La noche en jaque: precarización, codicia y una ordenanza obsoleta
La muerte de un bajista arriba de un escenario volvió a desnudar las graves falencias estructurales que arrastra la nocturnidad en Rosario. Los músicos denuncian su precarización laboral, “la angurria empresarial para obtener más rentabilidad y la desidia política y estatal”
La exigencia aparece en la ordenanza municipal N° 7218, promulgada el 27 de noviembre de 2001, que rige en la actualidad la noche de Rosario. “Pedir permiso de parlante”, se lee en uno de los artículos de una normativa que se sancionó con la firma del por entonces intendente de la ciudad, Hermes Binner, y su secretario de Gobierno, Antonio Bonfatti, el actual gobernador de la provincia. “Los parlantes no se usan ya ni en la procesión de San Cayetano. Pero así y todo figura en la ley vigente, es inaudito”, se queja Hugo Vitantonio, el titular del Sindicato de Músicos.
La bronca y catarsis del gremialista tomó en los últimos días estado público. La muerte de Adrián Rodríguez, bajista de la banda Raras Bestias, quien se electrocutó en medio del recital que el grupo realizaba en el bar Café de la Flor, visibilizó sus viejos y reiterados reclamos. “Son muchas las puntas que faltan por atar, lo venimos diciendo desde hace años”, aclara Vitanonio en diálogo con Rosarioplus.com antes de disparar todos sus dardos.
Su visión, al cabo, coincide con la mayoría de las voces de los actores que participan y trabajan en los espectáculos de la noche. Las mayores irregularidades, aseguran, están centradas en empresarios que “entran y salen del negocio de los bares con shows, recitales y números en vivo” sin hacer las “inversiones estructurales” necesarias para funcionar en la noche. “Los músicos terminan tocando en medio de las bandejas de los mozos. No puede salir nada bueno de esa escena”, explica el dirigente sindical.
Pero a la codicia del sector privado se le suma, además, la informalidad laboral de los músicos, quienes muchas veces aceptan tocar en precarias condiciones ante la necesidad económica; y una marcada desidia estatal en cuanto a la ordenanza y los controles. Desde hace un tiempo, el Concejo y el Poder Ejecutivo se tiran la pelota entre sí por una actualización de la normativa que nunca se concretó, pese a la coincidencia de casi todo el arco político en avanzar en esta materia.
Las inspecciones, en tanto, también son cuestionadas. Según el relevamiento realizado por Rosarioplus.com, la mayoría de los controles en los bares con amenización musical están centrados en detectar una posible “tergiversación de rubro” (cantidad de mesas, si hay o no pista de baile, decibeles de la música, etc) y no en la revisión de aspectos estructurales como la electricidad. “La suerte del público y de los músicos corre por cuenta de la seriedad o no del empresario”, confió el encargado de uno de los bares de rock más populares del momento.
La necesidad de otro marco regulatorio
Pablo Teglia es el dueño de Olimpo Bar, ubicado en la tradicional esquina de Mendoza y Corrientes. En abril de este año fue el anfitrión de un encuentro del que participaron varios colegas. El objetivo de la charla fue debatir la reforma de la ordenanza 7218/01. “Existe un bache en la ordenanza de espectáculos públicos. Todos estamos habilitados de manera distinta: bar café, bar con amenización musical, bar con amenización y números en vivo. En realidad nos disfrazamos de algo para poder funcionar legalmente”, se sinceró en aquel momento el empresario.
La actual normativa tiene tres grandes grupos en lo que respecta a los rubros de los inmuebles de la noche. El primero se refiere a locales con actividad bailable, que abarca: discotecas, cantinas, confiterías bailables, salones de fiestas, whiskerías, y bailes populares. El segundo grupo refiere a los locales sin actividad bailable, y contempla a restaurantes y bares con difusión musical por aparatos electrónicos y/o números en vivo, cafés culturales y espectáculos masivos en lugares públicos y/o privados.
Hay un tercer inciso que incluye a los rubros peñas, salas de cines y/o teatros y/o teatros independientes, salas de cines de exhibición condicionada, salones de entretenimientos, circos, parques de diversiones, salones de fiestas infantiles y salón milonga.
La queja de los pequeños emprendedores radica en que no se contempla la figura de “centro o espacio cultural”. Al no existir esta categoría, muchos locales y negocios tienen que “forzar” su impronta inicial para encuadrarse en alguno de los rubros habilitados, lo que genera un constante tira y afloje con los órganos de control.
“Como el problema viene de raíz, las inspecciones y sanciones pierden sentido, pagamos multas y alícuotas que no nos corresponden”, denunció Teglia.
Parches a la espera de una reforma
En octubre de 2014, tras varias iniciativas truncas debatidas en el Concejo para confeccionar una nueva normativa y ante la presión de algunos empresarios, la Municipalidad modificó por decreto algunos puntos de la reglamentación vigente. Se autorizó una “programación artística” a aquellos establecimientos que desarrollan actividades culturales en forma permanente.
Con esa modificación, los locales de menos de 100 metros cuadrados ganaron cierto margen de acción para poder tener música en vivo, espectáculos musicales, teatrales, de danza, u otras expresiones artísticas. “En teoría todo muy lindo, pero en la práctica siguen los controles y los inspectores no se atienen a ese decreto sino que siguen rigiéndose por la ordenanza de Espectáculos Públicos”, se quejan los dueños de estos espacios.
Mientras, la sanción de una nueva normativa sigue cajoneada. Los concejales y el Poder Ejecutivo se pasan la pelota. “La Municipalidad se niega a una modificación”, señaló días atrás el edil Roy López Molina, autor junto con Jorge Boasso, Diego Giuliano y Osvaldo Miatello de un proyecto de reforma que no avanzó. “Es el momento de aprovechar la coyuntura y que en el recinto se discuta este tema ya sin el proceso electoral de fondo”, respondió el secretario de Control y Convivencia Ciudadana, Pablo Seghezzo.
El Sindicato de Músicos también se metió en esta discusión: “A los concejales les marcamos que hay algunos puntos de la normativa que hay que modificar de manera urgente. Lo paradójico de esta tragedia es que Boasso tiene un hijo músico que ha tocado muchas veces en el Café de la Flor. El presidente de la comisión que tiene que trabajar en la actualización de la norma fue a ese bar a ver cómo tocaba su hijo. Es una cuestión tragicómica”, puntualizó Vitantonio.
Rehenes pero autocríticos
La Asociación Civil El Qubil, un espacio conformado por músicos independientes que pretenden mejorar las condiciones de autogestión de la producción artística, participará esta tarde de la marcha para pedir justicia y el esclarecimiento de la muerte del músico Adrián Rodríguez. Este colectivo de trabajo viene denunciando tanto las “precarias condiciones que se ofrecen para la realización de espectáculos” como “las prácticas abusivas” del sector privado.
“Rechazamos las condiciones basadas en prácticas abusivas por parte de empresarios e intermediarios que lucran con el afán y la necesidad de mostrarse y expresarse que tienen los músicos, exprimiendo al máximo las posibilidades de lucro en desmedro no sólo de los artistas, sino también del público”, detallaron a través de un comunicado.
La bronca por ser “rehenes” de las reglas impuestas por el poder político y empresarial es unánime entre los músicos rosarinos. No obstante, el fallecimiento de Rodríguez generó cierta autocrítica por “favorecer la cadena de complicidades”.
“Hay un poco de negligencia y de descuido muchas veces del artista mismo. Me hago cargo de esta realidad. Porque si yo hubiese estado probando sonido y salta la térmica, en vez de ir a ver dónde está el problema, en preocuparme por algo que está funcionando mal, hubiese dicho “che traten que no salte la térmica”. Ahí está el problema”, se sinceró el guitarrista, cantante y docente local Pablo “Bonzo” Morelli, quien lleva más de tres décadas arriba de un escenario.
En la misma sintonía se mostró el titular del Sindicato de Músicos. “El músico que acepta condiciones irregulares no está trabajando, está despuntando el vicio. Uno entiende el espíritu y el romanticismo de los más jóvenes sobre todo. La cosa se complica cuando del otro lado hay un señor con los codos apoyados en una barra con hambre de negocio. Por eso digo que tenemos que reflexionar seriamente al interior de nuestra profesión”, pidió Vitantonio.
Radiografía de las inspecciones
Quien detalla el habitual procedimiento de los inspectores de la municipalidad pide conservar su anonimato para evitar una “posible caza de brujas”. Es el encargado de uno de los tantos bares habilitados en la categoría de “amenización musical”. “Los controles son constantes. El tema es que están obsesionados en detectar alguna tergiversación de rubro. Se fijan en la cantidad de mesas, en que no haya pista de baile, en el horario en que se apaga la música. Pero muchos aspectos estructurales los omiten”, describe.
Y agrega: “Jamás nos han pedido inspeccionar la parte eléctrica. Los agentes municipales no están capacitados para saber si un disyuntor está puenteado o no. Hay una revisión más global cuando se renuevan las habilitaciones pero atañe a las cuestiones eléctricas más superficiales, como si un cable está a la vista o no”.
Ante este panorama, la integridad física de quienes manipulan aparatos electrónicos queda casi siempre en las manos del empresario de turno. “Que salte un disyuntor es algo normal. Nos ha pasado que músicos han llevado sus propias zapatillas y que ni bien conectaron algo se cortó la luz. Está en la seriedad de cada emprendimiento no descuidar y preocuparse de estas cuestiones”.