fábrica de pelotas de fútbol, y en su argumento estaba la explicación de la compra de dos damajuanas de 16 litros de ácido sulfúrico que serviría para estirar el cuero de las pelotas, y un tanque de fibrocemento de un metro de alto para conservar el líquido. Las dos piezas claves para consumar el crimen de su nuevo amigo, "Chiche" Sauan.

Unas semanas después de ser liberado por las estafas, en octubre de 1980 Masciaro alquiló un departamento con su nueva identidad falsa en el primer piso de Montevideo 1651, aduciendo ser abogado de Air France. Ese sería el lugar para llevar a cabo su plan de asesinato,  falso secuestro y desaparición del comerciante Sauan, a quien conoció una noche de copas en octubre de ese año.

El caso Masciaro-Sauan, que inspiró la novela y el film "Un crimen argentino"

Para llevar a cabo su plan, Masciaro entabló un vínculo de mucha confianza con él, a quien escuchaba atentamente las penas que sufría por el abandono de su pareja, y a quien alegró con fiestas en varios bares nocturnos de la ciudad. Y en horas del día también se reunían en bares a charlar, a la vista de conocidos y familiares de Sauan.

El lunes 15 de diciembre de 1980 Sauan y Masciaro cenaron en el comedor del club Argentino-Sirio de la calle Italia. Esa fue la última noche de vida del comerciante, y varios conocidos atestiguaron haberlo visto de buen humor en la jornada, sin aparentes problemas que lo aquejaran, algo que ayudó a descartar luego la hipótesis que su macabro nuevo amigo deslizó: un autosecuestro para sacar dinero a su familia. De ahí se fueron en las primeras horas de la madrugada al departamento de Masciaro en Montevideo entre España y Roca.

Convidado por el anfitrión, Sauan bebió una bebida alcohólica que lo sumió en el sueño más profundo. Masciaro había diluido en su vaso una dosis de Rohypnol tan fuerte que durmió durante casi un día, y en la noche del martes la propietaria del departamento ingresó a este sin avisar, y antes de que su inquilino la contuviera alcanzó a distinguir las piernas de un hombre reclinado sobre el sofá del living. 

El inquilino le explicó a su locadora que se trataba de un gerente de Air France que necesitaba descansar. Esto atestiguó la mujer en la causa n° 788 que se asentó en el Juzgado de Instruccción n° 4 -a solo cuatro cuadras del crimen-, cuando la familia Sauan recibió un llamado de Masciaro asegurando que "Chiche" había sido secuestrado y se esperaba un millón de dólares como recompensa.

Según la reconstrucción judicial, tras la salida de la dueña del departamento, Masciaro introdujo a Sauan dentro del tanque de fibrocemento. Por el estado de descomposición de sus restos no se pudo comprobar si lo ingresó dormido o bajo qué mecanismo le quitó la vida. 

Vació sobre el cuerpo una damajuana y media con ácido sulfúrico y lo cubrió con un tapiz. Luego llamó al teléfono fijo de los padres de Sauan para avisar que llegaría más tarde. En la tarde del 17 de diciembre llamó por segunda vez para avisar que estaba secuestrado. La causa desde entonces la llevó el juez de Instrucción de la 4ta nominación Jorge Eldo Juárez, y sus secretarios del juzgado Carlos Alberto Triglia y Alberto González Rimini. Y desde cerca seguía la investigación el jefe de la URII, Carlos Alberto Moore, quien luego fuera juzgado por delitos de lesa humanidad como miembro de la patota de Agustín Feced en los años del terrorismo de Estado.

El lugar de encuentro para la entrega del dinero era el baño del bar céntrico Laurak Bat, en Santa Fe y Entre Ríos. Y como Masciaro vio el operativo policial, nunca ingresó a buscar el dinero. Llamó de nuevo a la vivienda de los Sauan y acordó pactar una nueva entrega del paquete, pero esto nunca llegó a ocurrir, porque el plan perfecto fue pinchado por uno de las muchas personas que vieron la última noche a Sauan junto a Masciaro en el bar: el juez Francisco Ferreyra. Lo reconoció de lejos porque fueron compañeros de Derecho en la Universidad Católica de Rosario.

El caso Masciaro-Sauan, que inspiró la novela y el film "Un crimen argentino"

Masciaro fue detenido mientras avanzaba la investigación del supuesto secuestro del comerciante Sauan. Pasaban los días y se esperaba un nuevo llamado para encontrar señales suyas o coordenadas y esto no ocurrió por estar Masciaro tras las rejas. Y el hombre encontró una salida para dilatar y despistar el asunto: aseguró que se trató de un autosecuestro porque Sauan quería sacarle dinero a su familia. También inventó que había un tercer cómplice que era amigo del fallecido, algo que nunca ocurrió.

Convenció al juez Juárez para que lo deje estar en su casa y “recibir el supuesto llamado de Sauan”. Fue durante su encierro que el investigador Triglia reparó en las dos damajuanas que había en el departamento, que ya había sido revisado por la policía al momento de ser detenido su morador pero no les había llamado la atención, y en un interrogatorio lleno de preguntas Masciaro no supo responder para qué las tenía. Fue entonces que los investigadores dieron con el supuesto macetón que en realidad era el tanque de fibrocemento, y al volcarlo salió el líquido viscoso: no había restos de fauna cadavérica. Sin cuerpo no había delito.

El material extraño fue trasladado al laboratorio del químico policial Eduardo Gobby, donde se encontraron los indicios que aun sin cuerpo confirmaron el peor destino de Sauan: una cadenita con una cruz, una prótesis dental, una ampolla de Rohypnol, llaves, un dedo gordo del pie. Todos objetos reconocidos por familiares, amigos y hasta el dentista del comerciante. Su cuerpo fue reducido a nada, y esos restos fueron enterrados en el cementerio El Salvador.

Con esas pruebas y los testimonios de sus compañeros de celda que confirmaron su plan de desaparición, la locadora que vio el cuerpo y los allegados de Sauan que descartaron que pudiera hacerle daño a su familia con un autosecuestro, Masciaro fue sentenciado el 11 de junio de 1981 a prisión perpetua por privación ilegítima de la libertad seguida de muerte.

Sin embargo fue beneficiado por el la ley del 2x1 y en 1998 salió en libertad y vivió hasta el final de sus días en 2018 en la ciudad de Coronda, donde peleó por volver a ejercer su profesión de abogado, y creó una organización de asistencia legal a los presos de la cárcel. Denunció al Estado nacional por apremios ilegales, por haber sido torturado para su confesión en tiempos de la investigación por parte de la policía provincial.

Durante varios años el periodista Reynaldo Sietecase investigó y pidió los expedientes de la causa Sauan en el Tribunal. Cuando los pidió se armó un debate entre los camaristas penales, porque muchos de ellos entendían que esta historia expone ciertas intimidades del comerciante de una familia acomodada de la ciudad. Finalmente, uno de ellos convenció a todo el resto de que no había razón para evitar que mire los archivos, ya que es un derecho a la libertad de expresión. Publicó su novela Un crimen argentino en julio de 2002, hace ya 20 años, con algunos cambios ficcionales, y el film, dirigido por Lucas Combina y producido por el también rosarino Juan Pablo Buscarini se inspiró en la novela haciendo también modificaciones ficcionales y de narrador.