A 20 años de Okupas, cuando la TV reflejó el post menemismo
“Okupas”, miniserie argentina que marcó el inicio de la tendencia de las ficciones “marginales” en la TV y que supo retratar como pocos el profundo deterioro social que desembocaría en la Crisis de 2001, cumple este domingo 20 años y para su creador y director, Bruno Stagnaro, el universo que describe “lamentablemente sigue siendo absolutamente actual”.
“Era un momento en el que se percibía que de alguna manera íbamos a una especie de ruptura. Me hubiera gustado que 20 años después estuviéramos en otro contexto, y no en uno en el que esa sensación está tan presente de vuelta”, recuerda en charla con Télam, el también realizador de “Pizza, birra, faso” (1998) y “Un gallo para Esculapio” (2017-2018).
Producida por Ideas del Sur y emitida originalmente por el entonces Canal 7, el primero de los 11 episodios que componen “Okupas” se emitió el 18 de octubre de 2000 y fue un verdadero suceso para el canal público.
Aquel día midió 3.5 puntos de rating -una cifra casi inalcanzable para la señal hoy día a excepción de la transmisión de los grandes eventos deportivos- y los televidentes se fueron sumando hasta que en su episodio final alcanzó los 6.7.
Con el protagónico de un muy joven Rodrigo de la Serna, en compañía de Ariel Staltari, Diego Alonso y Franco Tirri, la historia de un grupo de jóvenes de clase media empobrecida y sus aventuras con el mundo criminal, las drogas y la amistad ganaría al año siguiente tres premios Martín Fierro y tendría varias repeticiones en diferentes canales.
Aunque hoy solo se encuentra como contenido ilegal en YouTube (hay interés de varias plataformas y podría llegar pronto al streaming), “Okupas” marcó una bisagra en la televisión nacional.
Mientras que “Los simuladores” (2002-2004) pasará a la historia como la gran serie del post 2001, en un registro fantástico que daba carnadura a los sueños de venganza de la clase media contra las injusticias del sistema, “Okupas” dejó un testimonio de lo que la década menemista había hecho en las capas medias y bajas de la sociedad.
Como síntesis el argumento del programa: un veinteañero encargado por un familiar del cuidado de una vieja casona porteña para evitar que fuera ocupada, acaba siendo él mismo, sin perspectivas ni horizontes, quien junto con unos amigos se convierte en el "ocupa" del inmueble.
Ese horizonte marginal, con delincuentes, presidiarios, locos y otras especies, fue retomado desde “Tumberos” (2002) o “Sol Negro” (2003), hasta la actualidad con la acaso más surrealista “El marginal”.
Mientras trabaja, silenciosamente y sin ofrecer detalles, en el desarrollo para Netflix de la adaptación también en forma de serie del clásico del cómic nacional “El eternauta”, Stagnaro conversó con esta agencia acerca de sus recuerdos de “Okupas”, las razones de su vigencia y su rol como precursor del registro realista marginal en la TV argentina.
—¿Cómo sentís que envejeció “Okupas”?
—Siento que si bien en la capa más superficial indaga mucho en el tema de la marginalidad, que lamentablemente sigue siendo absolutamente actual y vigente como temática, en el fondo habla de una búsqueda de un personaje particular. De su búsqueda de identidad y entender cuál es su lugar en el mundo, y cómo eso lo va arrastrando a situaciones problemáticas y se va metiendo en esta historia de amistad con estos otros tres personajes, como van conformando una familia postiza. Siento que esa es una temática que no está anclada a un momento particular sino que es bastante universal, humana atemporalmente, y en ese sentido también sigue muy vigente.
—Mencionabas la cuestión de la marginalidad. La serie presenta esta imagen de las clases medias pauperizadas y cierto sentimiento de falta de un norte especialmente para los veinteañeros. ¿Te hubieras imaginado en esa época que dos décadas después todo sería tan similar?
—Más que que me sorprende, me duele. Me hace sentir que estamos atrapados en una espiral cíclica. Veníamos de años muy complicados y esta situación de la pandemia por supuesto que complicó todo muchísimo más.
—Otro aspecto que la serie conserva con frescura es su oralidad, los diálogos, el lenguaje de sus personajes. ¿Es una parte de la escritura a la que le asignás especial importancia?
—Es absolutamente importante, y diría que muchas veces esa capa del modo de hablar de los personajes es algo que terminamos de definir con los actores. En ese punto hay un equilibrio, porque a veces se tiene la idea de que el actor está inventando lo que se dice y definitivamente eso no es así; siempre sucede en el marco de una escena en la que está claro lo que tiene que pasar y cuál es el desarrollo de la verbalidad del personaje, cómo eso incide en otros factores, generando tensión, en los momentos de la escena. Pero siempre me pareció importante darle espacio al actor para que eso que está escrito con una lógica, con una estructura, lo pueda hacer propio y lo diga desde su propia manera de hablar para que tenga la mayor verdad posible.
—¿Cómo recordás el proceso de “Okupas”?
—Para mí es algo que está bastante vinculado con un espíritu casi amateur. Si tanto yo como algunos de los chicos de la parte técnica venían de hacer “Pizza…”, que ya era un trabajo claramente profesional, todavía éramos muy pibes y estábamos embebidos de un espíritu donde los límites entre lo profesional y la pasión pura no estaban muy claros. Había una entrega absoluta, eso quedó muy impregnado en la atmósfera de lo que se cuenta y que hizo que se transformara en una dinámica muy grupal. Siento que es lo que hace que de alguna manera haya perdurado. Fue algo distintivo del proyecto; que la amistad verdadera se entremezclaba con el trabajo e influía sobre la trama.
—¿Te hacés cargo de que sirvió de inspiración para muchas producciones que vinieron luego?
—En mi percepción, el universo de “Okupas” de alguna manera es una derivación del universo de “Pizza…”. Es cierto que en la tele es un registro que todavía no se había transitado y veo que después de eso se transitó hasta el hartazgo. Involucró indagar en un lenguaje que todavía no estaba presente en la tele pero que después, como todo en la tele, fue canibalizado, estandarizado y transformado en un mero producto. En su momento aportó bastante aire, pero en ese punto no siento que haya marcado un gran hito, porque en definitiva lo que sucedió es que la misma maquinaria televisiva terminó fagocitando la posibilidad de explorar lenguajes nuevos. Lo que hizo fue tomar ese lenguaje y explotarlo hasta agotarlo.