Sin Lennon, hace 40 años que el mundo es un poco peor
Es noviembre de 1963, en el elegante teatro Royal Variety de Londres. Transmite la televisión inglesa en vivo. Entre el público, está la reina Isabel. Suena “Twist and shout”, el éxito de una banda que empezó hace poco, pero ya promete mucho. Y Lennon, el más rebelde e irónico de los cuatro de Liverpool, dice antes de empezar el tema: “Para el último tema, me gustaría pedirles ayuda. La gente de los asientos más baratos puede aplaudir. El resto puede hacer sonar sus joyas”.
Siempre se dijo que hubo mala onda del poder, en ese momento. Pero fue más importante cuidar esa marca registrada cultural que nacía, para exhibir ante el mundo. En junio de 1965, de hecho, la corona reconoce a Ringo, George, Paul y John con la “Orden del Imperio Británico” y en la foto, los cuatro músicos sonrieron. Eran tiempos en los que cada disco publicado batía récords de venta y adolescentes de todo el planeta deliraban con sus películas. Y aunque no existía todavía el concepto de las giras mundiales de un artista con público en grandes estadios, The Beatles la rompía con conciertos en Japón y Estados Unidos. En uno de esos conciertos en San Francisco, en agosto de 1966, habían sido tan fuertes los alaridos de las chicas, que de ahí en más la banda desistiría de tocar en vivo.
En enero de 1969, sin embargo, habría una yapa sorpresa. Con la banda al borde de la disolución y en medio de la grabación de “Let it be”, que sería su último disco, subieron a la terraza del estudio Apple, para hacer sonar cinco temas. Las cámaras registraron lo que pasaba en la azotea, pero también lo que pasaba abajo, cuando policías londinenses ordenaban el tránsito, mientras la gente se agolpaba para escuchar temas como “Get Back” o “Don´t let me down” . Fueron cinco canciones, en esa última vez de los cuatro juntos.
Unos meses más tarde, en noviembre de ese mismo 1969, un Lennon ya decididamente confrontativo, le devuelve aquella medalla a la Reina. “Rechazo esta Orden de la Corona, como forma de protesta contra la implicación de Gran Bretaña en el asunto Nigeria-Biafra, contra nuestro apoyo a Estados Unidos en Vietnam y contra el descenso de Cold Turkey en las listas de las canciones más escuchadas. Con amor, John Lennon”, decía la carta que mandó con su chofer al Palacio de Buckingham.
En toda la década del ‘70, alternó un retiro de la música para criar junto a su esposa Yoko Ono, a su hijo Sean, con una brillante carrera solista. Se habían mudado a Estados Unidos y desde allí Lennon mantuvo su alto perfil, su postura militante. “Imagine”, que soñaba un mundo sin fronteras ni guerras, o “Working class hero”, que describe la vida de un obrero, son dos de los temas de este período.
Lennon y Yoko dieron varios conciertos. Uno de ellos fue inmortalizado con el disco en vivo, “Live en New York”, en el mítico Madison Square Garden, en 1972. Dos años más tarde, se presentaría ahí mismo como invitado de Elton John, que era por entonces una superestrella. Muchos consideran que fue esa la última vez de John en vivo. Sin embargo, hay una actuación breve en 1975, con un mini recital cargado de ironía, otra vez. En plena disputa por los derechos de las canciones de los Beatles con el magnate Lew Grade, se presenta en un show organizado por este empresario. El grupo fue presentado como “Lennon Etcetera”, pero en realidad la banda que armó ese día se denominaba “Brothers of motherfuckers”. Tocaron tres temas y la banda llevaba puesta en sus nucas una máscara sonriente, como las de la comedia del teatro, “para satirizar la doble moral de la sociedad americana”, diría después Ono.
Y un ocho de diciembre de 1980, en la puerta del edificio Dakota, en el que vivía en Nueva York, era asesinado por la espalda por Mark Chapman. El criminal que terminó con la vida de Lennon, era hijo de un ex sargento del Ejército americano y había trabajado como guardia de seguridad. Lo esperó en la puerta de su casa, lo saludó a él, a Sean y a Yoko. Le pidió que le firmara un disco y cuando se alejó, le disparó cuatro veces. Durante el juicio, su defensa alegó un cuadro depresivo. Del crimen, por el cual todavía está detenido su autor, siempre se sospechó de la CIA.