M y el 24M
Es la primera vez que un presidente argentino, desde la recuperación de la democracia, no encabeza ningún acto por el aniversario del golpe militar de 1976. Mauricio Macri no participó este 24 de marzo de ninguna actividad oficial por la memoria, la verdad y la justicia. El año pasado, cuando se cumplieron los 40 años del inicio de la sangrienta dictadura, el flamante presidente recibió a su par norteamericano Barak Obama y junto a él (representante de un país que financió e impulsó los golpes militares en toda Latinoamérica) recorrió el monumento que recuerda a los desaparecidos en Buenos Aires.
Macri también había intentado suprimir por decreto el feriado nacional que evoca la fecha. Luego desistió ante la ola de críticas de vastos sectores por esa decisión.
Pero la verdad, es preferible el silencio del presidente que no siente, no entiende ni pretende tener memoria sobre aquellos años oscuros; a la provocación directa de los diputados nacionales de su partido sacándose una foto con carteles que decían “los derechos humanos no tienen dueño” y “nunca más a los negocios con los derechos humanos”. Fuerte para dirigentes que se jactan de no tener ideologías y ser proclives al diálogo permanente con todos los sectores de la sociedad argentina.
Está claro que el gobierno de Cambiemos convoca multitudes. Más de 200 mil personas en la convocatoria de la CGT, unos 400 mil docentes en la marcha federal en defensa de la educación pública y unos 50 mil –sólo en Rosario- este 24 de marzo donde no en vano el cartel con los 30 mil tenía destacado por su tamaño el número de desaparecidos. Claro que estas multitudes muestran la necesidad de expresarse ante un gobierno que no sólo avasalla derechos sino que además, también provoca. Como lo hizo Macri con la educación pública, y como ahora lo hicieron sus diputados con los derechos humanos.
Es obvio que nadie del PRO reivindicaría públicamente a la dictadura (a pesar de que algunos funcionarios han concurrido a misas homenaje a connotados represores). Saben que la violencia militar fue sólo un instrumento para imponer un modelo económico que hoy regresó remozado a la Argentina de la mano de los votos. Por eso precisamente, otro de los carteles que sostuvieron en la foto los legisladores del oficialismo decía “nunca más a la interrupción del orden democrático”. Ya no hace falta.
La teoría de los dos demonios es perfecta porque presenta a unos y otros como un mismo sujeto en armas, violento e irreflexivo. Su principal virtud es esconder lo que hubo detrás del enfrentamiento: La lucha insurreccional de un pueblo que prácticamente no había vivido en democracia pero que sí había conocido al detalle sus derechos fundamentales y estaba dispuesto a defenderlos.