El gobierno atraviesa un momento de extrema tensión pero está lejos del nock out. Las últimas reuniones de la mesa chica alrededor del presidente Javier Milei aún encuentran espacio para la ilusión: “Vamos a ganar las elecciones del año que viene”, se prometen y se animan entre ellos. El Jefe de Estado que quiere destruir el Estado, ha dado una sola instrucción al respecto: No sacrificar el superávit en el altar de las urnas. Ese también fue el clima del Coloquio de IDEA donde Milei se movió como pez en al agua, lanzó dos o tres salvas contra “econotruchos”, periodistas “ensobrados” y los “degenerados fiscales” de siempre ante un auditorio representativo del poder real que sabe que el gobierno libertario ya les dio todo lo que tenía para darles. No hay más. “Les dejamos la cancha lisa, ahora jueguen ustedes”, les dijo el presidente en Mar del Plata.

Claro que se frotan las manos pero sospechan lo mismo que el Fondo Monetario Internacional; hasta donde es sustentable semejante presión sobre los trabajadores, sectores medios y pobres de toda escala. O se apuran y hacen la diferencia ahora o se quedan quietos para ver cómo se cimenta cada vez más un proceso que terminaría en las antípodas de este gobierno con el consecuente perjuicio para ellos.

El conflicto con las universidades es un costo que el gobierno está dispuesto a pagar.  Lo vigila desde cerca pero sabe que está encapsulado, que en las asambleas y clases públicas no está la punta de una mecha que podría terminar en hechos más graves. Por más que la ministra Patricia Bullrich diga que intentan “desestabilizar” al gobierno. Si realmente lo creyera no lo diría públicamente.

Como dice el economista y periodista Claudio Scaletta, en una economía local que no tiene moneda, exporta poco en relación a lo que produce y además está muy endeudada, es lógico que el debate económico gire en torno a la cantidad de dólares disponibles y que de ese margen dependa, además, el nivel del tipo de cambio y, en consecuencia, la inflación. Hoy no hay motor ni para mencionar la palabra desarrollo. Con todo, los 25 mil millones de dólares de vencimientos para el primer semestre del 2025, están ahí.

Enfrente sólo asoma una cabeza, de larga cabellera. La reaparición competitiva de Cristina Kirchner inquieta al gobierno más de lo que está dispuesto a admitir. La ex presidenta es la figura excluyente de un peronismo que, desde el llano, la discute pero no tiene con quien reemplazarla. Sin ella, la interna del Partido Justicialista no daría ni para un “suelto” en el diario, como se decía en las viejas redacciones.

En política, y más en el peronismo, hay que ganar. Hasta Perón fue discutido, pero es sólo hasta que se cuentan los porotos. El problema no es Ricardo Quintela, sino el mar de fondo que decantó en la figura del riojano. El gobernador Axel Kicillof dejó en claro que no está de acuerdo con la interna y no apoyó tampoco a Cristina para la disputa. El escenario enloquecedor al que lo sometió La Cámpora desde un principio, no facilitó las cosas.

El choque no es entre el “peronismo federal” -un ente muy nombrado pero inexistente fuera de la provincia de Córdoba- sino más hacia adentro del kirchnerismo que es la más nítida identidad peronista desde hace años. De ahí el peligro de que las esquirlas causen un daño irreparable. Sería letal para todo el peronismo. Cristina es la que debe estar dispuesta a minimizar los daños.

Lo dijo el consultor político Artemio López en los últimos días. “Cada vez que el peronismo fue a una elección sin sus ropajes kirchneristas, fracasó en las urnas”. Las últimas encuestas en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, le dan apenas cuatro puntos a peronistas como Florencio Randazzo o Juan Schiaretti. Apenas por encima de los partidos de izquierda.