La inseguridad y los tiempos de la política
La crisis de seguridad en Rosario siempre lleva a debates grandilocuentes pero en realidad lo que buscan es no reconocer que la soluciones no están ni en el corto ni en el medio plazo. Por supuesto, tampoco en el lapso de un mandato. El propio intendente Pablo Javkin sobreactuó el tema cuando aseguró que necesitaba “gente armada” a su cargo impulsando la creación de una policía municipal. Como era de esperar los concejales peronistas le recordaron que él mismo rechazó ese proyecto cuando lo presentó Roberto Sukerman (hoy ministro de Gobierno) en el Concejo. Esta semana los ediles Norma López y Eduardo Toiniolli volvieron a presentar, casi sin modificaciones, el mismo proyecto que era letra muerta en su derrotero por las distintas comisiones.
También le recordaron al intendente que en los debates de campaña de 2019, Javkin se rehusaba a la posibilidad de una policía totalmente rosarina. En esas elecciones el actual titular del Ejecutivo municipal le ganó a Sukerman por escasa diferencia. Nadie olvida tampoco que en campaña el actual ministro provincial aparecía en un spot televisivo bajando de un patrullero ataviado con un piloto tipo detective llegando a una escena del crimen. Por supuesto, no se creyó en esa puesta en escena que derivó además en que otros no se atrevieran a repetirla en sucesivas campañas electorales. “La paz y el orden”, el mensaje de campaña de Omar Perotti para llegar a la gobernación fue mucho más discreto y aún se lo recuerdan por la ambición que conllevaba esa meta.
Perotti alentó a Javkin en su renovado interés por una fuerza armada local y, como todos saben, habla mucho más con el intendente que con su ministro de Gobierno con el que casi no tiene contacto desde la interna peronista que dividió tropas entre leales al gobernador y leales a Agustín Rossi. Todavía están frescas las dramáticas escenas del mandatario provincial y el municipal llegando juntos al monumento a la Bandera para participar de la marcha convocada por familiares de víctimas de la inseguridad. Es cierto, habían sido invitados y sabían que podría haber desbordes. Y los hubo, los increparon fuerte y el gobernador tuvo que abandonar el acto en medio de insultos y cuando ya el diálogo no era posible. Después Perotti y Javkin reivindicaron haber ido y “poner la cara” algo que no había pasado nunca.
Hay que decir también, y esto no va en detrimento del dolor de los familiares de las víctimas ni del legítimo reclamo de seguridad y justicia; que las últimas marchas no se asemejan en nada a las que se convocaron bajo el lema “Rosario Sangra”. Y eso es porque también hay un hastío notable entre los vecinos alrededor de que se puedan encontrar soluciones inmediatas. Se perdió ahí también una esperanza.
Tenía razón la vicepresidenta Cristina Kirchner cuando le reclamaban en su presidencia por qué no hablaba de la seguridad. Ella sostenía que es un tema en el que nunca hay buenas noticias, donde uno puede desarrollar una gran gestión pero si a la tarde de los anuncios hechos secuestran a una chiquita o matan a un comerciante en un asalto violento, todo se va por la cañería.
Algo parecido dijo la flamante jefa de Policía de Rosario, que también está a cargo de la policía provincial. “Estos hechos nos desaniman porque venimos haciendo un esfuerzo enorme y todo se pierde cuando suceden estas cosas (en referencia al asesinato de Joaquín Pérez en Arroyito)”, apuntó Emilse Chimenti.
Pero sí hay cosas diferentes. La colaboración de las fuerzas federales tiene otro sentido al que tuvo durante los doce años de gestión socialista. Tanto con la administración kirchnerista como con la del macrismo, las desconfianzas mutuas eran evidentes. Incluso fue patente esa situación durante el inicio de los gobiernos de Mauricio Macri y Miguel Lifschitz y sus entredichos con la famosa triple fuga de los hermanos Lanatta y Schillaci que estuvieron 15 días escapando por territorio santafesino. O cuando la entonces intendenta Mónica Fein se le apareció de improviso en una conferencia de prensa en la Policía Federal de Rosario a la ministra de Seguridad de entonces Patricia Bullrich. Antes, con Sergio Berni había bailado un chamamé en ocasión de una renovada incursión de la Gendarmería en la ciudad, pero tampoco había confianza.
Otro punto actual que es diferente pasa por los reiterados cambios de jefaturas en las unidades regionales y principalmente en la de Rosario que lleva siete jefes relevados en estos casi dos años. Lo distinto es que a todos los echaron no por corrupción sino por no cumplir con los objetivos planteados. Hay una policía corta y que necesita ser más eficiente, pero no hay el grado de connivencia con el delito que había. Claro que para ver resultados habrá que tener paciencia.
Hay paradigmas diferentes pero en general en la calle se siguen escuchando las mismas cosas. “Entran por una puerta y salen por la otra”, se repite cuando Santa Fe pasó de tener cuatro mil presos a siete mil en los últimos cinco años. O se cree que la justicia “le ata las manos a la policía” cuando la tasa de esclarecimiento y condenas ha crecido notablemente gracias al trabajo de los fiscales. Las balaceras constituyen un delito aberrante por lo peligroso y cobarde pero no quedan impunes. Hay decenas de detenidos por estos hechos y numerosos años de condena agregados a quienes los organizaron desde la cárcel.
Esta semana que pasó Perotti se transformó en el primer gobernador en visitar a la justicia federal en los últimos años y atender los numerosos reclamos del fuero en Rosario. Antes se pensaba que ese sector judicial no trabajaba en favor de los delitos que le correspondían cometidos en la ciudad y también había sospechas políticas. Para apuntar también están los últimos golpes al financiamiento del narcotráfico y el lavado de activos que terminó con presos notables y cuevas financieras desbaratadas en la city. Hay un camino diferente que muchas veces la urgencia de la política por la alta demanda, termina por invisibilizar.