Gabriela Cabezón Cámara pasó por la Feria del Libro para presentar su nueva novela Las niñas del naranjel y en ese marco reflexionó sobre cómo habitamos el mundo, el colonialismo vigente en nuestraamérica otros modos de vivir atacados desde hace siglos y recomendó lecturas ineludibles para entendernos como una colaboración que nos configura a la vez que nos excede. Como en cada ocasión en que “la Cabezón” toma un micrófono no faltaron definiciones profundas y lacerantes que obligan a mirarnos “aunque sea insoportable”, como ella misma dijo. 

En una nueva semana marcada por las quemas en la isla, producto de las cuales muchos rosarinos volvieron a las alergias y a las afecciones respiratorias, la charla con Gabriela fue una bocanada de aire fresco. Un modo de purificar el ambiente, despejar el humo, a costa de hacernos ver lo insoportable. “Estamos respirando el humo de un crematorio y la verdad es que hablamos muy poco de lo que hay que hablar. A mí me llama la atención. Lo entiendo, es insoportable. Pero hay que hacerlo”. 

Ante un auditorio repleto, la escritora insistió en la evidencia de que, aunque nos acordemos muy poco y nos creamos los dueños del planeta, no somos más que el producto de una colaboración intraespecies. Son esas especies que el accionar del hombre en el mundo está matando y sin darse cuenta, matándose a su vez. “Sigo mucho a Lynn Margulis -bióloga estadounidense considerada una de las principales figuras en el campo de la evolución biológica- que lo que directamente ve como principio organizador de la vida, o sea de la biología, es la simbiosis, o sea, la colaboración. Se junta una bacteria con otro bichito y crean la fotosíntesis, lo que hace posible el oxígeno que crea la atmósfera que hace posible nuestra vida. Entonces la vida misma no es más que colaboración”, aseguró. 

El libro La vida de las plantas. Una metafísica de la mixtura, del filósofo italiano Emanuele Coccia indaga en esta boda entre reinos. Allí asegura que las plantas, a partir del caldo primigenio lograron crear la atmósfera, por eso son ellas el principio de la vida en la tierra. La atmósfera, no es más que la prolongación del medio acuoso sobre la tierra, lo que habilita la vida y a su vez la convierte en una experiencia de inmersión. “El estar en el mundo es inmersión, pensar y actuar, obrar y respirar, moverse, crear, sentir, serían inseparables, puesto que un ser inmerso tiene una relación con el mundo no calcada sobre la que un sujeto mantiene con un objeto sino sobre la de una medusa con el mar que le permite ser lo que ella es. No hay ninguna distinción material entre nosotros y el resto del mundo”, escribe Coccia. 

Si vivir es sumergirse, también hay que decir que en la actualidad, esta atmósfera en la que que fluimos se ha modificado producto de los últimos cien años de actividad industrial y desarrollo capitalista. Habitamos el tecnoceno, nueva capa geológica creada por el hombre en que la puesta en marcha de tecnologías de alta complejidad dejan huellas irreversibles, dañina para el hombre mismo. Una buena descripción sobre esta era están en libro Tecnoceno. Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida, de Flavia Costa que también se presentó este jueves a la misma hora en la feria del libro.

La novela Las niñas del naranjal se sitúa justamente en el período histórico en que este proceso se inició: la conquista de América. Es en ese hecho en que el capitalismo nació y en el que también nació Europa, tal y como ahora la conocemos. La antropóloga Rita Segato plantea justamente que el mal llamado descubrimiento de América, es el nacimiento de Europa, en tanto le permite un enriquecimiento y una acumulación que están en la base del desarrollo industrial moderno. En pocas palabras, lejos de América ser descubierta por Europa, son Europa, la Revolución Industrial y el Capitalismo, hijos (parricidas) de América. 

Gabriela Cabezón Cámara junto a sus presentadores, la periodista cultural Virginia Giacosa y el docente Pablo Bilsky en el Auditorio Angélica Gorodischer. (Fotografía: Silvina La Calamita).
Gabriela Cabezón Cámara junto a sus presentadores, la periodista cultural Virginia Giacosa y el docente Pablo Bilsky en el Auditorio Angélica Gorodischer. (Fotografía: Silvina La Calamita).

Las descripciones de Antonio en la novela a través de cartas que le envía a su tía, dan cuenta de esa inmersión, de ese sumergirse en un entorno que excede a la propia vida. “La selva es un volcán, tía, un volcán en erupción eterna y lenta, lentísima, una erupción que no mata, que hacen hacer verde y late verde borbote ando agua aquí en el suelo de mi bosque que de mío nada, más bien soy suyo yo, y de bosque menos aún, nada de nada, tía: selva selva feroz esta mía semejante a las ajenas que me contabas, sí, pero debieras verla, olerla debieras y la harías tuya y te haría de ella como me hice yo”, cuenta en uno de los fragmentos unas lineas más adelantes del que la propia autora leyó ante un auditorio atento. 

A quienes leyeron El entenado de Juan José Saer, lo recordarán al leer estas páginas. Allí, el litoraleño al narrar el desembarco y expedición en América describe: “Nuestro entendimiento y esa tierra eran una y la misma cosa; resultaba imposible imaginar uno sin la otra, o viceversa. Si de verdad éramos la única presencia humana que había atravesado esa maleza calcinada desde el principio del tiempo, concebirla en nuestra ausencia tal como iba presentándose a nuestro sentidos era tan difícil como concebir nuestro entendimiento sin esa tierra vacía de la que iba estando constantemente lleno”.

En estos mundos, el descripto por Cabezón Cámara y el de Saer, hay una basta selva virgen y  toda una masa verde por explorar. Un mundo nuevo. Hay multiplicidad de especie y algunas de las cuales configuran la manada del amor de Antonio, que escribe sus cartas a su tía y lo interrumpen las niñas hablando en guaraní. Hoy cuesta cada vez hacerse de una manada diversa. “Estamos padeciendo un recrudecimiento de la cultura de occidente que nos lima la sensibilidad”, lamenta la autora. "Cuando yo era más joven las cosas no iban muy bien pero al menos teníamos la idea de que el mundo iba a seguir. Hoy los chicos no tienen siquiera esa percepción”, aseguró y disparó contra una centro izquierda que tampoco da respuestas. “Las clases políticas argentinas son clases resignadas a la colonia. La centro izquierda es un progresismo fósil que no termina de entender o no quiere entender que en las colonias la extracción de materia prima nunca trae riqueza. No se les ocurre otra idea que la explotación de la materia prima”. Los Estados latinoamericanos son Estados genocidas.

Sin embargo, hubo otros modos de pensar América. Como cuenta el Constitucionalista decolonial Dr. Carlos Silva, Manuel Belgrano quería para América una monarquía inca que estaría bajo el mandato del hermano de Tupac Amarú. De hecho el sol de nuestra bandera, por más que el sistema educativo argentino se empeñan en no enseñarlo, no es otra cosa que el símbolo incaico de Inti. El sol, es también actualmente la moneda peruana. Signos, símbolos que traen al presente modos de habitar la tierra que siguen pujando. 

Como una música, una tonada, que emerge y reverberan en la sonoridad de lo pueblos y lentamente van mostrando lo que este mundo tiene de insoportable. Como esa selva que describe Antonio que es un volcán en erupción permanente aunque imperceptible, de la que brota verde a borbotones y vomita males y crea vida. Es la Araucanía, los pueblos amerindios, los mapuches que siguen peleando por sus tierras, la musicalidad de la tonada como decía el poeta Esteban Agüero, y es también esta novela que a través de este “artificio que es la lengua”, como describe su autora, logra hacer brotar la selva que habita en cada uno de los lectores que se acerquen a ella.