"Panic show a plena luz del día"
Milei escaló el clima delirante de la época con su participación en una estafa Ponzi. La reacción oficial, otro resbalón. La inevitable pérdida de credibilidad no implica, necesariamente, deterioro político. El deterioro grotesco de la palabra pública no es patrimonio exclusivo del presidente: también se encuentra en Santa Fe.
Ni en las más atroces pesadillas de algún argentino que padezca parasomnia aparecía la imagen del mismísimo presidente de la otrora Nación como protagonista estelar de una estafa piramidal masiva a cielo abierto. Sin embargo, ahí está. Ocurrió.
Las disquisiciones sobre si el profeta Javier Milei si participó activamente del armado del Ponzi, si solamente cobró por promocionarlo o si fue engañado no ayudan en nada al jefe de Estado. Las alternativas en ese caso serían: estafador, corrupto o estúpido.
El primer intento de control de daños, que incluyó insultos a las “ratas” de la política, fue insolvente. La receta mágica de la acusación a la casta esta vez no funcionó. La credibilidad, un bien escaso en la democracia argenta que aún conservaba el León libertario, al menos en un vasto segmento de la sociedad, estalló en mil pedazos.
Advertencia: eso no significa que su potencial electoral haya sido devastado ni mucho menos. Ni tampoco implica que el sistema de alianzas explícitas o tácitas que lo sostiene le suelte la mano. Los pedidos de juicio político por ahora provienen, previsiblemente, sólo de los espacios políticos que más confrontan con el gobierno.
Como ya se dijo aquí, la popularidad presidencial depende pura y exclusivamente de la desaceleración inflacionaria, que a su vez está anudada a la keynesiana intervención de todos los precios básicos de la economía, en particular el tipo de cambio. Habrá que estar atentos el lunes, cuando reabran los mercados, para dimensionar la escala del impacto en este plano.
Lo que sucedió, al fin y al cabo, es el pico máximo de la degradación de la palabra pública. El revoleo permanente de mentiras, disparates, insultos y procacidades varias que adoptó buena parte de la dirigencia y casi todos los medios de comunicación no podía tener como consecuencia otra cosa que este episodio por parte de su mayor expositor.
Apenas un día antes del evento cositortista presidencial, la diputada filolibertaria Amalia Granata y el senador radical Felipe Michlig intercambiaron a los gritos, en plena Asamblea Legislativa, piropos tales como “choro”, “atorranta” y “ladrona”. Una belleza.
La depreciación del discurso en el ágora político no se reduce a las descalificaciones vulgares. También ocurre cuando el gobernador Maximiliano Pullaro, candidato a convencional para reformar la Constitución santafesina, dice que en el nuevo texto “no habrá un solo concepto garantista”, como ocurrió en la semana finalizada ayer. Su silencio posterior al caso Libra matiza severamente su convicción anti zaffaroniana.
Las derivaciones del conmocionante suceso del viernes aún no están claras. Suena sumamente arriesgado afirmar con certeza qué es lo que va a ocurrir ya no la semana que viene sino en las próximas horas. Se optará aquí por la prudencia, aunque esté pasada de moda.
Las primeras reacciones indican que el tema preferido de Milei lo predijo: todos corrieron sin entender.