El secreto de Maró, los sabores de casa y una cita con nuestros muertos
Entre tantas fiestas y celebraciones, la comida se vuelve central para la reunión familiar. Cuál va a ser el menú, qué platos tradicionales lo van a integrar y quienes serán los encargados de cada uno de ellos, los integrantes de la familia que atesoran las recetas justas, "cómo lo hacía la abuela". Estos, como brujos o mediums tendrán en sus manos la noble tarea de a través de los sabores traer algo de infancia de vuelta y de invocar a aquellos que ya no están, porque las fiestas son también una cita con nuestros muertos.
Algo de esto trata la película El secreto de Maró, el segundo largometraje de Alejandro Magnone, en que las tradiciones a mantener son las de Armenia y las recetas aquellas que trajeron a Argentina desde miles kilómetros de distancia en el exilio, para seguir sintiéndose como en casa aún después del genocidio en el que su pueblo que fue diezmado brutalmente. "La receta: Cocinar a fuego lento quince mil kilómetros de ausencia, ochenta años de espera y un reencuentro. Esta película habla de la vida después del dolor, de la reconstrucción de la propia historia, de la esperanza y del reencuentro", nos cuenta su sinopsis.
Con la actuación de Norma Aleandro Norma Aleandro, César Bordón, Lidia Catalano, Florencia Raggi y Héctor Bidonde a lo largo de 85 minutos se aborda el derecho a la memoria y el de ser recordados de aquellos que ya no están por los que quedan y los que vienen.
Quizás a las imágenes de la película le faltan agunos sabores, colores y temparaturas de una cocina humeante que logre traspasar la pantalla y hacernos degustar esos platos tan típicos, tan únicos, tan hechos con esas hiervas que Maró se ocupa de cultivar poniendo en sus masetas algo de tierra que se trajo desde Armenia, su tierra.
La película estrenada en el año que pasó, logra mostrar a la comida como encuentro y traspaso cultural, como hogar: porque uno nunca se siente tan lejos de casa como cuando no reconoce sabores y olores. Así como no hay fiestas sin alguno de los platos tradicionales, muchos de los cuales defícilmente se comen en otras épocas del año.
Año nuevo es siempre un buen momento para retomar esos sabores, esos gutos que nos encuentran con nuestros muertos en una cita secreta y plagada de disfrute que nos dice que hemos sido esperados en la tierra, porque la buena cocina siempre es para un otro, para alimento, pero también para agasajo y sentimiento del otro.