Magalí Etchebarne: "Del dolor no necesariamente te alejás con sabiduría o aprendizaje"
La escritora, ganadora recientemente del VIII Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve por La vida por delante, presentará su libro este viernes a las 18.30 en Oliva Libros.
"A veces, una sale y se aleja de un lugar, pero solo se aleja el cuerpo", dice el narrador de Un amor como el nuestro, uno de los cuatro relatos que forman parte de La vida por delante, el último libro de la escritora Magalí Etchebarne. La madre, el trabajo, la muerte y el amor (y su fin) son los grandes ejes de una obra que recientemente le valió el Premio Ribera del Duero, uno de los más prestigiosos de la literatura de habla hispana. En diálogo con RosarioPlus y en la previa de la presentación en Oliva Libros, la escritora habló del dolor como hilo conductor que une a los personajes y de las huellas que arrastran los cuerpos, aún a la distancia.
—¿Qué te pasa cuando se te acercan los lectores para comentarte algo sobre lo que escribiste?
—Es rarísimo porque siempre hay cosas en las que uno no había prestado atención y algunas devoluciones te sorprenden. Algunos lectores perciben al libro triste, muy denso, otros muy liviano. Ahí están todos mis terrores: si hay algo que no me parece liviano es este libro. Los mejores días (2017) tenía algo más de liviandad, quizás porque lo escribí a mis veinti. Lo más lindo es que ahora está completamente fuera de mi control, para mi ya está. No tengo más nada para decir del libro (risas).
—En todos los cuentos cobra relevancia lo que no se dice, y ahí es donde entra el lector justamente a completar…
—Saqué párrafos enteros, me pongo muy rigurosa con sobreexplicar. Entiendo que en estos cuentos hay sobreexplicación porque los personajes de alguna manera se explican por su pasado pero traté de evitar algunas cosas que después aparecen en lo no dicho. En el segundo cuento (Un amor como el nuestro), cuando la mujer postrada se acuerda de su primer amor, ahí había escrito más. Esta mujer perdió a su primer amor, eso siempre es algo que imprime algo muy particular en nuestras vidas. Si fue lindo te acordás de una manera en la que nunca más nada en la vida se parece a eso. El amor de la adolescencia está tatuado, grabado a fuego. No sé si la lectura tuvo el efecto que yo quería que tuviera, que eso se notara más, pero ahí es cuando uno pierde el control sobre con qué se va a quedar el lector.
—En relación a eso, hay una correlación entre los cuatro relatos que tiene que ver con las huellas que deja el dolor en el cuerpo.
—Siempre me parece importante que aparezca el cuerpo en relación a lo que sienten, qué se ve, pero también qué tocan o qué huelen. A las mujeres en general nos ocupa algo relacionado al cuerpo gran parte del día, ya sea por algo que nos gusta o porque nos sentimos mal, nos hinchamos, nos miramos la piel. La relación de las mujeres con el cuerpo es constante y en los cuentos hay mujeres cansadas. En el tercero (Temporada de cenizas) la protagonista cargó a la madre -enferma-, la tuvo que levantar durante largo tiempo, seguramente le duele la cintura. Queda algo en el cuerpo que no es solo emocional.
En el primer cuento (Piedras que usan las mujeres) aparece parodiada la relación entre la enfermedad y las emociones. En general me exaspera bastante el tema de la culpa, me parece terrible pensar que porque guardaste rencor te aparece un tumor el pulmón. Son discursos que prenden más en las mujeres, somos carne de cañón. Nos culpabilizan y están repletos de magia, no están apoyados en lo científico. O quizás sí pero me animo a dudar. Entiendo que si estás enferma y triste es peor pero adjudicar a ello la cura es peligroso. En una etapa de mi vida estuve muy en contacto con la enfermedad por mi madre y estos discursos me hacían mucho ruido y me generaban un problema más, porque además de tener que ocuparme de cuestiones de salud aparecía esto del orden neo místico.
—En el primer cuento aparece la cuestión esotérica, energética, como para no hablar del cáncer en sí. Ahí hay algo de la necesidad de los hijos de ponerle nombre a lo que los padres no pudieron…
—Sí, además el cáncer en general es una enfermedad muy poco nombrada, se busca no decir esa palabra. Hace un tiempo leí La enfermedad y sus metáforas de Susan Sontag y ella reflexiona sobre las ideas asociadas a los estados de ánimo y dice que la tuberculosis es una enfermedad de la melancolía y el cáncer de la amargura. Es algo que está totalmente prendido en el sentido común, cuando alguien habla de cáncer inmediatamente te haces la idea de algo de la amargura que se calla. Son lugares comunes muy repetidos pero también es muy interesante pensar de qué están hechos.
En el primer cuento aparece casi una parodia de una mujer haciendo casi cualquier cosa para librarse de eso, como ponerse una piedra en el cuerpo. Por lo general cuando hay una situación crítica ese tipo de discursos están ahí como aves de rapiña. La desesperación y el dolor son terreno fértil.
—Mencionaste que viviste alguna situación similar en relación con la enfermedad de tu madre y acá surge la pregunta de siempre: cuánto hay de tu vida en lo que escribiste.
—El cuento que tiene algo de autobiográfico es el tercero pero lo único que pertenece a mi vida es que cuidé a mi mamá cuando moría. Dije tengo esto, como si fuera una gema de verdad, pero no me interesa contar lo que yo viví. No porque mi madre no sea interesante sino que lo que más me interesó es imaginarme a una madre media monstruosa como la que aparece en el primer cuento, una suma de personajes inventados y cosas que tenía ya escritas y fui armando. Cuidé a mi madre y eso lo conozco, pero no es que escribí porque lo conocía sino que aproveche algo que sabía cómo era.
—Una característica poderosa de los relatos es que hay mucho ida y vuelta en el tiempo con la construcción de imágenes para viajar a la infancia, como en el primer cuento cuando la protagonista recuerda que escuchaba las conversaciones de los adultos en estado de vigilia…
—En general en los cumpleaños te ponían en dos sillas y te tapaban y te dormías ahí. Me acuerdo mucho de dormirme arriba de mi mamá y que ella siga hablando y escuchar su voz como rebotando en la caja torácica, como si fuera una voz abajo del agua. Esa sensación la tengo en el cuerpo, eso de querer seguir escuchando a los grandes mientras me estoy quedando dormida. Funciona bien para pensar quien narra, inventar un punto de vista y un tono, una personalidad.
—Y el formato cuento te da la posibilidad de potencia por su brevedad…
—Me gusta pensar en el cuento porque lo que tengo es algo chiquito, tengo pequeños nudos. No tengo un gran problema a resolver en el que necesite demasiadas páginas. No porque no haya problemas sino que lo que les pasa a los personajes es que aparece algo poco sorpresivo. aparece algo nuevo pero es un pequeño nudo que siempre imagino como un momento, una tarde como en el primer cuento, o un viaje. En todos los cuentos hay viajes.
—Teniendo en cuenta que son historias cuyos personajes se encuentran transitando etapas dolorosas de sus vidas, por qué elegiste el título La vida por delante
—Es una frase que tiene buenas intenciones, se lo dice una mujer a la protagonista del segundo cuento porque sabe que va a salir ahí, que esté viva. Pone la mirada en el futuro y en no quedarse demorada ahí pero lo que le ocurre al personaje (Julia) es que no sale de ahí o sale pero eso la acompaña como una cicatriz en el cuerpo para siempre.
Cuando me di cuenta de que todos los personajes -de los cuatro relatos- estaban sufriendo pensé en que quizás no es tan fácil salir del dolor. No es un lugar del que necesariamente te alejás con sabiduría o aprendizaje. A veces salís dañado, con una marca, un trauma, con un cuerpo dolorido, estos personajes están ahí. Está la idea de que con el dolor siempre aprendés algo. Yo hoy no estoy segura de haber salido mejor, hay cosas que me hubiera gustado aprenderlas de la felicidad, de la alegría, de la diversión, no del dolor. Del dolor seguramente salís de otra manera pero la idea de que salís mejor me parece un poco frívola.
En un momento había titulado al libro La madre, el trabajo, la muerte, el amor. Un poco grandilocuente. Intenté que el libro no fuese solemne pero me parecía que ese título condensaba los grandes temas que están en todos los cuentos. En el primero la madre, en el segundo el trabajo, en el tercero la muerte y en el cuarto (Casi siempre desesperados) el amor y la muerte del amor. También aparece la soledad, como en el último, pero los personajes no la padecen, están un poco solos y un poco acompañados.
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Etchebarne nació en Remedios de Escalada, provincia de Buenos Aires, en 1983. Estudió Letras en la UBA y trabaja como editora. Publicó el libro de cuentos Los mejores días (2017) y el de poemas Cómo cocinar un lobo (2023) por la editorial Tenemos las máquinas. Este año ganó el VIII Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve por su segundo libro de cuentos La vida por delante (Páginas de Espuma). Este viernes a a las 18.30 lo presentará en Oliva Libros (Entre Ríos 579), acompañada de la escritora rosarina Melina Torres.