El fenómeno del Niño comenzó durante los últimos diez días de octubre. Las lluvias le dieron al fin respiro y esperanza a la producción y al suelo de la región, y el paisaje cambió de nuevo. Todo lo seco que se había sembrado o usado para la ganadería se llenó de agua y las napas vuelven a ser útiles y aliadas para las campañas que se vienen. “Los mapas en rojo empiezan a revertirse y la gente piensa en cosechas que por primera vez en en varios años pueden superar la media”, explicó, esperanzado Cristian Russo, ingeniero agrónomo al cargo de la Guía Estratégica para el Agro de la Bolsa de Comercio. En diálogo con este medio, Russo habló de las consecuencias de la Niña y los desafíos que trae el cambio climático. 

“Esperábamos que las lluvias comiencen en octubre, justo en el mes en que se define el rinde del trigo. Pero no llovía. El trigo prácticamente no recibió agua. El cambio se empezó a sentir recién el 20 del mes pasado”, relató el especialista durante una entrevista de media hora que se pareció más bien a una clase de suelos. 

La sequía duró tres años y diez meses, afectó a toda la región pampeana, incluida Santa Fe. La situación fue crítica en general y peor para la región núcleo, que incluye a Rosario, en la que parecía que se había abierto un paraguas. “No hubo condiciones para hacer agricultura. Fue un desastre”, resumió Russo. 

Las Niñas - así conocido el fenómeno meteorológico - que afectaron a la región fueron tres. Las dos primeras, consideró el agrónomo, se pudieron resistir bastante “gracias a la rotación de maíz y trigo”. “Fue como tener un escudo invisible. Nosotros, que hacemos estimaciones de cosecha, vimos cómo resistió más de lo esperado”, dijo. “Pero la tercera Niña fue desastrosa. Realmente desastrosa”. 

El respiro llegó a mediados, finales de octubre de este año, cuando la desesperanza era total. Las noticias comenzaron a cambiar. Los ríos aumentaron su caudal y las alertas cambiaron el tenor: ¿hasta dónde van a crecer? Las tormentas y lluvias fuertes son moneda corriente, y con eso los anegamientos en la ciudad. La ciudad y la región habían perdido la costumbre de las precipitaciones semanales, a veces durante varios días seguidos. El campo también. 

“El Niño empezó amagando en octubre con muy pequeños milímetros de lluvia. De a poco va ganando más cobertura, más volumen y va expandiéndose en la región pampeana, cambiando los mapas en rojo. Y ya ahora (a mediados de noviembre) estamos hablando de que incluso hay problemas con la cosecha por la recurrencia que están teniendo las lluvias, ¿no? Y esta recurrencia es uno de los signos de que está actuando el Niño”, explicó Russo. 

Los problemas en la cosecha no son, sin embargo, mayor preocupación. El agrónomo destacó también que así como “los mapas en rojo empiezan a revertirse”, los productores de la región piensan, de a poco, en una campaña que por primera vez en años “no estaría en los horizontes normales de producción”. “Ya se empieza a pensar en cosechas que por primera vez en en varios años pueden superar la media”, dijo esperanzado.

Napas felices

Del otro lado del teléfono, Russo resumió años de estudios universitarios. Intentó explicar cómo impactan las lluvias intensas y de poca duración en los suelos y los cultivos. Fue práctico: dijo que el suelo es como el tanque de nafta de un auto con dos reservas de agua. Una, el tanque en sí mismo. Otra, la última alternativa: las napas subterráneas. 

Los cultivos de la zona duran entre cinco y seis meses por campaña. Los rendimientos se suelen definir con el calor: el trigo en octubre, el maíz en enero, la soja en febrero. “Son meses a los que necesitamos llegar con cierta carga de agua para, si no llueve, tratar de poder sortear la campaña sin problema. Por eso el suelo es un tanque muy importante, que tiene una reserva más, el agua subterránea. En estos últimos tres años, esas napas se perdieron y cambió el panorama de la región. Han desaparecido lagunas. En zonas en las que no se podía producir porque siempre estaban inundadas, se pudieron llegar a sembrar o se pudieron utilizar para ganadería. Cambió muchísimo”, explicó. 

Es fundamental que cuando llueve el agua no solamente llegue al suelo, sino que penetre y empiece a llenar las napas ahora vacías. Si las lluvias son intensas, no sucede. Si hay solo una plantación en el suelo, tampoco. Pareciera que la tierra se impermeabiliza y el agua se va lateralmente, generando anegamientos e inundaciones. Pero el sistema de rotación de cultivos con plantaciones de maíz y trigo vino a cambiar eso. “Hace quince años, en esta región había un paisaje ampliamente dominado por la soja. De a poco, en los últimos años, eso se revirtió. Las gramíneas - como el maíz y el trigo - dejan en el suelo más rastrojo, dejan otro tipo de suelo y así el agua se puede filtrar mejor. Por eso el sistema de rotaciones no es solamente un escudo contra la sequía, sino que cuando hay muchas lluvias contribuye a que haya menos inundaciones a nivel regional”. 

Las napas de la región pampeana empezaron, en el último mes, a llenarse de a poco. Con la intensidad que se presume para este verano, si llegan a frenar las lluvias y viene un golpe de calor, la napa actuará como paragolpes y las altas temperaturas no serán sinónimo de pérdida. “Como un respirador”, ejemplifica Russo. “Un respirador que el año pasado no tuvimos”. 

Los excesos no estarían siendo un problema en la región. “Siempre preferimos pelear contra el agua que contra la falta de”, dice Russo. “Se pueden estirar las siembras, porque uno sabe que el potencial con los suelos ya cargados es distinto, ¿no? Podés perder algo, pero en el conjunto general las cosechas están por encima de los niveles promedio”.

Más allá de los problemas puntuales que haya habido por la intensidad de algunas lluvias, durante noviembre se registraron récords de siembra: en siete días se logró sembrar 1,15 millones de hectáreas de soja en la región, superando el récord anterior de un millón en el mismo lapso. 

La agricultura del cambio climático

Los últimos años evidencian que el cambio climático llegó y habrá que acostumbrarse a eso. La tendencia es de fenómenos intensos que duran unos años: fuertes sequías, fuertes lluvias. Frente a eso, la pregunta se desprende por sí misma: ¿cómo trazar políticas productivas? ¿A dónde destinar la inversión? 

“Se habla de clima extremo como la forma de definir situaciones que son cada vez más frecuentes y que están fuera de los límites estadísticos o al menos son raros estadísticamente”, apuntó el agrónomo de la Bolsa. “Entonces, o tenemos calor muy intenso, que dura más de lo previsto, o tenemos una helada en febrero. Una cosa de locos. Lo que hay que tener en cuenta es que en los últimos diez, quince años, estamos viendo un aumento de las temperaturas. La Tierra está más caliente. Y eso es lo que termina afectando la circulación de las corrientes oceánicas, Lo que hay que tener en cuenta es que estos eventos raros de clima van a ser más comunes y que lamentablemente hay que hacer una agricultura más a la defensiva. Vamos hacia las rotaciones y todo lo que sean formas de diversificar el riesgo”.