La falta de control en Olavarría se cobró el fin de un mito
El periodista de Sí 98.9 Federico Gayoso cuenta en detalle su viaje a Olavarría y da sus impresiones sobre su primera Misa
“Cuando lleguen a la ruta avísenme así los voy a recibir y los acompaño hasta la casa, yo vivo a 3 cuadras de La Colmena así que los dejo a ustedes y me encierro hasta el domingo, esto va a colapsar”, fue la frase de Laura, una de las tantas personas que aprovechó la oportunidad de este evento único para hacerse un bono extra y nos alquiló la casa de sus padres en Villa Alfredo Fortabat, un pueblo a 10 kilómetros de Olavarría que se creó a partir de los trabajadores de la Cementera Loma Negra y que lleva el nombre de la familia que los puso en el mapa.
“Vayan con cuidado, recién en la radio dijeron que es un descontrol”, nos alertó el sábado a la tarde Pedro, padre de Laura y quien se mudó al garaje de su casa para que nosotros podamos apropiarnos del resto de la propiedad.
Llegamos a Olavarría y la realidad superaba cualquier intento de imaginarme con lo que nos íbamos a encontrar. Carpas, colectivos y gente por todos lados, personas que caminaban en manada tratando de llegar al centro de la ciudad para iniciar la previa antes de ingresar a La Colmena, el predio que albergaría la “Misa India” (o Ricotera para los nostálgicos).
A medida que avanzábamos, era imposible no ver algunos detalles que tienen que ver con la mística que hace a este evento un acontecimiento único, similar al de los estadios de fútbol, pero más masivo. Todos pateábamos por la misma calle. No importaba de dónde venías, que hacías de tu vida, si te había costado o no llegar, qué pensabas o de qué club eras.
En ese momento dejabas de ser vos para sumarte a la masa, ese grupo de gente heterogénea que con el correr de las cuadras se iba homogeneizando hasta convertirse en un solo movimiento, el de los que se sienten movilizados por algo, o por alguien y que cada vez que reciben el llamado dejan todo por estar. Dentro de esa masa nos sumamos también los que queríamos vivir este acontecimiento social aunque sea una vez en nuestras vidas y que enseguida nos sentimos parte de ese todo.
El paisaje se iba transformando, por momentos parecía una procesión de miles de fieles, por otros se convertía en un gran mercado, un lugar donde a cada paso había alguien vendiendote algo: una cerveza bien fría, remera, sandwiches, o un vaso de vidrio con la cara del Indio Solari (poco recomendable comprar algo así antes de entrar a un recital).
A la vista no se veía ningún punto de control estatal, la ciudad estaba tomada por miles de personas que solo querían disfrutar de una nueva misa, gente que estaba en la suya sin molestar a los demás y eso, en parte, creo que era gracias a que no se veían policías ni organismos de control en ningún lugar.
La avenida Pringles es como una autopista que atraviesa al medio a Olavarría, dos carriles muy anchos por cada mano separados por un cantero central. Seguramente pensado para que el ingreso y egreso diario de camiones (la mayoría transportando las bolsas de cemento que se produce en la zona) no colapsen la normal circulación de los demás vehículos.
En este caso, la calle había sido elegida como una de las arterias principales para ingresar a La Colmena y estaba colapsada, pero no por vehículos, sino por una marea de gente que avanzaba, se detenía, bailaba, se sacaba fotos, se abrazaba, volvía a cantar, compraba cerveza y se apropiaba de cada espacio. Después de todo, Olavarría ya era su ciudad.
En toda esa marea entramos nosotros para ir aproximándonos al predio. Llegar no fue difícil, simplemente tenías que dejarte llevar por la masa, que iba avanzando y guiándote por los carteles que indicaban la zona de accesos. En el medio, gritos, pogos espontáneos y hasta la información de que si no tenías entrada te juntaras con los demás en la puerta 4 para “intentar pasar”.
La noche empezaba a caer en la ciudad del Cemento, pero la oscuridad no terminaba de invadir las calles de acceso a La Colmena por las torres de luces led blancas, que te hacían sentir en una sala de interrogatorios constante, algo que alentaba al desconcierto general.
Después de algunas dudas, encontramos la puerta y llegamos a los puestos de control. Cientos de garitas con dos personas en cada una que te cortaban la entrada y te deseaban una “feliz misa” (Muchos aseguran que nadie les cortó la entrada en este acceso, algo entendible si se tiene en cuenta que una hora antes del show no estaba ni la mitad de la gente dentro del predio, por lo que todo el mundo ingresó sobre la hora y eso generó que se colapsara el acceso).
Show del Indio. La entrada sin controles y corte de tickets.Show del Indio. La entrada sin controles y corte de tickets.
Publicado por RosarioPlus en Lunes, 13 de marzo de 2017
Avanzar dentro del predio no era nada fácil, la luz que salía de las 15 torres de sonido que había en el lugar no era suficiente para poder ver a todos los que entraron muy temprano y que ahora descansaban sentados en el piso o dormían sobre alguna mochila. Así y todo, pudimos avanzar hasta superar la primera torre de sonido y quedar en diagonal al escenario principal.
De repente, se apagan las luces, la voz del Indio indica el inicio de la Misa y los Fundamentalistas del Aire Acondicionado empiezan a hacer sonar las melodías de "Barba Azul vs El Amor Letal". El público se liberó, saltó, cantó y se emocionó con uno de los clásicos de Los Redonditos de Ricota, esa banda que empezó el mito y que ahora continúa en solista su cantante.
La misa estaba en proceso, "Porco Rex" fue el segundo tema elegido y la gente seguía delirando. Atrás quedaron las travesías para llegar, la plata gastada, todo se justificaba en ese preciso momento. Entre tema y tema, muchas personas pedían por favor que les abrieran paso para alejarse del escenario. La gran cantidad de gente que se agolpó para poder ver lo más cerca posible a su ídolo, hacía que muchas otras se sofocaran, no pudieran respirar, o simplemente prefirieran resignar buena visión por espacio para poder disfrutar.
Por otra parte, desde atrás aparecían grupos de 2 ó 3 que empujaban a todos y sin mediar demasiadas palabras se adelantaban para poder llegar a la “zona caliente”, hasta acá lo que ocurre en cualquier show.
“Vivir, solo cuesta vida. ¡Ahora! ¡Ya mismo! Puedo ajustar un guión de ropa sucia. ¡Ropa sucia - Fuera! ¡Ahora mismo!”, termina la frase el Indio y todavía siguen las emociones,
Los abrazos, las chicas a los hombros y las banderas ondeando. Todo el mundo está exultante, pero algo no anda bien. Solari pide que se prendan las luces y pregunta qué pasa abajo del escenario, se lo ve un poco preocupado y pide que dejen de empujarse y que levanten a los que están en el piso porque los estaban pisando.
Después de esto, se lo nota más enojado. Se pelea con alguien que le tira un par de zapatos y pide que por favor Defensa Civil se acerque al lugar para asistir a la gente caída. En el medio habla de un grupo de borrachos que se estaban empujando y les pide que vayan para atrás. Dicho eso, avisa que si no se calman el show se suspende y se va del escenario. Habían pasado 20 minutos de show y fueron otros 20 minutos los que estuvimos en silencio a la espera de que se solucionara el problema de adelante.
En ese lapso, la gente seguía saliendo acalorada de adelante y pedía espacio para poder respirar aire fresco.
Tras un nuevo pedido y viendo que la calma empezaba a convertirse en malestar, el artista decidió seguir con otro clásico ricotero, “Héroe del Whisky”. Termina la canción y nuevamente pide que nos cuidemos entre nosotros, e invita a la gente a llevar a los desmayados a la zona de vallas para poder asistirlos con los médicos.
Ante la poca respuesta que tenía, avisó que iba a seguir con algunos temas tranquilos, para ver si así lograba que se apaciguaran un poco. Suena "Etiqueta Negra" y el público se calma. Igualmente, al Indio se lo nota pensando en algo más, cada tanto mira al lugar del conflicto y hace algún que otro gesto.
Las canciones siguen pasando y la Misa empieza a tomar forma, la música se disfruta, pero se nota cierta incomodidad entre los que están sobre el escenario. Finalmente, el Indio vuelve a tomar el micrófono para hablar, esta vez recuerda la búsqueda de las Abuelas y también pide que se analice lo que sucede con la idea de bajar la edad de punibilidad de los menores. “El estado no puede ser penal antes que social”, dice y recibe una ovación de las cientos de miles de personas que llegaron de todo el país para escucharlo.
La música sigue y llega el momento cumbre, "Jijiji". Entonces, “el Pogo más grande el mundo” entra en acción, la gente se abraza con sus amigos, arma círculos para hacer los últimos movimientos de un ritual que empezaba a despedirse.
Termina la canción y antes de que alguien pudiera recuperar el aliento, se engancha "Mi Perro Dinamita". La gente se vuelve loca, baila, festeja, sabe que puede ser la última vez y no quiere desperdiciar ni un segundo. Punto final para la canción y para el recital, el Indio se va sin saludar, las luces se prenden y alguien desea un feliz regreso.
El predio se ilumina por completo y nos empezamos a mirar las caras, en la previa un instructivo loopeado en las pantallas gigantes decía que la salida era para atrás y hacemos caso. Empezamos a caminar entra la multitud y nos encontramos con que no existían carteles que indicaran cómo salir.
Así y todo hacemos lo mismo que a la entrada, seguir a las masas. Pero ante la ausencia de un camino claro la gente arma su salida como puede. Cruzamos con cuidado unos hierros y buscamos una forma de llegar a la calle.
Desde los árboles, la gente trepada trata de ayudar a los que están abajo pero no hacen más que aportar a la confusión. Cada uno dice algo distinto y mientras tanto los de abajo rebotamos de un lado para el otro.
Volvemos al predio, esperamos que se desagote un poco más y vemos para dónde se circula con más fluidez. Encontramos otro camino hecho por los fanáticos, pasamos por debajo de unos fierros y llegamos a una calle paralela al terraplén que sirvió de palco para muchos que no tenían entrada. Caminamos varios metros hasta ver al fin un cartel de salida y un portón abierto.
Una vez afuera nos pusimos a caminar de regreso al auto, la gente hace el camino inverso de la procesión, pero con mucha menos energía, los colectivos y las combis esperan por sus pasajeros. Muchos sólo caminan, sin saber bien hacia dónde ir, pero sabiendo que ahora queda lo más difícil: el regreso a casa.
Llegamos al auto y volvemos a la casa, eran las 3 de la mañana. Agarramos los celulares y vemos una catarata de mensajes todos preguntando cómo estábamos. Al parecer, los medios informaban que había entre 7 y 11 muertos por una avalancha. Llevamos tranquilidad a familiares y amigos, estamos todo bien, disfrutamos un show sensacional. Un show que ahora parecía opacarse.
El domingo avanza y las noticias empiezan a hablar de que no eran 11, sino que fueron 2 personas que perdieron la vida. Según la autopsia preliminar, ninguna por aplastamiento. Aunque eso no le quita dramatismo a la situación. La ausencia de control estatal que hizo que la Misa sea algo único y nunca antes visto en ninguna parte del mundo, se cobró dos víctimas y quizás también se cobre el fin de un mito.