Volver a la comida de abuela: consejos para una vida más sana
La médica y escritora Mónica Müller pone sobre el paño de la mesa su mirada sobre la alimentación de estos tiempos. Sugiere volver a dietas primitivas, sin renunciar al placer de comer.
El mundo de las dietas resulta un rosario infinito de posibilidades. Hay para adelgazar, depurar el cuerpo, rejuvenecer y desintoxicarse. Incluso existen las que prometen llegar a un buen estado de salud comiendo o simplemente teniendo en cuenta el calendario lunar. El mundo está cargado de comida chatarra, que tiene sabor de determinado alimento pero que no lo es. Muchas veces esa suele ser la comida más económica y a la que tienen acceso los sectores populares y las clases medias trabajadoras y lo natural, orgánico de buenos nutrientes queda para un sector minoritario de la sociedad.
En Sobre lo natural, editado por Vinilo, la médica y escritora argentina Mónica Müller debate sobre las tendencias actuales (que, según aclara, no son tan modernas) vinculadas a la nutrición y el cuidado del cuerpo, y emprende contra los prejuicios de moda: las dietas sustractivas e imposibles, lo light, lo orgánico y todas esas imposiciones cuya raíz, más que en la salud, está en la publicidad y las redes sociales.
Quien tiene el privilegio de poder elegir qué comer suele ajustarse a determinados parámetros de la alimentación o en todo caso comer con cierta culpa que para la especialista ese devenir tiene una clara relación con sacar a la comida como un hecho placentero, como sucedía antes y culturalmente estaba en muchas partes, tal es el caso de los libros de Petrona Carrizo de Gandulfo, donde un menú estaba compuesto de cuatro platos y era algo que se comía todos los días de la semana.
“Ese concepto tan común, sobre todo de los inmigrantes que llegaron al país en ambas guerras mundiales, de comer cosas ricas que en Europa no tenían, le pasó a muchos inmigrantes que amaban comer por placer. Hoy la comida que se sirve yo la llamo ´comida de monja´ porque se come poquitico, se pregunta qué tiene antes de morder y así ya no es un placer es un peligro comer”, señala Müller en una entrevista radial por Sí 98.9.
Sin embargo, en la sociedad actual es notable el incremento del sobrepeso en niños, que si bien no tiene relación con comer con placer y por gusto, si hay un fuerte vínculo con los alimentos procesados y el sedentarismo reinante. Como refiere la escritora que argumenta que cuando ella era niña eran poco común los niños asmáticos y con sobrepeso. “Hoy hay muchos niños con exceso de peso y en general no son de las clases dominantes que pueden comer comidas sanas, suelen ser los chicos de menos recursos que se alimentan a hidratos de carbono y ultra procesadas”, lamenta.
Muller asegura que es necesario volver a las comidas de abuela compuesta por algo de hidratos de carbono, muchas verduras, legumbres y algo de carne, nada industrializado y en poca cantidad. “No es necesario comprar porquerías artificiales con manojos de pro bióticos que son carísimos y malísimos”, apunta. “Se cree muchas veces que algunos alimentos son buenos como el yogurt y el postrecito que suelen comprar las mamás porque tienen mucha publicidad y la realidad es que son bolas industriales cargadas de sustancias químicas”.
La herencia familiar
La médica recuerda con intensidad la relación de su padre, un alemán amante de los asados, las salsas, el cerdo y los fiambres, delicias que eran un atentado para sus arterias y que para su historia significaban abundancia y buen pasar y su madre, cultora de la alimentación naturista. Müller rememora que la hora de comer en su casa se transformaba en un momento de tensión silenciosa, solo puntuada por el sonido de los cubiertos quebradas por esporádicas explosiones de cólera, como la inolvidable situación que tuvo su padre una noche al volver de su trabajo y encontrar como toda comida un plato de radicheta cruda aderezada con jugo de limón: se levantó de la mesa y, dando un portazo, se fue a comer un guiso grasiento a la cantina que funcionaba en la esquina de la casa.
“Lo cierto es que éramos tironeados mi hermano y yo. Él suele reírse sobre estas cosas, evidentemente lo sufrió menos que yo que padecía los cambios repentinos de parte de mi mamá que dejó de mandarme galletitas al colegio y lo reemplazó por un bowl con un licuado de lentejas con un color espantoso y era la única que comía eso y era la rara lo cual fue muy duro en el colegio”, repasa.
Lo que no se ve
La omnipresencia de los organismos genéticamente modificados y de los agroquímicos y la probable catástrofe ambiental global en marcha acelerada hacen más urgente que nunca estar alerta a qué nos llevamos a la boca. “Los libros, los medios y las redes sociales alimentan de datos a quienes desean saber y opinar con fundamento, pero una enorme mayoría perezosa no se toma el trabajo de leer y repite consignas vacías por el mero entusiasmo de subirse a lo trendy, por no quedar afuera de lo que se les presenta como nuevo”, remarca Müller.
“Para confirmar mi teoría, cuando en un restaurante o en una carnicería ofrecen con gran alharaca pollo orgánico, pregunto: ¿Pollo inorgánico no tienen? La respuesta automática es una explicación totalmente irracional que tenían pero ser terminó. La obsesión por procurarse los llamados alimentos orgánicos, sea lo que sea que eso signifique para ellas, lleva a muchas personas a complicaciones absurdas y a pagar precios disparatados para conseguirlos, sin tener la menor prueba de que no han sido tratados con agroquímicos”, advierte.
“Es esperable que donde haya un mercado importante que pague por productos sofisticados, orgánico quiera decir indudablemente orgánico, pero en nuestro país la realidad es otra: mientras la mayor parte de la población apenas alcanza a pagar los alimentos básicos que la industria le ofrece, un pequeñísimo sector dispone de recursos para conseguir alimentos que paga como libres de agrotóxicos, muchas veces sin la menor garantía de que lo sean”, añade luego.
Aunque desde hace unos años el certificado de orgánico está protocolizado con rigurosidad en la Argentina y hoy existen muchos pequeños productores trabajando seriamente en producción orgánica y agroecológica en todo el país, los sistemas de control del Estado “no son todo lo estrictos que deberían, lo que permite la actividad de inescrupulosos que se filtran ilegítimamente en la categoría sin merecerla en absoluto”.