La violenta jornada del miércoles pasado en las calles de la ciudad de Buenos Aires fue celebrada, al menos en público, por las huestes libertarias, desde el propio presidente Javier Milei hasta los trolls del buenazo de Santi Caputo, pasando por dirigentes medio pelo como el diputado santafesino Gabriel Chumpitaz, cuya gracia se limita a pronunciar las palabras “bala”, “plomo” o similares.

Los trágicos sucesos de la semana ayer concluida consagraron a una clara triunfadora: Patricia Bullrich. Por la sencilla razón de que su forma de acumulación política es la represión. Cada vez que ocurre un hecho de brutalidad policial, ella gana músculo. Es la demostración, a propios y ajenos, de que está dispuesta a todo.

Claro que eso no necesariamente significa que el gobierno que Patito integra salga fortalecido. Más allá de la jarana libertaria en redes, una estrategia con signos muy evidentes de agotamiento, la reproducción al infinito en todo el mundo de las imágenes de caos callejero y piñas entre oficialistas en el Congreso no debe haber caído muy bien en, por ejemplo, los despachos del ministro Luis Caputo y del presidente del Banco Central, Santiago Bausili. El descontrol no suele ser bien visto por los siempre amenazantes muchachos de las finanzas, aunque se la den de amigos.

El Toto de la Champions les prende velas a Kristalina Giorgieva y, sobre todo, a Donald Trump, para que el FMI habilite nuevas dosis de endeudamiento destinadas a ser reventadas en el mercado, de manera tal de mantener pisado el dólar y desde allí sostener la desaceleración inflacionaria, único sostén de la popularidad de Javier Milei. El número del IPC de febrero y la agitación cambiaria de anteayer son nítidas pruebas de que el programa económico está al límite. Y el dealer de la deuda todavía no afloja.

Conviene recapitular brevemente la historia que llevó a la horrible jornada que vivió el país la semana pasada. Todos los miércoles un grupito de jubilados se juntaba cerca del Congreso para pedir aumento en sus haberes. Y todos los miércoles eran sistemáticamente apaleados por las fuerzas de seguridad. En uno de esos episodios, un adulto mayor con la camiseta de Chacarita pidió ayuda ante las cámaras de TV. Una fracción de la hinchada de ese club decidió entonces hacer de escudo en la siguiente protesta. Y posteriormente se sumaron agrupaciones de varias entidades futboleras. En síntesis: sin las absurdas palizas policiales, promovidas activamente por Bullrich, nada hubiera ocurrido.

La adicción enfermiza a la sangre ajena que padece la ministra de Seguridad de la Nación puede más incluso que sus logros, como la indiscutible reducción de la violencia narcocriminal en Rosario, conquistada en articulación con el gobierno provincial. El debate sobre si se logró por una mayor presencia y rigor de las fuerzas de seguridad o si es producto de un pacto subterráneo con las bandas es, en términos políticos, secundario. La sociedad argentina, en estos aspectos, es bilardista: lo único que importa son los resultados.

Desde ExpoAgro, el presidente reivindicó a Patito y advirtió que va a “acelerar mucho más”. Esa frase, que intenta proyectar determinación, puede leerse también como una debilidad. Al fin y al cabo, cuando las personas tropiezan suelen correr a mayor velocidad para intentar no caerse. Y es eso lo que está haciendo la Revolución Liberal Libertaria desde Davos hasta acá, por más maquillaje mediático y tuitero que le ponga.

A propósito: en su alocución desde San Nicolás, Milei destacó que él no necesita “sobornar medios” ni “adornar periodistas”, a diferencia de otros. Es curioso que lo diga en una feria organizada por los grupos Clarín y La Nación, cuyas líneas editoriales asumieron sin fisuras como propio el relato oficial sobre la marcha de los barrabravas, los militantes K, la jueza camporista e incluso los neomontoneros. Seguramente lo hacen de onda.

En estos días circuló una pregunta interesante: ¿cómo es posible la notable permanencia de Bullrich, cuya carrera política estuvo caracterizada por la violencia, la insensatez y la traición? La respuesta es más sencilla de lo que parece: porque sus empleadores la contratan justamente para que preste esos servicios.

La que puede, puede.