Peronismo de Perón
Balcanización y derrotas electorales, la actualidad justicialista. La conductora nacional, también provincializada. El rol de los extrapartidarios: Santoro, Monteverde y el propio Kicillof. El supuesto purismo doctrinario, impropio de campeones.
El Movimiento Nacional Justicialista, la fuerza política alrededor de la cual giró la vida argentina en los últimos 80 años, parece haber ingresado en un espiral de provincialismo y fragmentación, según revelan los últimos resultados electorales. Un peronismo a la yugoslava post Mariscal Tito, sin la violencia de los Balcanes, felizmente.
A grandes rasgos, el fenómeno se explica parcialmente por dos carriles paralelos. Por un lado, el repliegue de los peronismos provinciales en sus respectivos territorios y con sus propios intereses, alejados de una conducción nacional con fuerte desgaste electoral en el interior del país. Por el otro, la presidenta del PJ, Cristina Fernández de Kirchner, esboza un discurso de escala argentina pero en la práctica subordina cualquier estrategia federal a la defensa de su patrimonio político, el conurbano bonaerense.
La propia asunción de CFK al comando del Partido Justicialista asoma como un instrumento para domar al indócil gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, y resistir a los recientes cuestionamientos de los pocos mandatarios provinciales que aún se asumen plenamente como peronistas y se plantan, con intensidad variable, en el cuadrante opositor a la Revolución Liberal Libertaria de Javier Milei.
El hecho de que Cristina, dos veces presidenta de la Nación, la figura más relevante por escándalo de la política argentina del siglo XXI, tenga la intención de ser candidata a diputada provincial por la tercera sección electoral en Buenos Aires, es la evidencia más nítida de cuáles son sus verdaderas preocupaciones. Al menos, las más inmediatas.
¿Puede ella liderar un proceso de reconstrucción, reconfiguración, actualización, renacimiento al fin y al cabo, del peronismo como fuerza política nacional con vocación de poder y competitividad electoral? Capacidad y talento le sobran, pero está tan claro que sea su deseo. Limitarse a ubicar a un dirigente de La Cámpora en cada lista no constituye la estrategia integral que pide a gritos el viejo movimiento revolucionario fundado por Juan Perón.
Ese proyecto de tamaño argentino necesariamente será heterogéneo, diverso y hasta contradictorio, como buena construcción populista que siempre fue. Dan risa los defensores de una presunta ortodoxia, que viven denunciando entrismo radical o socialdemócrata. Que alguien les avise que el primer vicepresidente del General fue Hortensio Quijano, un alvearista que era el titular de Sociedad Rural de Corrientes, y el ministro del Interior era Ángel Borlenghi, un socialista que comandaba el sindicato de empleados de comercio.
No se advierte de manera prístina por qué sería fulero para el peronismo que Leandro Santoro, un alfonsinista incorporado de grande a las huestes perucas, ganara las elecciones de este domingo en Capital Federal, un distrito históricamente adverso. Mismo criterio corre para Juan Monteverde en Santa Fe o el propio Kicillof en Buenos Aires o incluso como potencial candidato a presidente.
Hay una verdad número 21, nunca dicha pero esencial hasta la médula: el justicialismo es un partido nacional que saca muchos votos, muchísimos votos, montañas de votos. Ese es el peronismo de Perón, no purismos testimoniales propios de equipo chico.