¿Para qué sirve el dolor? Una alarma invisible, pero esencial
“Lo único que quiero es que me saquen mi dolor”. Hoy probablemente ésta haya sido la frase más escuchada en cualquier guardia de emergencias, y en la mayoría de los consultorios de numerosas especialidades clínicas. Más de 300 años a.C, Aristóteles definía al dolor como un castigo para el Alma. Cabe preguntarse, entonces: ¿Por qué la biología nos impone tamaña desdicha desde tiempos inmemoriales?. ¿No ha avanzado lo suficiente la Ciencia como para erradicar esta “molestia” para siempre?
Lo primero que hay que reconocer es que la mayoría de las funciones biológicas tienen un sesgo de displacer. El sufrimiento viene implícito en nuestras ganas de dormir, en el hambre, en la sed, y en casi todas las necesidades fisiológicas. Incluso el enamoramiento (sí me permiten enumerarlo dentro de nuestras más básicas funciones humanas) puede dejar algún escozor tras su paso por nuestras vidas.
Parece que la única forma que tiene nuestro organismo de incidir fuertemente en nuestras conductas es generando un cierto malestar que anime la pulsión, motorizando el cambio, el movimiento o el reposo. En este caso, el dolor es una forma más que tiene nuestro medio interno de avisar que hay algo dañado, o en riesgo de lesionarse, y que tenemos que reposar, cuidarnos, iniciar un proceso regenerativo, o todo eso junto.
El dolor se manifiesta como una experiencia absolutamente individual para cada sujeto, sin que pueda ser condicionado ni determinado en forma directa por estudios de imágenes o análisis bioquímicos específicos. Es una alarma invisible, que se materializa sólo mediante el relato y la interpretación de un Otro. Como cualquier sufrimiento, su variabilidad interpersonal es lo que lo vuelve impredecible y complejo, pero también fascinante.
Existen algunos trastornos genéticos, infrecuentes, que hacen que los individuos no sientan dolor. Estos casos reportados se acompañan de trastornos sensoriales, psíquicos y físicos, limitando o dificultando la supervivencia. Es evidente que el síntoma doloroso aparece en forma consciente y persistente sólo cuando es esencial, y lo hace como parte de una ayuda imprescindible y eficaz. Sin embargo, nos hemos ocupado de crear fármacos para combatirlo ferozmente, como hicimos con otras funciones biológicas: el sueño, el apetito, la fiebre. “Si el dolor te para, vos no pares” nos enseñan las campañas farmacéuticas desde la tele. Sistemáticamente oímos que se promueve suspender, regular y subyugar frenéticamente cualquier tipo de padecimiento físico que nos impida seguir produciendo. El asunto es que estos artilugios en general no están exentos de efectos adversos y de una gran ineficacia en el largo plazo. Esto ocurre por una sencilla razón: la fisiología humana terminará sorteando cualquier obstáculo para volver a tomar el control de nuestras funciones y conductas, ya que cuenta con las mejores y más variadas herramientas para hacerlo.
Cada vez que veo un paciente con Dolor, veo un acertijo a resolver: ¿Qué me está comunicando el organismo a través de estos síntomas? ¿Qué le sucede al paciente que vive esta experiencia? ¿Qué fue lo que se rompió o está en riesgo de daño? ¿Cómo puedo ayudar a repararlo? Ese tipo de preguntas son más complejas, pero también más eficaces para poder solucionar cada enigma. Si uno sólo se pregunta “¿Qué analgésico puedo darle?”, probablemente termine fracasando en la tarea de dilucidar la raíz del problema.
Todos los días sometemos a nuestro organismo a estímulos perjudiciales desde el punto de vista químico, psíquico y mecánico. Padecemos stress, mal descanso nocturno, contaminación, sedentarismo e ingesta de alimentos ultraprocesados. No es extraño que el cuerpo emita alarmas por no poder compensar tanta adversidad de su entorno. El desafío entonces, es poder equilibrar estos factores antes de intentar establecer tratamientos sintomáticos agresivos que nos anulen la señal de alerta. Sólo podremos eliminar el “mensaje doloroso” mejorando las condiciones del “mensajero”, que es el paciente.
Lo que le contesto a la frase más escuchada: “Lo único que quiero es que me saquen mi dolor” es: “Para eso vamos a tener que cambiar las condiciones de base y el contexto que lo genera, lo cual sólo se logra mediante un proceso sostenido de intervenciones en múltiples niveles”. Confeccionar ese plan específico, a medida de cada caso, es el desafío que nos plantea cada consulta diaria.
Dr. Duilio Guzzardo (FB/IG @Dr.Dguzzardo) ) https://www.instagram.com/dr.dguzzardo/
Director Equipo de Formación e Investigación en Dolor (http://efid.online)
Reumatólogo (Matrícula Nº 18.305)