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La vida y la muerte, son dos cuestiones que siempre le han preocupado al hombre. No sólo desde el punto de vista religioso, sino desde las distintas especialidades. Muchos estudiosos han indagado acerca de este tema desde diferentes ámbitos académicos, tales como la Biología, la Psicología, la Antropología, la Filosofía, entre otras.

Sin embargo, más allá de los siglos de abordaje que lleva la cuestión, es difícil dar respuestas precisas, certeras o universales a ciertas preguntas en relación con la muerte porque son disímiles las experiencias vividas y la concepción de mundo que cada uno tiene. Lo que es necesario, sin lugar a dudas, es la valorización de la vida en cada uno de los ciudadanos para evitar muertes injustas, previsibles y eludibles.

La muerte debería transformarse en inteligible para que pueda ser pensada en los distintos espacios donde viven los niños y jóvenes a fin de poner en valor la vida y reflexionar cotidianamente sobre ella para poder encontrarle un sentido a la propia y a la del Otro.

A diario vemos cientos de muertes evitables en los medios masivos de comunicación. La irrupción de la muerte en la vida cotidiana  y, por ende, la delimitación que marca, hace que sea ineludible una  resignificación, desde lo individual y lo social. Si bien, por un lado, el progreso de la ciencia y la tecnología fueron encontrando freno a la muerte; por otro, en algunos grupos etarios o sectores socioculturales, el descuido de la vida propia y ajena es explícito.   

Es posible trabajar esta temática en la escuela desde las distintas disciplinas y mostrar a la vida y a la muerte como parte del mismo proceso, pero enmarcada en la enseñanza del cuidado de sí mismo. Si bien se puede desmitificar el terror y la angustia que suscita la muerte en algunos casos, también se la puede hacer conciente para valorizar la vida.

A este respecto, una educación de y para la muerte deberían formar parte de los contenidos escolares, en la totalidad de sus dimensiones: biológica, sociológica, psicológica, pero no para quedar en un discurso árido, o, quizás, angustiante, sino para convertirla en educación de y para la vida.

La escuela secundaria podría ser el lugar ideal para abordar esta temática, a sabiendas que a los adolescentes ya tienen cierta capacidad de abstracción y de complejidad de pensamiento.

De esta manera, se accedería a explicitar cuestiones en el aula donde cada uno expresaría sus concepciones y permitiría abordar el tema desde distintas perspectivas. No hay verdades absolutas, sino miradas y juicios parciales de una realidad que no es igual para todos.

El aula podrá ser el lugar para hablar y escuchar al Otro y a uno mismo, gran tarea para la escuela.