Las calles de Damasco, una ciudad con milenios de historia, se convirtieron en el escenario de un cambio político cuando las fuerzas rebeldes, lideradas por el grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), ingresaron a la capital siria. La falta de apoyo de Rusia fue determinante para el régimen de Bashar al-Assad. La futura llegada de Donald Trump a la Casa Blanca también repercutió en la geopolítica, ya que Recep Erdogan, presidente de Turquía había admitido su apoyo a los rebeldes.

El hasta ahora presidente Bashar al-Assad, cuyo régimen había dominado Siria durante más de cinco décadas, huyó a un destino desconocido.

La ofensiva rebelde no fue un evento aislado, sino el clímax de una serie de avances estratégicos. Días antes, HTS y sus aliados habían lanzado ataques coordinados desde su bastión en la provincia de Idlib, avanzando rápidamente hacia el sur. La captura de Homs, una ciudad clave en el centro de Siria, fue un golpe decisivo que abrió el camino hacia Damasco. La velocidad de los acontecimiento militares evidenciaron la fragilidad de un régimen que, durante años, dependió en gran medida del apoyo militar de Rusia e Irán para mantener su control.

Caída de Damasco

La caída de Damasco marca el fin de una era que comenzó en 1970, cuando Hafez al-Assad, padre de Bashar, tomó el poder mediante un golpe de Estado. Bajo su liderazgo, Siria se convirtió en un actor clave en la política del Medio Oriente, aunque a menudo a costa de la represión interna. Bashar al-Assad asumió la presidencia en 2000, prometiendo reformas que nunca se materializaron plenamente. La Primavera Árabe de 2011 desencadenó protestas masivas que fueron brutalmente reprimidas, llevando al país a una guerra civil devastadora que dejó cientos de miles de muertos y millones de desplazados.

En las horas posteriores a la entrada de los rebeldes en Damasco, la ciudad ha experimentado escenas de euforia y caos. Miles de prisioneros políticos han sido liberados, y los símbolos del antiguo régimen están siendo desmantelados. Sin embargo, la incertidumbre prevalece. La comunidad internacional observa con cautela, consciente de que la caída de un régimen no garantiza una transición pacífica. Las facciones rebeldes, aunque unidas en su oposición a Assad, tienen agendas diversas que podrían complicar la formación de un gobierno estable.

Para muchos, la caída de Assad es motivo de esperanza después de años de sufrimiento. Para otros, especialmente aquellos que se beneficiaron del antiguo régimen, el futuro es incierto. La infraestructura de la ciudad, ya debilitada por años de conflicto, está al borde del colapso, y la necesidad de ayuda humanitaria es más urgente que nunca.